36. Calentura

Me encamino a esa estancia, dónde la oscuridad no se apiada de nadie, siquiera yo me salvo, está todo a oscuras dificultando que me mueva sin chocar con algo en mi camino, con el flash de mi teléfono logro direccionar sin dar más trastabillos. Al fin lo veo en su cama, atrapado en una dolencia que me alarma. Me acerco a su cuerpo, oculto entre las sábanas de seda, lo detecto en la fragilidad, tiene los párpados cerrados y la respiración entrecortada, se retuerce constantemente. Toco su frente y arde mucho, afiebrado se encuentra. Me quedo petrificada. Enciendo la luz de la mesilla de noche así puedo estudiarlo mejor. La palidez rodea sus facciones, no para de temblar.

—Silvain, Silvain por favor dime algo —lo muevo, desesperada, estoy trémula, sin saber qué hacer ante la anomalía.

Solo sigue en la queja audible.

—A-Aryana.

—Me estoy asustando, ¿por qué te has puesto tan enfermo? —cuestiono, con la respiración errática.

No me responde, gime adolorido y aferra mi antebrazo, cauta v
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