Darwin Conrad estaba realmente furioso cuando llamó a Darlene a su celular. Le recriminaba fuertemente por el avance que hizo sobre el suceso de la estación de policía, donde planteaba la posibilidad de que estuviera involucrado un clon de Jesús de Nazaret. Sus jefes en la central de la CNN en Atlanta le habían llamado por el «extraño y confuso» reporte de su sede en Nueva York, y preocupados también por la ola de rumores y noticias especulativas que se estaban dando en todas partes del país a raíz de ese reporte. Darwin no acostumbraba a cuestionar a sus reporteros delante de sus jefes, por lo que prometió investigar y ahondar más en el suceso y tener una respuesta concreta de todo antes de que finalice el día, tranquilizándolos al menos por el momento. Ahora tenía al teléfono a su reportera estrella y estaba molesto no tanto por el hecho de que hubiera dicho todo aq
Ya no podía ocultarse por más tiempo la existencia de Joseph. Aquel grupo religioso armado frente al Departamento de Policía había puesto sobre la palestra la verdad sobre los acontecimientos de los últimos días, donde muchos testigos de las palabras del doctor Hansen hicieron correr por las redes sociales todo lo que había dicho, y ya prácticamente todo el mundo sabía que un científico había logrado clonar a Jesús de Nazaret, y grupos religiosos y sectas satánicas habían tratado de matar al niño clon, considerándolo una abominación o una amenaza para su existencia y razón de ser. En muchas ciudades del mundo grupos de personas se aglomeraban en sitios públicos, como plazas y avenidas, y hacían vigilias pidiendo por la vida del niño Jesús y que lo presentaran al mundo como su nuevo Señor y salvador para seguirlo. Otros, muy
Mark y Doris estaban conversando con David y Karen cuando la puerta de la casa de seguridad se abrió, dando paso a Hansen y a Joseph, abalanzándose éste último en los brazos de su madre. Karen le besó repetidamente y le preguntó cómo les había ido con el Presidente.―Es un hombre bueno, pero muy serio ―le dijo Joseph―. No quiere que David esté con nosotros.―¿Y eso por qué? ―preguntó David―. ¿Qué le dijo, doctor?Hansen suspiró desconsolado.―Dijo que a pesar de que estabas actuando en defensa propia, y en la nuestra, debes ser investigado por las muertes de esas personas. Al igual que yo, por lo que hice.―¿Y qué piensa hacer el Presidente? ―preguntó Karen.―Pondrá al FBI a cuidarnos hasta que decida qué hacer con nosotros. Tiene mucha presión por parte del Vaticano e Israel...―¿Pr
Nueva York, a la medianoche.Como era su costumbre, Thomas Robertson se mantenía despierto mucho más allá de la medianoche, luego de haber encabezado el acostumbrado sacrifico semanal. Sentado de frente a la ventana tras su escritorio, parecía pensativo, y su semblante como siempre era sombrío. Tenía ya alrededor de diez años encabezando a la secta satánica «Hermanos del Averno», y la cantidad de seguidores que había «cosechado» a través de todos esos años ya superaban los mil, sólo en la ciudad de Nueva York. En todos esos años de actividad nunca había sentido mayor preocupación que la de agradar a su «Señor de las Tinieblas», como le decía a Satanás, procurando con sus sacrificios, actividades de iniciación y devoción, ganar sus favores y complacencia. Pero ahora una sombra de preocupaci&oacu
Llegó precipitadamente a su casa en medio del torrencial aguacero que caía a esa hora de la noche en Londres. La señora McAlister, la niñera, salió a su encuentro sonriente como siempre para decirle que ya el niño se había dormido, mientras comenzaba a agarrar sus cosas para irse a su casa. El doctor Hansen le dirigió apenas una mirada mientras dejaba su impermeable mojado en el piso e iba a toda prisa a su biblioteca allí en la planta baja. La señora McAlister se extrañó por su actitud y le preguntó qué sucedía.―No tengo tiempo para explicarle. Gracias por haber venido señora McAlister ―le dijo el doctor mientras entraba a la biblioteca y comenzaba a hurgar en las gavetas de su escritorio―. Como siempre su pago fue transferido a su cuenta esta mañana. No la necesitaré más por el resto de la semana. Ahora es mejor que se vaya, y mientras m&aacu
Se despertó cuando el autobús se detuvo en la terminal de Nueva York. Había hecho un largo viaje desde Los Ángeles y se sentía agotado en extremo. Tomó su mochila y bajó del autobús junto a los otros pasajeros. Afuera, apenas reconoció dónde se encontraba luego de cuatro años de haber estado allí en casa de su amigo. Suspiró profundamente.―Ya llegamos, hermano ―se dijo en voz baja―. Ya estamos en tu casa.A los doce años David Cranston perdió a su familia en un trágico accidente automovilístico. Aficionado al whiskey, su padre había bebido mucho en una reunión familiar un domingo, y de regreso a casa se quedó dormido al volante. Su padre, su madre y su hermanita de cinco años murieron ese día, y David comenzó una larga travesía por hogares adoptivos en los cuales nunca se sintió a gusto, ya que n
El doctor Julius Hansen le contó a su amigo todo lo que había hecho para llevar adelante su «encargo», el cual consistía en lograr un clon de Jesús de Nazaret. Por supuesto, su primera reacción cuando le hicieron la propuesta fue negarse rotundamente a la idea, ya que la clonación humana está estrictamente prohibida, pero su curiosidad científica y su atracción hacia lo desconocido le hicieron cambiar de parecer, y aceptó hacerlo de manera secreta, pensando en que tal vez no logre su cometido por lo complejo del proceso y porque nunca antes se había intentado. Para ello necesitaba disfrazar sus acciones con las de una investigación éticamente posible relacionada con el tema. Le contó que logró el apoyo de su laboratorio ubicado en Berkeley, California, presentándole a la directiva el inicio de una investigación relacionada con la duplicación o clo
David se despertó poco antes de que saliera el sol. Hacía tiempo que no dormía tan profundamente. Se levantó y se dirigió al baño, donde se lavó la cara y se cepilló los dientes. A los pocos minutos bajó a la sala y encontró a John sentado frente a la ventana con la escopeta descansando sobre sus muslos. Éste le hizo señas de que hiciera silencio y le invitó a mirar con él a través de los cristales. David divisó inmediatamente a un hombre parado al final de la calle y en la esquina, al parecer esperando algo o alguien.―Llegó hace unos veinte minutos ―dijo John―. No ha hecho nada más.David le miró, intrigado.―¿Y por qué le parece sospechoso eso?―No terminaste de escuchar la conversación de anoche, hijo, y no sabes que mi amigo y su hijo corren peligro.―¿Peligro? Yo solo escuché a
El Dodge Charger de John era del modelo de cuatro puertas. David iba al volante y a su lado el doctor Hansen observaba la autopista en silencio. Joseph estaba acostado en el asiento trasero, dormido. Hacía rato que ya habían tomado la vía hacia Manhattan, y se acercaban al Puente Williamsburg, sobre el East River. David no podía dejar de pensar en lo que había pasado en casa de John, y por más que trataba de justificarse no podía dejar de pensar en el hombre al que le había quitado la vida. De alguna forma pensaba que la guerra y la muerte ya no formarían parte de su vida, y allí se encontraba de nuevo, matando por una causa que aún no comprendía del todo. Lo único que sabía era que si no hubiera tomado la vida de aquel hombre, todos, incluso él mismo, estarían muertos a esa hora. Pensó en Joseph, y un pequeño ápice de consuelo llegó a su alma a