—De acuerdo, es un poco cliché el romance de jefe y empleada. —Sí, súper trillado, y absurdo en la vida real. Con ese francés ni a la esquina, no sabes lo mandón que es —hablo más de la cuenta, exasperada. —Te expresas de él como si fuera el mismo diablo en persona, ¿es tan estricto como dices? —Así es —admito. —Al menos te trata con respeto, ¿no? Sabes que es mejor renunciar a un trabajo donde el jefe es un tirano abusador. —Sí, no dudaría en renunciar si ese fuera el caso —determino, soy una mentirosa. —De acuerdo. Oye, sé más cuidadosa, ¿por qué te sacaste los zapatos en el trabajo? —No sabía que iba a clavarme una esquirla en el pie, y me distraje... —Con que distraída, ¿no? —No importa, ya pasó y no es nada —subo los hombros. —Bueno, ahora que estás aquí, hagamos algo. —propone ansiosa. —¿Un postre?—Sí, ven, aprovechemos el día. No declino, las siguientes horas me distraigo con ella en la cocina. Horneamos una tarta de chocolate, es mi postre favorito, por lo que dos
—Gracias —cierro la portezuela del taxi y, me encamino al interior del club. He tenido que mostrarle la identificación al vigilante. Al adentrarme, ya escucho la cacofonía, sí, esos sonidos desagradables, poco armoniosos, retumban en mis tímpanos con ferocidad. La música se mete en mi torrente, pero no corcovea la emoción. Sin aspavimientos, recorro el lugar lleno de luces parpadeando junto a la vibración, nadando entre la oleada de personas que se atraviesan en mi camino. Alcohol y cigarrillo se juntan en una nube, arrugo la nariz, aborrezco el olor. A cada rato brota de mis labios la palabra "permiso", pocas veces doy codazos, si no hay otro modo. Esta gente tan absorta en el libertinaje, distanciada de la realidad, vuela y se ensimisma demasiado en el momento. Por eso no quiero sumarme al montón.—¿Dónde estás Silvain? —pregunto en un soplo, es difícil conseguir al narciso de mi jefe entre tanta gente. Supongo, por alguna razón, que él tan prestigioso, debe estar en una zona VIP,
Cuando Silvain se levanta, mi órgano vital se bate enfurecido, es adrenalina, nervios, no puedo permitir que me atrape husmeando. De inmediato me dirijo a la cocina de su ático y lo espero, justo donde he estado luego de salir de su habitación.Aparece, veo otra imagen frente a mí, es otra persona. Cabeza alta y barbilla hacia adelante, destila poder, agresividad. Creo que debí irme hace mucho, antes de que regresara el sujeto que siempre quiere avasallar: un Narciso. Su espesa voz, grave y profunda llega, es ajena a la escena solemne de hace un momento. Transmite ferocidad. —¿Por qué no te has marchado a casa? —Silvain... —Estoy bien, ¿por qué necesitaría de tu ayuda? —ruge enfadado. Tiene una cara de póker. Es como si por arte de magia se ha librado de los efectos del alcohol. —Solo creí que estabas en un aprieto, deberías agradecer que te he traído a casa, de permitir que vinieras en ese estado, quién sabe lo que hubiera ocurrido —lo enfrento, no poseo mucho valor ahora, per
Rayos de luz invaden la habitación, es viernes, no lo tomo bien. Despertar agrava la desolación, intercepta la noche de ayer, recordatorio que deteriora mi estado. Al final le di la razón, débil que soy, me odio por estúpida. Cepillo mis dientes; veré hoy a Silvain, no sé con qué ojos, pero debo enfrentarlo. Enjuago mi boca, luego me adecento. Premura que no deseo usar, igual el tiempo corre apremiando y me doy prisa. Ya casi inicia el verano y, decanto ponerme un vestido veraniego. Es uno que tengo desde hace unos años, lo he conservado bien, tiene un valor especial porque mamá me lo dio como un regalo. Mamá... como deseo tenerla conmigo, contarle lo que he vivido, que me dé el consejo adecuado... Suspiro. Debo hacer algo antes de salir, la necesidad viene a cercén; el cuadernillo se abre, después de la hoja fechada de aquel sábado de marzo, escribo la fecha de hoy. Y me desahogo, siempre ha sido un alivio descargar en páginas lo que me ataca. Viernes, 25 de Junio de 2021. Ayer
Tiempo de sobra tengo ahora que ya he terminado. Dirijo mis pasos a la habitación y tomo una ducha. Antes de ingresar al baño reviso el teléfono, es un mensaje de Mila dando aviso de su llegada a casa. Cansada por la salida de anoche informa que dormirá. Le contesto y dejo el aparato en medio de la cama. Una cascada fría se desplaza sobre mis músculos, encamina la dirección encima de mi dorsal. Se va el sudor, aligera el cansancio, aunque no haya sido un día pesado. Vuelvo a la habitación, recupero la noción, después de una ida pasajera. Me visto a la velocidad de la luz. Acto seguido, me retiro y voy en busca de eso que me ha dejado con incertidumbre. No se revierte el efecto, sigo pensando en eso, no deja de girar en mi cabeza. El boceto sigue en la mesita de centro, ahí lo he depositado indecisa sobre dejarlo o no en ese lugar. Tal vez Silvain se enfade conmigo, lo mejor era dejarlo dónde estaba, igual ya he limpiado. La escena no se ve como él la dejó. Estoy a punto de retirarm
A la corta, no tengo qué hacer nada más. Pero el idiota de Silvain me retiene hasta que se haga la hora de mi salida; me impone cumplir con el horario. Estoy hasta los cimientos, se supone que ya puedo irme, incluso si mi salida no es aún, pero en vista de que he terminado y él no me da otra demanda, puede permitir que me vaya. «¿Qué diantres le pasa?». Me quedo en la habitación, trato de no perder la paciencia, lo cual es díficil. Las horas van al ritmo de una tortuga, ahora que el tiempo es lento, quisiera arrancarme hebra por hebra. Resoplo. A grosso modo, media hora después escucho doble toque en la puerta; no hace falta pensar mucho sobre quién es, y me tardo adrede antes de abrirle. Silvain, con su máscara de frialdad, me examina en silencio. —¿Puedo irme? —No. Venía a pedirte que vengas a comer, ordené comida china —avisa sin mucho interés. —Gracias, pero no tengo hambre. —He dicho que vengas a comer, Viscardi. Sí tienes hambre, así que deja de mentir. —expresa, altanero
Risitas me despiertan en la noche. Un tanto adormilada parpadeo bajo la oscuridad que se extiende en la habitación. La luna que da su tenue iluminación me ayuda a ubicarme, sin necesidad de encender la lámpara o la luz de la habitación. Cautelosa marcho hacia el exterior, me quedo paralizada al ver a Mila besándose con un hombre, y él se me hace familiar. Están en el pasillo, yo a unos pasos de ellos dos. —Travieso, no estoy sola, nos van a escuchar —vuelve a soltar una risa, enroscada a su cuello. Tal vez deba decir algo, no estoy segura...—Tu amiga debe de estar durmiendo a esta hora, hermosa —expresa y ese acento se me hace conocido. Antes de ser vista entro a la habitación y regreso a la cama, pero es incómodo saber lo que está pasando, se supone que no tendría por qué saberlo. Me tapo la cara con una almohada y el sueño imperecedero por fin va atrapándome hasta no sentir más. Al otro día, un sábado que llega con planes de salida, no es igual a los otros. Sucede que luego de
Estamos en un cine, ubicado en la segunda avenida, calle doce de New York. Numerosas personas llenan la sala, ambas aguardamos la proyección de la película que elegimos, es comedia romántica. En la espera, llevo otro puñado de palomitas de maíz a mi boca, están deliciosas, puedo sentir la delicia de la mantequilla que enbadurna a cada una; le doy un sorbo a la gaseosa. Ladeo la cabeza hacia Mila. Está tecleando en su teléfono, sonríe. Yo suspiro en mi lugar, ya quiero que acabe la publicidad. Instantes después, ha empezado y centro la atención en esa gigantesca pantalla. Río, vivo, me siento bien a la par de una destornillada Mila que me resulta más graciosa que la película. Tras terminar, vamos al baño de damas. Suplica mi vejiga ser vaciada, adviertiendo con explotar si no me doy prisa. Termino de orinar y puedo respirar aliviada, subo el zíper del vaquero y me retiro. Mila, me convida a ir al bar, uno que está cerca y suele ser concurrido por el gentío después del cine. No estoy s