A la hora de comer junto a mis compañeras, en ese lado apartado, que se distingue por la ausencia de elegancia. Ellas murmuran entre sí, hablan de un tal Gaspard. Se muestran pícaras y acaloradas al mencionarlo. Me mantengo al margen, no estoy familiarizada con esos temas, me incomoda.—Tú, ¿ya has visto a Lebrun? —inquiere Camila, la picardía aborda sus labios, se mete en sus ojos que brillan como dos estrellas.—No, ¿quién es ese? —pregunto arrugando el entrecejo. —El sexy amigo de Silvain —contesta Julia con cara de boba y suspiros tontos —. Suertuda que eres, Aryanna, te ha tocado limpiar la zona de la piscina y el bombón de Lebrun está en la piscina. —¿Qué cosas dices? No estoy pendiente de...—¿Bromeas? —interrumpe Camila —. Estuve a punto de rogarle a Génesis que me dejara limpiar las paredes acristaladas, pero el viernes lo hice. Y chasquea la lengua, luego bufa. No sé qué tan perfecto es ese Lebrun, lo que sí sé, es que luego de ver a Silvain, incluso tan imbécil, otra ca
Soltándome de la imagen sensual de ese francés, empiezo con mi labor. Mis ojos traviesos se desligan del trabajo, para clavarse en él, que se tira a la piscina, para zambullirse de nuevo, un par de veces también me mira, y disimulo, no quiero ser una descarada. Él, sale de la piscina y se acuesta en una tumbona, se ubica a unos tres metros de mí, una distancia que no refleja lejanía, por ende me convierte en gelatina. Desde ahí me observa, sin esconderse en el miramiento furtivo, es un casanova. —¿Cuántos días tienes aquí trabajando? —exclama, su acento europeo me causa gracia, él a diferencia de Silvain, se le nota más lo extranjero. —Pues este es mi segundo día —le devuelvo en respuesta, lo miro fugaz, vuelvo a hacer mi trabajo, ya me queda nada. Estoy barriendo, ya me falta poco para terminar. —Cierto, me has dicho que eres nueva. —No lo hice en realidad, solo me presenté.—Sí, pero tu hermoso rostro jamás lo había visto por aquí. Y vengo seguido, de hecho —comenta sin tapujos
Sábado, 25 de Marzo de 2021.Aún me cuesta creer que te hayas marchado, dejándome sola. ¿Qué hago?Ahora no se qué hacer si no estás. Tú, que siempre has estado presente, dejas de ser mi hoy y el mañana, te has ido en el ayer que cada día se vuelve más lejano. No le sonrío al día, y le lloro a la noche. Y cuando me levanto, falta el aliento. Hay un alba asomándose en la ventana, pero no es suficiente. Te necesito a ti, el vacío quema, y solo tú eres capaz de calmar el resplandor que duele. Me dicen que puedo volver a empezar, pero no quiero hacerlo. Ya no veo la luz por estos lares, un apagón se queda conmigo, emociones marchitas, trazos que no van a ningún lado, y más fotos en la pared que multiplican recuerdos. No encuentro la salida, hay heridas incurables, nadie puede salvarme. Soy una nota que se rompió antes de ser embotellada, ahora echada al mar se deshizo en el agua salada.Sin tus colores, solo soy una pintura abstracta, incompleta, colgada de mala gana en una pared. Nad
Su mirada expresiva me está matando, petulante. Tiene cierta manera de verme que destroza en mí la escasa valentía. Esta ha sido sustituida por una cobardía, seca y aguda, como la madera al romperse, o el golpe de un látigo dejando cardenales profundos. El brete es seguro, salir del mismo, una gigantesca duda. Mi garganta se ha secado y pasar saliva duele. Estoy forcejeando por sostener sus ojos que perforan. Y me rindo con el desosiego masacrando mi débil yo. —Aryanna Viscardi, ¿te dignas finalmente en venir? Espero que tengas una explicación consistente y creíble para los días faltantes, hablaremos en mi oficina. —Buenos días, jefe. Primero, me disculpo por todo, y segundo, sí, tengo mis razones. Le explicaré todo. —balbuceo con el aliento cortado. Él, no dice otra cosa. Yo lo sigo, escaleras arriba, directo a su oficina. Todo es peor a puerta cerrada, con él callado, porque presiento que su silencio se transformará en un rugido. Me dará el zarpazo con las palabras, dolerá. Silv
Empujo aire a mis pulmones, es duro, pero, ¿de dónde rayos voy a sacar doscientos mil dólares? Es una cifra exorbitante lejos de mi alcance. Con la partida de Camila y Julia las tareas se triplican para mí. El idiota ha planeado todo, y coincidencias como la de mis compañeras le han caído como anillo al dedo. El día más ajetreado de mi vida ya alcanza el mediodía. Pasa lento, a mi parecer; odio que sea sempiterno. La única pausa que tomo es para comer, y al terminar retomo mi labor con prontitud. Mi frente está perlada de sudor, la energía extenuante, y falta mucho por hacer. —He visto el living, la mediocridad de tu trabajo se nota terriblemente —comenta mientras paso el estropajo en el comedor. Es enfermizo limpiar un espacio que ya reluce inmaculado, aún así lo hice, y ahora viene a quejarse el idiota. —Limpié como me dijo, no sé por qué dice eso. —Porque soy el jefe, y no estoy conforme con tu trabajo. —¿Me va a echar? —me detengo y lo observo —. Nada más me alegraría que per
Un jueves demasiado apresurado, se asoma como el alba pronuncia la llegada de la mañana con fulgurante sol a través de las paredes acristaladas. Olvidé cerrar las cortinas, ahora la claridad estremece mi visión delicada, hasta que logro acostumbrarme a la tortura, al rato ya dista de serlo.Me adecento, sin perder el tiempo, debo estar puntual en la mansión. De ahí, partiré con mi jefe tirano al «ático». Debo admitir que estoy nerviosa con la idea, el cambio se ha manifestado por decisión de él, no sé si hay intenciones detrás, ¿buenas? No, no lo creo. Al menos en la mansión había más trabajadores. No sé nada de ese famoso lugar donde estaré todos los próximos días clavada. Una capa fibrosa de nervios se instala en mi pecho, impide respirar, no quiero salir de la habitación y trazar el trayecto de siempre. Sin opciones, salgo del apartamento. Acostumbro irme con Mila, cuando su horario es flexible, pero si su entrada es antes de las ocho, pues tomo un taxi. Ya me puedo dar ese «lujo»
No me doy cuenta, o es que ando muy distraída, cuando estamos en un aparcamiento subterráneo. Se estaciona, le quita el seguro a la portezuela y me deshago del cinturón, al fin puedo bajar. Sobre el parquet duro, el asombro radica en mis ojos, miro apantallada a mi alrededor. Él, llega a mi lado y alardea ser el dueño de cada auto, de cada máquina potente, deportivos y convertibles lujosos que se le parece a la colección de un niño, pero a tamaño real. Al rato me suelto del desconcierto, y ya él ha obtenido la impresión mía que desea cualquier egocéntrico. El ascensor nos lleva directo a un piso. Me obligo a mantener la quijada en su lugar, la boca cerrada y los ojos sin desmesura. Es que el ático, desprende demasiada irrealidad. Es grande, lujoso... y desencanjo ahí. Mis ojos admiran el techo abovedado y se pierden por poco, ya Silvain empieza a parlar.Me explica sobre el lugar, dándome un tour que bien no podía ahorrarse viniendo de él. La mitad del piso ático con terraza de 176
Saltimbucca Alla Romana...Huele delicioso, percibo la mezcla de olores, mi sentido cae de rodillas ante el platillo que hace. Avanzo hasta la cocina, aún sin dejarme ver, avisto a mi jefe... ¿cocinando? Es una escena que no esperé ver ni hoy, ni nunca. Aún no puedo afincar bien el pie, por eso camino con cojera, tomo asiento en una de los taburetes, él se gira y no sé cómo mirarlo. —¿Ya has terminado?—Sí, no era mucho. No... sabía... que cocinas... —dudosa emito el comentario, él no le da un giro a la expresión, sigue sin dibujar siquiera una mueca. —Bueno, ya lo sabes. Supongo, sabes lo que estoy haciendo. —Supones bien, de hecho es uno de mis platos favoritos de Italia, Saltimbucca Alla Romana. —confieso, es extraño que entre los dos fluya una conversa más distendida, aunque él no tenga intenciones de seguirla. Ya se ha girado, dándole continuidad a lo suyo, y dejándome, zanjada. No sé si deba ofrecerle mi ayuda, vacilo en la indecisión. —¿Te ayudo? —No, no es necesario —exp