El Dodge Charger de John era del modelo de cuatro puertas. David iba al volante y a su lado el doctor Hansen observaba la autopista en silencio. Joseph estaba acostado en el asiento trasero, dormido. Hacía rato que ya habían tomado la vía hacia Manhattan, y se acercaban al Puente Williamsburg, sobre el East River. David no podía dejar de pensar en lo que había pasado en casa de John, y por más que trataba de justificarse no podía dejar de pensar en el hombre al que le había quitado la vida. De alguna forma pensaba que la guerra y la muerte ya no formarían parte de su vida, y allí se encontraba de nuevo, matando por una causa que aún no comprendía del todo. Lo único que sabía era que si no hubiera tomado la vida de aquel hombre, todos, incluso él mismo, estarían muertos a esa hora. Pensó en Joseph, y un pequeño ápice de consuelo llegó a su alma al pensar que al menos había salvado a un niño inocente de una muerte que según aquel hombre siniestro era segura. Miró al doctor Hansen. Éste aún observaba la autopista.
―Disculpe por lo que tuvo que ver en la casa de su amigo ―le dijo, al fin―. En las Fuerzas Especiales nos enseñaron a activar el instinto de supervivencia ante situaciones de riesgo. Fue un acto automático.
El doctor Hansen aún estuvo en silencio por unos segundos más.
―No se preocupe ―dijo, luego de un breve suspiro―. Lo importante es que Joseph está a salvo. Gracias por lo que hizo.
―Que sin embargo es asesinato, y a ustedes trataron de asesinarlos también. Aún pienso que ir a las autoridades sería lo mejor. A esta hora deben estar en casa de su amigo atando cabos, y tarde o temprano pudieran saber la verdad de lo sucedido.
Cuando recibió la llamada, el detective de homicidios Mark Forney de la Policía de Nueva York tenía apenas cuatro horas que se había acostado. Con pereza tomó su celular de la mesita de noche y aún medio dormido contestó. Oyó por unos segundos.
―De acuerdo ―dijo―. Estaré allá en media hora.
Pero tardó veinticinco minutos. Cuando llegó a la casa del suceso un oficial uniformado lo recibió y lo puso al tanto.
―Tenemos cuatro muertos y un herido al que ya se han llevado al hospital ―le dijo el policía―. El dueño de la casa dice que los tres de la cocina habían entrado a robar por la puerta trasera al mismo tiempo que lo hacían dos más al frente, y que cuando se vieron se cayeron a tiros. El muerto de la sala fue eliminado por una puñalada en el cuello y cuatro disparos.
El detective Forney entró en la casa de John y miró al muerto de la sala. Había un gran charco de sangre. El médico forense estaba revisando el cuerpo y un ayudante estaba tomando fotografías. Pasó a la cocina y vio a los otros tres también en el piso y en medio de otro charco de sangre. De inmediato notó que algo no estaba bien. Cuando regresaba a la sala una mujer de unos treinta años, rubia de pelo corto y de aspecto desaliñado entró a la casa. Al verlo le sonrió y se ubicó a su lado, saludándolo y observando la dantesca escena.
―¿Pudiste dormir, Doris? ―le peguntó Mark―. Parece que no.
La mujer volvió a sonreír, resignada.
―Sabes que no ―contestó ella―. Apenas había cerrado los ojos cuando me llamaron.
La detective de homicidios Doris Ventura era la compañera de Mark Forney desde hacía cuatro años, y ambos formaban una exitosa pareja. Ella se vestía de manera casual y simple, y se veía que poco se preocupaba por su apariencia al no llevar casi maquillaje, aunque extrañamente no lucía fea. Él era un hombre apuesto, de treinta y cinco años, le gustaba llevar el cabello un poco largo a pesar de los reclamos de sus superiores, pero no se le veía mal, más bien le hacía parecer más atractivo a las mujeres. Su forma de vestir tampoco era tan formal, y pesar de que a veces usaba traje no llevaba corbata, lo que para él era más cómodo, y una ventaja a la hora de posibles enfrentamientos con criminales violentos. Su formación militar le había dejado la costumbre de ejercitarse diariamente y mantenerse en forma, por lo que tenía en su apartamento un pequeño gimnasio con pesas y una máquina caminadora, además de practicar sus movimientos de Karate y Kung Fu. Seguía siendo soltero y no tenía en ese momento una relación formal con ninguna mujer. Cuando su compañera le preguntaba cuándo se casaría simplemente contestaba que ninguna mujer se merecía tener a un policía como esposo, dados los riesgos que esa profesión implicaba. En el campo laboral se caracterizaba por su agudeza visual al detallar pistas e ir más allá de lo normalmente perceptible por una persona común. Tenía pensamiento crítico, era sagaz, concienzudo, metódico y obsesivo con los casos encomendados. Era implacable con los criminales y nunca cesaba hasta atrapar a su hombre o mujer sospechosa, dependiendo del caso. Su compañera no era muy diferente a él, y a pesar de su aspecto, Doris Ventura también era obsesiva con sus casos, y a pesar de que no tenía la perspicacia de su compañero ni su habilidad para ver más allá de lo meramente aparente, era astuta, inteligente y dedicada. Tampoco estaba casada, pero mantenía una relación con un hombre de negocios de Wall Street que era completamente lo opuesto a ella en cuanto a su apariencia: formal, de aspecto cuidadosamente conservado y fino. Le gustaba la relación que mantenía con ella porque era una forma de salirse a propósito del elegante claustro neoyorquino. Además, aquella mujer le daba sencillez a su vida, como decía. Hasta ella se preguntaba qué le veía aquel hombre elegante, y por qué estaba con ella, pero no se molestaba en buscar respuestas, siempre y cuando siguieran llevando tan bien la relación como hasta ese momento la llevaban.
―El dueño dice que fue un robo doble que salió mal ―dijo Doris―. Pero estoy segura de que no te crees ese cuento.
Mark se agachó para ver con más detenimiento al hombre muerto, el forense había terminado de revisar al cadáver y se incorporó para darle espacio. Mark se puso unos guantes y luego revisó la herida del cuello. También revisó las heridas del pecho.
―¿Por qué se molestarían en apuñalarlo si ya tenía cuatro balazos en el pecho, o viceversa? ―se preguntó, pero Doris sabía que la pregunta iba para todos los presentes en el lugar.
―El arma con que le hicieron la herida del cuello no aparece ―dijo el forense―. Ya había sido apuñalado cuando le dispararon. Averiguaré qué tipo de cuchillo usó el asesino por las marcas en la herida. El propietario dice que había un cuarto asaltante junto a los tres de la cocina que logró escapar a la masacre, y que tal vez se llevó el cuchillo.
Mark miró alrededor y luego se levantó.
― ¿Y el herido, qué ha dicho?
―Hasta ahora nada ―dijo el forense―. Se niega a hablar. Cuando llegaron los servicios de emergencia lo encontraron debajo del muerto con un balazo en el brazo a quemarropa y al dueño de la casa apuntándole con una escopeta.
Un hombre blanco de unos cincuenta años, calvo y con bigotes, vestido con traje y sobretodo entró a la casa. Era el capitán Steven Mulligan, Director de la Unidad de Homicidios, y jefe de Mark y Doris. Miró alrededor y luego al sujeto en el piso.
― ¿Y qué me dicen? ―preguntó, al tiempo que Mark se levantaba de nuevo, quitándose los guantes.
―Algo me dice que no fue un robo que salió mal ―dijo Mark.
―Sabía que dirías eso ―Doris lanzó una risita.
Mark le miró unos segundos, luego continuó:
―No me cuadra esa hipótesis del robo. ¿Dos bandas al mismo tiempo? Si bien es cierto que el propietario es un importante científico no veo la razón por la cual dos bandas quieran robarle a la vez. Este tipo de aquí tiene una herida en el cuello propinada de manera eficaz con la firme intención de cortarle la yugular y de paso seccionar parte de su cervical, por lo que me parece que fue alguien que sabía lo que hacía, y tiene mucha experiencia en ello. Los disparos los recibió porque de seguro el que lo acuchilló lo usó como escudo, tal vez protegiéndose del que estaba en el suelo. Por eso lo tenía encima cuando llegaron las unidades.
El capitán Mulligan le apuntó con su índice derecho.
―La pregunta es: ¿qué hacían aquí? Quiero que interroguen de nuevo al científico y su esposa. Verifiquen las identidades de los muertos y si de verdad eran miembros de bandas criminales. Hablen de nuevo con los vecinos a ver si alguno vio o recuerda algo más del incidente. Vayan al hospital e interroguen al sobreviviente y sáquenle el verdadero motivo por el cual se presentaron aquí. Hasta ahora no ha querido hablar pero procuren que lo haga y que sea rápido, no quiero al Alcalde respirándome en la nuca, saben que es bastante fastidioso. Yo me encargaré de la prensa.
Mark y Doris asintieron y salieron de la casa tras el capitán Mulligan.
Los amigos de John tenían un pequeño negocio de antigüedades en la esquina de las calles Delancey con Allen en Manhattan. No les costó conseguir la dirección, ya que quedaba cerca del puente Williamsburg, por el cual habían ingresado al distrito. A esa hora ya estaba abierta la tienda y el doctor Hansen pidió a David que esperara en el carro junto a Joseph, que ya se había despertado. Entró y de inmediato un hombre como de unos setenta años le salió a su encuentro con una amplia sonrisa. Al fondo, y tras un mostrador, una mujer también mayor estaba cerca de la caja registradora. Del otro lado de la tienda, una mujer obesa observaba con detenimiento una figura de porcelana que parecía un caballo.―¿En qué puedo ayudarle, amigo? ―preguntó el hombre con voz suave―. Tenemos muchos artículos antiguos e interesantes. Muchos tienen una historia particular, si gusta se
Luego del incidente con el camión de concreto, Mark y Doris se dirigieron nuevamente hacia la casa del científico y buscaron a más vecinos que hayan presenciado el incidente. Una anciana les dijo que había escuchado las detonaciones y de inmediato se asomó a una ventana, y que a los pocos segundos vio que dos hombres y un niño salían de la casa del científico y abordaban un carro, abandonando la escena de forma apresurada.―¿Vio cómo eran esos hombres y el niño? ―le preguntó Doris―. ¿Eran blancos? ¿De color?―Eran blancos todos ―dijo la anciana―. Uno de los hombres era más joven que el otro, y el niño era pequeño, como de unos cuatro o cinco años.―Es buena observadora, y además tiene buena memoria ―le dijo Mark―. ¿Algo más que recuerde?La anciana hizo un gesto de fastidio, parecía que las palabras de a
Una de las balas había alcanzado también el motor y comenzó a fallar. Aún estaban lejos del aeropuerto. David tomó la próxima salida y se encontró de nuevo en los suburbios de Nueva York. El doctor Hansen se veía contrariado, necesitaba salir del país y las cosas se estaban complicando. David estacionó el auto en una calle poco transitada, no tuvo necesidad de apagar el motor ya que éste lo había hecho solo debido a la falla.―Necesitaremos otro auto ―dijo―. ¿No tiene a más nadie que lo ayude?El doctor Hansen pensó un momento.―Podemos ir de nuevo donde los amigos del doctor Moses a ver si ellos tienen uno.―Bien. Debemos irnos. No conozco bien esta ciudad. ¿Estamos cerca?El doctor Hansen echó un vistazo alrededor. Conocía la zona.―Estamos un poco lejos, como a unas siete cuadras.―Entonces debemos apurarnos
La «Brigada Senil», como jocosamente les decía Henry a sus amigos, se habían marchado con aquellos dos tipos en el maletero de un Oldsmobile convertible para darles una lección. Henry y su esposa, Joanna, convencieron a Hansen y a David de quedarse con ellos en su apartamento para que pasaran la noche y continuaran su camino hasta el aeropuerto el día siguiente. A Hansen le preocupaba que quiénes les perseguían también les encontrasen allí, ya que sabían que habían ido hasta el negocio de los ancianos y no tardarían en averiguar dónde vivían para buscarlos allá. Henry les explicó que no habría problemas allí, ya que el apartamento en donde estaban era del esposo de su hija, y se habían ido ya hace unos cinco años para Argentina. Su hogar estaba ubicado en Queens y, aunque vivían allí de manera permanente, esa tarde habí
Al escuchar que llegaba la policía, Thomas, que se había quedado en el asiento trasero del auto, supo que sus hombres no volverían, por lo que se pasó al asiento delantero, encendió el motor y lo puso en marcha, pasando al lado del Impala negro con luces policiales que acababa de llegar. Comenzaba a sentirse realmente frustrado de no poder llegar a Joseph, y eso también lo disgustaba. Hansen hasta ahora había tenido muy buena suerte de poder evadirlo ileso, y buscaría la forma de que eso cambiara. Se dirigió de nuevo a su casa, ya era de noche y necesitaba comunicarse con su Señor, para que pudiera decirle de nuevo dónde estarían al día siguiente. Llegó a los veinte minutos, un poco más rápido que de costumbre, pensó. A pesar de que estaba ubicada en Queens sentía que el sitio era el más conveniente para vivir que cualquier otra localidad. Como norma p
Hansen acostó a Joseph en la cama de Karen teniendo cuidado de no despertarlo. Ella se sentó a su lado y volvió a contemplarlo, luego le quitó los zapatos y lo arropó. Le dio un beso en la frente y otro en la mejilla. Miró a Hansen, se levantó y salió de la habitación. En la sala se sentó en uno de los muebles. David estaba de pie junto a una de las ventanas y escudriñaba los alrededores. Hansen llegó y se sentó también en otro mueble. No había querido quitarse aún la chaqueta de su traje. Karen y él se miraron por largo rato. Karen rompió el silencio.―No debería, pero te agradezco que me hayas devuelto a Joshua. Se ve que lo has cuidado y alimentado bien.―Ahora se llama Joseph ―dijo Hansen―. Y no te lo estoy devolviendo, te estoy ofreciendo la oportunidad de estar de nuevo en su vida, junto a mí.―Soy su madre. Si quiero
Habían escuchado los reportes de que Bin Laden estaba oculto en alguna parte del barrio que ahora patrullaban. Robert estaba al volante del Humvee, David iba de copiloto y en la parte de atrás iban los novatos Miller y Hendricks. Al frente de ellos iban en otro Humvee el sargento Hastings, Romero y Cooper. Se detuvieron en una calle cerrada con un montón de escombros producto del bombardeo previo en la zona. Bajaron de los vehículos y comenzaron a recorrer la calle desierta. También con el rango de sargento, David siempre se ubicaba adelante para guiar a los demás y comandar las acciones. Pasaron junto a los escombros y escucharon un sonido proveniente de la casa a su derecha. Apuntaron todos hacia la casa, David levantó el brazo derecho con el puño cerrado en señal de que se detuvieran, luego les hizo señas para que se separaran en dos direcciones, indicando a los tres a su izquierda que fueran hacia la parte tra
Mark escuchó el sonido y pensó que era el despertador. Lo buscó con su mano derecha y lo encontró, apretó el botón pero el sonido no se detenía. Terminó de despertarse y se dio cuenta que no era el despertador, sino su celular. Lo buscó en la mesita de noche y tras encontrarlo contestó.―Estaré allá en media hora ―dijo al cabo de unos segundos. Luego se levantó y se fue a dar una ducha.Llegó en cuarenta minutos. Doris estaba frente a la casa, junto a Mulligan y a un nutrido grupo de policías. Del otro lado de la calle un numeroso grupo de periodistas trataban de acceder a la escena del crimen, algunos de ellos ofreciendo la noticia en vivo para sus estaciones de televisión y otros tratando de conseguir una entrevista con quién sea que les brinde información más precisa.―¿Ustedes no duermen? ―les preguntó Mark con ca