Adrián comenzó a entrar en pánico. El pulso se le deceleró, el corazón le latía con tanta fuerza en el pecho que los oídos le zumbaban. La presión en su cabeza aumentaba, el pánico se reflejaba en su rostro. Corrió por la casa gritando el nombre de Hannah y el de su hijo, pero ninguno contestó. No estaban, habían desaparecido. Alguien se los había llevado.Con manos temblorosas, buscó su celular para llamar a Francisco, pedir ayuda al policía. Pero entonces el teléfono de la casa sonó. Las únicas personas que lo llamaban directamente al teléfono eran su hermana Ana María o su hermana Eva Luna. Corrió con rapidez hacia él y, cuando contestó, no esperó a que la voz al otro lado saludara: — ¡Algo pasó! Hannah no está... — dijo desesperado.Al otro lado, la voz se hizo esperar un segundo. — Lo sé, está conmigo — era la voz de un hombre. Adrián no la reconoció en el primer momento, así que apretó con tanta fuerza el teléfono en la mano que sus nudillos se pusieron muy blancos. Segurame
Adrián se sentó en la cama nuevamente, o en el lastre que parecía cama. Alfonso lo miraba fijamente. Cada uno frente al otro, se observaron por un largo minuto. Adrián apoyó los codos en las rodillas y puso la cara en las manos. Luego, respiró profundo. — ¿Qué estás haciendo aquí? — le preguntó.Alfonso se recostó en la pared. Tenía la barba crecida y parecía sucio. — Pues nuestro padre me secuestró también. Al parecer se volvió un poco loco.El hecho de que Alfonso lo siguiera tratando como un hermano lo confundía. — Pero ¿por qué? ¿dónde has estado todo este tiempo...? ¿Cuánto llevas aquí? — Adrián clavó sus grises ojos en los de Alfonso. — En esta celda, como dos semanas. Y antes de esta celda, otra. Como otras dos semanas. — ¿Un mes? ¿Eso llevas aquí? ¿Atrapado? — Él asintió — ¿Y qué fue lo que hiciste durante estos años? — Pues no lo sé. Escapar, supongo. Cuando en las noticias salieron mostrando todo aquello sobre Vital y el tal programa Lemuria, supe que tenía que huir. F
Adrián se acostó nuevamente en la cama, fingiendo dormir con la cabeza metida en el rincón lleno de lama y hongos. Alfonso se acostó en la otra cama y entonces comenzó el plan. — ¡Ay! — gritó Alfonso en su cama, sujetándose con fuerza el brazo izquierdo. Luego gritó nuevamente y cayó al suelo revolcándose.A Adrián le parecía que era una actuación bastante forzada. Tal vez él debería haber hecho el papel de enfermo; evidentemente era mucho mejor actor que su hermano. "Hermano", pensó. Aquella palabra en su cabeza se quedó rebotando. ¿En serio podía ya permitirse pensar de aquella forma? Pensar que Alfonso era su hermano, Ernesto su padre, y Elena su madre. ¿Por qué no? Incluso el desgraciado de Ernesto, con su abismo y su arrogancia, reconocía a Adrián como su hijo. ¿Por qué él no podría reconocerlos también como su familia? Su sangre corría por las venas de Adrián. Sus genes provenían de la semilla de Ernesto y también de los óvulos de Elena. Solo que los genes eran los mismos que l
Cuando Hannah despertó, lo hizo con el corazón acelerado. Buscó entre las sábanas a su pequeño hijo, pero no lo encontró. Entonces, todo regresó a ella como un golpe en la cabeza: recordó el rostro demacrado de Ernesto, su voz airada y ronca, y el gas que le quemó la garganta.Se levantó y estaba en una celda oscura con una cama de madera roída y vieja. Las paredes tenían polvo y cucarachas. Un poco mareada, se puso de pie y sacudió los barrotes, pero no había nadie. — ¡Ayuda! — gritó.Un hombre armado se asomó por el borde y golpeó con su arma los barrotes de la reja. — ¡Ya cállate! — le gritó el tipo.Hannah se sentó en la cama. — ¿Dónde estoy? — preguntó conmocionada. — No lo sé ni me importa qué van a hacer contigo. — dijo estoicamente el hombre que la vigilaba — . A mí y a mi equipo solo nos pagaron para estar aquí hoy. Sin preguntas, sin quejas. El hombre con los contrató parecía que era lo último que tenía, así que no es nuestro problema. Solo lo hacemos nuestro deber, así
Todo fue confuso en ese momento. Sintió cómo el retroceso del arma la empujó y escuchó el sonido de la bala atravesando el cuerpo de Ernesto, que cayó de espaldas al suelo. La bala le había dado justo en el pecho. Cuando el hombre cayó, se quedó quieto. Hannah se quedó paralizada un momento, hasta que los hombres comenzaron a hacer ruido tras ella. Entonces se volvió.Francisco estaba aún en la puerta, en la entrada del parqueadero, disparando hacia afuera, donde se había formado una balacera. Los hombres trataban de decirle algo, pero Hannah no era capaz de entenderles por las mordazas que tenían puestas. Así que se volvió hacia Adrián y Alfonso. Hannah no sabría decir cómo podía distinguirlos; se veían iguales, eran dos gotas de agua, pero ella sabía quién era Adrián y sabía quién era Alfonso. Lo sentía dentro de su ser.Adrián, con los dientes, comenzó a quitar con dificultad la mordaza que tenía Alfonso y cuando este quedó libre le dijo: — Dispárales a las cadenas. Hannah parpad
Adrián desdobló el periódico que estaba leyendo. Ya había pasado una semana desde el día de su secuestro, y ahora era oficialmente el alcalde de Neápolis. Había tantas cosas por hacer y tanto trabajo por terminar, pero había decidido sacar el resto de la tarde para aquella visita y ayudar a Francisco después.Se acomodó de otra forma en el incómodo mueble de la sala del hospital hasta que, después de un rato de estar ahí, los ojos grises de Alfonso se abrieron. El hombre estaba acostado en la camilla con una venda que le cubría el torso. — ¿Qué haces ahí como un zombi? — le preguntó Alfonso, tratando de estirarse, pero al parecer lo acometió una puñalada de dolor, y lo hizo gemir. — Ya no te muevas — lo regañó Adrián — . Venía a verte.Alfonso suspiró profundo. — Es extraño estar así, ¿no? — comentó — . La primera vez que nos vimos fue así, en la habitación de un hospital, pero estábamos en diferentes lugares. Tú estabas en la camilla, y yo estaba ahí, de pie.Adrián asintió. — Ha
Hanna apretó el arma con fuerza, le temblaba la mano. El hombre tras ella apoyó su mano en la muñeca de Hanna e hizo que levantara el arma apuntando hacia los dos hombres que tenía enfrente, ambos con el mismo rostro, ambos vestidos de la misma forma, indistinguibles como el reflejo de un espejo, atados y amordazados.— Vamos, Hanna — le dijo el hombre, su voz produjo eco en el parqueadero — dispara, dispara a uno de los dos hombres que tienes enfrente, si matas a tu esposo tú y tu hijo mueren con él, Pero si matas al impostor sobrevivirán.La mano de Hanna que sostenía el arma apuntando hacia los gemelos tembló nuevamente, los ojos se le llenaron de lágrimas.¿Cómo podía aquel hombre pedirle algo como eso?— Vamos Hanna, dispara, ¡dispárale! Adivina Cuál de los dos hombres que hay frente a ti es el impostor, mátalo Y así te entregaré a tu hijo. Escoge si eres capaz de distinguirlo. ¡Escoge Hanna!A pesar del increíble y terrorífico parecido entre ambos hombres, Hanna podía distinguir
Tres años antesAdrián trató de acomodarse en la cama, pero le dolía todo el cuerpo. No sabía si era más incómoda la sensación de los huesos magullados o el ver al hombre de pie frente a su camilla.Pero ya había iniciado con su plan y no podía dar marcha atrás, le había dado alas a su venganza y ya no podía detenerse. Era como si se mirara en el espejo, la situación era extraña. Había investigado al hombre y al ver sus fotos se asombró al notar el parecido entre ambos, pero ya tenerlo cara a cara era extraño… Pero no podía dar marcha atrás, quería sus respuestas y su venganza y las tendría a como diera lugar.Alfonso le había robado todo en la vida y lo haría pagar por eso… todos lo harían.Cuando se lanzó hacia el auto del hombre en la mañana su plan salió perfecto, nada pudo ser mejor a que estuviera ebrio, así creyó que lo había atropellado. — ¿Alfonso? — preguntó Adrián y el hombre asintió.— Nacido el 2 de febrero de 1993.Adrián negó con vehemencia, fingiendo incredulidad.