Me encamino a esa estancia, dónde la oscuridad no se apiada de nadie, siquiera yo me salvo, está todo a oscuras dificultando que me mueva sin chocar con algo en mi camino, con el flash de mi teléfono logro direccionar sin dar más trastabillos. Al fin lo veo en su cama, atrapado en una dolencia que me alarma. Me acerco a su cuerpo, oculto entre las sábanas de seda, lo detecto en la fragilidad, tiene los párpados cerrados y la respiración entrecortada, se retuerce constantemente. Toco su frente y arde mucho, afiebrado se encuentra. Me quedo petrificada. Enciendo la luz de la mesilla de noche así puedo estudiarlo mejor. La palidez rodea sus facciones, no para de temblar. —Silvain, Silvain por favor dime algo —lo muevo, desesperada, estoy trémula, sin saber qué hacer ante la anomalía. Solo sigue en la queja audible. —A-Aryana. —Me estoy asustando, ¿por qué te has puesto tan enfermo? —cuestiono, con la respiración errática. No me responde, gime adolorido y aferra mi antebrazo, cauta v
Despierto al lado de un cuerpo musculoso y tibio. Me sacudo las sábanas y perpleja parpadeo mirándome cerca suyo. Amanecí en la cama junto a Silvain, él sigue durmiendo como un bebé luego de la noche doliente que pasó. Tanteo su cara, sigilosa, tiene una calentura leve, surcos oscuros se dibujan debajo de sus ojos y sigue abandonado por su tez natural. Los resfriados comunes pueden durar hasta cuatro días, mejorando en ese periodo de tiempo. Lo dejo descansar y me dirijo a la cocina, en la zona me pregunto qué habrá sido de Zinnia que brilla por su ausencia y tomando en cuenta la hora, de Génesis que no está. Preparo un caldo de pollo, eso atenúa la molestia, siempre le va bien un poco al enfermo. Dejo que hierva, mientras voy por mi mochila y ya en el baño de la habitación que suelo ocupar, puedo adecentarme, me cepillo los dientes y me ducho. He dejado todo a fuego lento, así me da tiempo de tomar la ducha corta y volver a la cocina sin presenciar un incidente. Le sirvo un poco d
Silvain, aparece de pronto en la cocina, estoy por servir el pollo en un plato; se aproxima hasta subirse a un taburete y apoya los codos en mesón, de soporte sus palmas sostiene su cara y me mira. -Pensé que tendrías hambre. ¿Te apetece? Niega, no deja de verme, empiezo a creer que el malestar pasado y del que solo queda poco le afectó. Me muevo como si doy pasos en un campo minado, sigilosa. -Vete a casa -me repite -. Después de almorzar, necesito estar solo. ¿Es en serio? Si quiere estar a solas, la mansión es grandísima puede estar en un rincón si le da la gana y ni me notará. Tal vez me quiere lejos porque ya ha mostrado demasiado esa parte que oculta a menudo. -De acuerdo. -¿Qué has hecho? -curiosea. -Pollo en salsa de mostaza y miel, espero no te moleste, me tomé el atrevimiento, porque no me dijiste qué hacer... -emito, me detengo ante esa mirada que no logro descifrar. -No interesa, Aryanna. Sé muy bien lo que te dije. -bufa. -Tal vez deba irme ya, tampoco tengo hamb
Silvain tenía un resfriado, nos dijo el doctor que vino a la mansión con Gaspard. Le recetó unos medicamentos más efectivos, aconsejó que permaneciera en cama, ya el Domingo si seguía las instrucciones del especialista en salud, estaría como nuevo. Tranquila, me pude ir a casa al tanto de que Lebrun se quedaría con él esta noche. Martilleando mi cabeza siguen las palabras de Silvain, como un rollo que se abrió desde ese momento y no puedo cerrar. Yo fui Cristian una vez, pero ya no más. Aprendí a ser perfecto, bajo esa mirada... rompiéndome en pedazos. No volveré a ser un perdedor, los perdedores no tienen un lugar en este mundo.Desde las diversas pinturas, retratos, una llamada teléfonica en el exterior de la cabaña, saber de ese Cristian, es la mayor incógnita. Algunas cosas se van desglosando, pero la existencia de un Cristian lo supera todo. Cuántas preguntas, pocas respuestas. No, no tengo un solo atino en realidad. Colecciono dudas, vagas conjeturas que sigue vacilando en l
Llevo el último bombón de chocolate a mis labios, se derrite en mi paladar. Me deshago de la caja en el cubo de basura que está en la cocina. Trato de que no quede encima y así evito que sea vista por Mila. «... si pasa o no algo, no es mi problema, no meteré mis narices en tu privacidad».El énfasis de sus palabras me expresa que no debo contarle mis cosas, pero es bastante curiosa que de todas formas preguntaría al respecto. Suspiro. Me voy a mi habitación, será un día distinto mañana. Después de un jueves y viernes tan raro, Silvain retornará siendo el mismo imbécil. ...Llega una mañana diferente, a las seis de la mañana me despierto con el sonido del móvil. Atiendo el teléfono medio adormilada. Me siento en la cama y bostezo. —Buenos días. —Buenos días, Viscardi. Me quedé esperando una respuesta. —Y te la di, Silvain —bufo —. He dicho que sí. —Entonces no ha sido una respuesta tan convincente, ven al ático, dispondré de poco tiempo y necesito que firmes el nuevo contrato.
El amarre en mi estómago causa un horrendo vitoreo, la altura es eminente, no tan colosal como estos nervios de puntas. Y si observo a mi lado, tengo la mirada intensa de Silvain, vamos al mismo paso, aunque yo desearía ralentizar el ritmo con tal de no tenerlo así. A la primera que nos adentramos a la compañía automotriz mi corazón se aprieta, se incomoda en su lugar y quiere irse en un disparo. Tengo la curiosa mirada de todos en mí, no sé si por ser la nueva o por llegar acompañada por el dueño de todo eso, en todo caso mi sistema colapsa en un derrumbe nervioso. De inmediato se nos cruzan caras desconocidas, él soltando saludos desdeñosos y demandas por doquier, no me presenta a nadie. Solo dice que lo siga, lo hago. Nos dirigimos a un elevador. Estoy a su lado en el ascenso, un silencio clonado repercute y, enrevesa mi cabeza, me siento distinta siempre que soy atrapada por una caricia suya, su perfume es como el tacto abrasivo, haciendo fricción en mi piel y arden mis poros.
Trago duro, lo avisto en su silla, escribiendo en su respectiva portátil o si no disca en la Mac; a medida que avanzo el peso del pavor me come, murmuro suplicas al cielo, ya cuando dirige sus ojos a mí, soy un flan andante. No creo tener la celestial ayuda que imploro. —Jefe... —¿Qué? —quita las manos del teclado, y me mira. —Tengo que decirle algo. —Habla ahora o calla, no dispongo de mucho tiempo. ¿Me has traído las copias? —A eso voy —me acerco a su irascible ser, no quiero verlo iracundo, mas él por todo se pone así; es una fiera —. Mire, he arruinado accidentalmente el documento original, lo siento. —¡¿Me estás tomando el pelo?! —se levanta de golpe, ante la brusquedad doy un respingo.—Yo... en realidad Michael llegó y me asusté con su esporádica aparición, así es como derramé café en la hoja. Soy una idiota, dígame cómo puedo arreglarlo. —¡No sé puede enmedar, mira nada más! —grita envalentonado —. Sabes que debo presentarme en la junta en una hora, no te quiero ver, V
—Gerrit, basta, harás que me queme... —la está abrazando por detrás. Aclaro mi garganta, los dos se dan la vuelta y me miran sorprendidos. El muchacho se aleja de Mila y viene a mí dejando un beso en mi mejilla. —Que pena contigo, Aryanna. ¿Cómo estás? —Descuida, bien. —Ami, en un rato empezaremos a arreglarnos. Gerrit, pásame la sal, por favor. —le dice a su novio. Yo tomo asiento en un taburete. Los veo a ambos moverse en la cocina. —De eso quería hablarte, no puedo ir, debo acompañar a Silvain a una gala. Abre los ojos de par en par, boquiabierta deja lo que hace y se acerca a mí. —¿Por qué? No es justo, ¿te lo ha dicho hoy, así de la nada? —pone mala cara, hace un puchero. Suspiro. —Es que de un minuto a otro la chica con la que iría no podrá, me pidió el favor —explico omitiendo el incidente del documento. —Claro, y no quisiste negarte, pensé que querrías salir con nosotros. —hace ojitos. —No es eso, claro que sí, pero no pude negarme, lo vi en un aprieto y... —expiro