FIN.

Adrián desdobló el periódico que estaba leyendo. Ya había pasado una semana desde el día de su secuestro, y ahora era oficialmente el alcalde de Neápolis. Había tantas cosas por hacer y tanto trabajo por terminar, pero había decidido sacar el resto de la tarde para aquella visita y ayudar a Francisco después.

Se acomodó de otra forma en el incómodo mueble de la sala del hospital hasta que, después de un rato de estar ahí, los ojos grises de Alfonso se abrieron. El hombre estaba acostado en la camilla con una venda que le cubría el torso.

— ¿Qué haces ahí como un zombi? — le preguntó Alfonso, tratando de estirarse, pero al parecer lo acometió una puñalada de dolor, y lo hizo gemir.

— Ya no te muevas — lo regañó Adrián — . Venía a verte.

Alfonso suspiró profundo.

— Es extraño estar así, ¿no? — comentó — . La primera vez que nos vimos fue así, en la habitación de un hospital, pero estábamos en diferentes lugares. Tú estabas en la camilla, y yo estaba ahí, de pie.

Adrián asintió.

— Ha
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