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21. Seducción Silenciosa

A la corta, no tengo qué hacer nada más. Pero el idiota de Silvain me retiene hasta que se haga la hora de mi salida; me impone cumplir con el horario. Estoy hasta los cimientos, se supone que ya puedo irme, incluso si mi salida no es aún, pero en vista de que he terminado y él no me da otra demanda, puede permitir que me vaya.

«¿Qué diantres le pasa?».

Me quedo en la habitación, trato de no perder la paciencia, lo cual es díficil. Las horas van al ritmo de una tortuga, ahora que el tiempo es lento, quisiera arrancarme hebra por hebra. Resoplo. A grosso modo, media hora después escucho doble toque en la puerta; no hace falta pensar mucho sobre quién es, y me tardo adrede antes de abrirle.

Silvain, con su máscara de frialdad, me examina en silencio.

—¿Puedo irme?

—No. Venía a pedirte que vengas a comer, ordené comida china —avisa sin mucho interés.

—Gracias, pero no tengo hambre.

—He dicho que vengas a comer, Viscardi. Sí tienes hambre, así que deja de mentir. —expresa, altanero
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