Abro los ojos al amanecer. La luz se filtra por las cortinas de la habitación. A mi lado no hay nadie, cosa que no debería de extrañarme. Ya Silvain se ha marchado, dejándome sola. Me siento en la cama y con las sábanas me tapo el pecho, entonces trato de espabilar todos mis sentidos; algo dista de la otra noche con la de ayer, dos cosas: no radica arrepentimiento en mí y he sentido muchas cosas, tanto así que hoy me siento distinta. Esto es patético, quiero echarme a llorar, porque sé que Silvain solo busca eso, conmigo ya lo ha logrado dos veces. No debí, pero ya involucré la emoción en lo pasajero y mi corazón en lo imposible. No sé si podré salir ilesa. Suspiro. Mi lado estúpido e iluso, cree verlo entrar en cualquier momento por esa puerta. No pasa, lo único que corre es el tiempo y debo apresurarme a dejar esta habitación. Consigo mi vestido de sarga en una parte, me lo pongo, también los tacones y con mis dedos peino mi pelo revuelto. En mi opinión me veo terrible, no tengo
La tarde va cayendo, el cielo azul tirando a un naranja y rosado es atrapante. Inconmensurable crece la idea de ir a echar un vistazo por esos lares. Nadie me ve, ¿por qué no hacerlo? Antes de lo que creí, acabé mi labor del día, así que estoy libre, con tiempo de sobra sigo aquí, debo cumplir con el horario. Ya me he duchado, tan solo debo esperar que el reloj marque las cinco. A propósito, mi móvil está en la habitación. Avanzo sobre el césped bien cuidado, decido quitarme los zapatos, es agradable sentir como se hunden mis pies en la grama. A cada rato miro a los lados, temiendo ser vista. Ya estoy cerca de la zona arboleada, me introduzco asombrada por la inminencia de los árboles. «¿Qué estoy haciendo?». Quizá deba volver, no quiero, sigo por ahí, a sabiendas de que puedo conseguirme problemas. Igual, no puedo parar ya, he andado unos minutos y por fin, ante mis ojos está esa cabaña que, tiene ese aspecto exterior que evoca lo plenamente campestre o rural. Avisto una entrada te
—¿Te vas a quedar callada? ¿no me vas a decir nada? —lanza, exasperado, salgo de la cama y busco mis zapatos. Pensar que él me ha traído en sus brazos, encima a su habitación, me deja perpleja, confundida. No parece real, y no lo considero un sueño, con él tan furibundo me veo en la pesadilla. La cabeza me duele un poquito; despectivo me da el calzado, y lo veo. Sus azules están oscurecidos. No me tiene compasión, y yo debería de replicar, me ha retratado sin mi consentimiento, debería de estar avergonzado. «¿Qué ridiculeces pienso?». Claro está que no debí ir a la cabaña. —Lo siento, ¿si? Lamento lo que hice, no estuvo bien... —emito, no me arrepiento mucho, solo de quedarme encerrada accidental... arrugo el ceño, ¿es que Silvain me encerró? —. ¿Has sido tú? Fue predemitado. —Te lo has buscado, por andar metiendo las narices en mis asuntos. No sabes lo molesto que estoy, Aryanna. Es mi lugar, es mi privacidad y te has saltado las reglas. —¿Q-qué vas a hacerme? La peligrosa c
Es raro que no me aprehenda de nuevo, lejos de su ordinariez, respiro hondo. Siento la libertad afuera, dentro de mí solo queda una prisión emocional, liberarme es algo imposible. Aunque estoy decidida a renunciar a ese sentimiento, sigue aquí, incrustado en una parte, arraigado fuerte en mí. La necedad de mi corazón oprime, odio mentirme de esta manera. Una vez pasó, luego vuelvo a caer y sigo estúpidamente sintiendo de todo por ese tipo tan tóxico. Tengo que estar loca e irracional para pensar de esta manera, no me comprendo, no me encuentro. Parezco dar un paso atrás, retirarme de la trampa y de ese terreno árido lleno de bombas escondidas, sin embargo, surge un empujón que me avienta a las minas, a todo lo que puede matarme. La idea de morir a sabiendas de la eminente advertencia me duele un poco, este masoquismo me condena a la destrucción, cada que respiro me ato más a ese loco sin remedio. No lo salva ni un milagro. Está dañado y revertir tantas ruinas se convierte en un pl
¿Por qué escucho esas voces? Murmuros, gritos, un barullo que advierten sobre la colisión; aún así las insidiosas palabras que contradicen al tiempo de cuestionarte de manera fiera, es insuficiente para ponerte a salvo. Soy una prófuga de la estabilidad, me compete un refugio, y camino a la zona de peligro. Su peligro. Este miércoles lento, se va de a poco y lo que le queda me las apaño para no aburrirme mucho. Pasa que en momentos de letargo tiendo a pensar con demasía y eso cansa, la verdad hay un punto en que te fatigas y quieres poner la mente en blanco, sin embargo, siempre hay una frase devuelta, una palabra dándote vueltas en la cabeza, giros locos en el momento inoportuno; en fin, nunca tendrás la cabeza en blanco, eso no es posible. Para muestra: Yo, aquí estoy, en la terraza, sentada en una tumbona con la portátil en las piernas. Sin afán, tecleo, me esfuerzo mucho para no recapitular en mi vida, en lo que me pasa con Silvain, es un trabajo perdido. En poco, todo tipo de
Antes de dormirme, se van tejiendo ideas, ecos nítidos que escalan en mí, repetitivos... He podido pasar lo que escribí en la portátil de Mila, ahora puedo continuar en la mía y seguir por ese camino al que me empuja la inspiración derivada de lo vivido y lo poco que sé de Silvain. No puedo creer que me lanzo a eso. Escribir un borrador torno a mi jefe ha surgido de pronto y estoy ansiosa por seguirlo, quizá esto alimente ilusiones, porque una hambruna emocional sufre mi alma. A puerta cerrada, estoy tranquila y empiezo a escribir. Mis dedos bailan sobre ese teclado hasta la madrugada, cuando noto lo tarde que es, decido parar y descansar, pero quedarme hasta esa hora sin pegar un ojo ha dejado insomnio en consecuencia. La secuela en la mañana llega con dolor de cabeza y agotamiento. A duras penas me ducho y hago mis necesidades antes de prepararme. Sucede que al revisar mi teléfono tengo cuatro llamadas perdidas de Silvain, horrorizada abro los ojos de par en par, también dejó un m
Me encamino a esa estancia, dónde la oscuridad no se apiada de nadie, siquiera yo me salvo, está todo a oscuras dificultando que me mueva sin chocar con algo en mi camino, con el flash de mi teléfono logro direccionar sin dar más trastabillos. Al fin lo veo en su cama, atrapado en una dolencia que me alarma. Me acerco a su cuerpo, oculto entre las sábanas de seda, lo detecto en la fragilidad, tiene los párpados cerrados y la respiración entrecortada, se retuerce constantemente. Toco su frente y arde mucho, afiebrado se encuentra. Me quedo petrificada. Enciendo la luz de la mesilla de noche así puedo estudiarlo mejor. La palidez rodea sus facciones, no para de temblar. —Silvain, Silvain por favor dime algo —lo muevo, desesperada, estoy trémula, sin saber qué hacer ante la anomalía. Solo sigue en la queja audible. —A-Aryana. —Me estoy asustando, ¿por qué te has puesto tan enfermo? —cuestiono, con la respiración errática. No me responde, gime adolorido y aferra mi antebrazo, cauta v
Despierto al lado de un cuerpo musculoso y tibio. Me sacudo las sábanas y perpleja parpadeo mirándome cerca suyo. Amanecí en la cama junto a Silvain, él sigue durmiendo como un bebé luego de la noche doliente que pasó. Tanteo su cara, sigilosa, tiene una calentura leve, surcos oscuros se dibujan debajo de sus ojos y sigue abandonado por su tez natural. Los resfriados comunes pueden durar hasta cuatro días, mejorando en ese periodo de tiempo. Lo dejo descansar y me dirijo a la cocina, en la zona me pregunto qué habrá sido de Zinnia que brilla por su ausencia y tomando en cuenta la hora, de Génesis que no está. Preparo un caldo de pollo, eso atenúa la molestia, siempre le va bien un poco al enfermo. Dejo que hierva, mientras voy por mi mochila y ya en el baño de la habitación que suelo ocupar, puedo adecentarme, me cepillo los dientes y me ducho. He dejado todo a fuego lento, así me da tiempo de tomar la ducha corta y volver a la cocina sin presenciar un incidente. Le sirvo un poco d