Silvain tenía un resfriado, nos dijo el doctor que vino a la mansión con Gaspard. Le recetó unos medicamentos más efectivos, aconsejó que permaneciera en cama, ya el Domingo si seguía las instrucciones del especialista en salud, estaría como nuevo. Tranquila, me pude ir a casa al tanto de que Lebrun se quedaría con él esta noche. Martilleando mi cabeza siguen las palabras de Silvain, como un rollo que se abrió desde ese momento y no puedo cerrar. Yo fui Cristian una vez, pero ya no más. Aprendí a ser perfecto, bajo esa mirada... rompiéndome en pedazos. No volveré a ser un perdedor, los perdedores no tienen un lugar en este mundo.Desde las diversas pinturas, retratos, una llamada teléfonica en el exterior de la cabaña, saber de ese Cristian, es la mayor incógnita. Algunas cosas se van desglosando, pero la existencia de un Cristian lo supera todo. Cuántas preguntas, pocas respuestas. No, no tengo un solo atino en realidad. Colecciono dudas, vagas conjeturas que sigue vacilando en l
Llevo el último bombón de chocolate a mis labios, se derrite en mi paladar. Me deshago de la caja en el cubo de basura que está en la cocina. Trato de que no quede encima y así evito que sea vista por Mila. «... si pasa o no algo, no es mi problema, no meteré mis narices en tu privacidad».El énfasis de sus palabras me expresa que no debo contarle mis cosas, pero es bastante curiosa que de todas formas preguntaría al respecto. Suspiro. Me voy a mi habitación, será un día distinto mañana. Después de un jueves y viernes tan raro, Silvain retornará siendo el mismo imbécil. ...Llega una mañana diferente, a las seis de la mañana me despierto con el sonido del móvil. Atiendo el teléfono medio adormilada. Me siento en la cama y bostezo. —Buenos días. —Buenos días, Viscardi. Me quedé esperando una respuesta. —Y te la di, Silvain —bufo —. He dicho que sí. —Entonces no ha sido una respuesta tan convincente, ven al ático, dispondré de poco tiempo y necesito que firmes el nuevo contrato.
El amarre en mi estómago causa un horrendo vitoreo, la altura es eminente, no tan colosal como estos nervios de puntas. Y si observo a mi lado, tengo la mirada intensa de Silvain, vamos al mismo paso, aunque yo desearía ralentizar el ritmo con tal de no tenerlo así. A la primera que nos adentramos a la compañía automotriz mi corazón se aprieta, se incomoda en su lugar y quiere irse en un disparo. Tengo la curiosa mirada de todos en mí, no sé si por ser la nueva o por llegar acompañada por el dueño de todo eso, en todo caso mi sistema colapsa en un derrumbe nervioso. De inmediato se nos cruzan caras desconocidas, él soltando saludos desdeñosos y demandas por doquier, no me presenta a nadie. Solo dice que lo siga, lo hago. Nos dirigimos a un elevador. Estoy a su lado en el ascenso, un silencio clonado repercute y, enrevesa mi cabeza, me siento distinta siempre que soy atrapada por una caricia suya, su perfume es como el tacto abrasivo, haciendo fricción en mi piel y arden mis poros.
Trago duro, lo avisto en su silla, escribiendo en su respectiva portátil o si no disca en la Mac; a medida que avanzo el peso del pavor me come, murmuro suplicas al cielo, ya cuando dirige sus ojos a mí, soy un flan andante. No creo tener la celestial ayuda que imploro. —Jefe... —¿Qué? —quita las manos del teclado, y me mira. —Tengo que decirle algo. —Habla ahora o calla, no dispongo de mucho tiempo. ¿Me has traído las copias? —A eso voy —me acerco a su irascible ser, no quiero verlo iracundo, mas él por todo se pone así; es una fiera —. Mire, he arruinado accidentalmente el documento original, lo siento. —¡¿Me estás tomando el pelo?! —se levanta de golpe, ante la brusquedad doy un respingo.—Yo... en realidad Michael llegó y me asusté con su esporádica aparición, así es como derramé café en la hoja. Soy una idiota, dígame cómo puedo arreglarlo. —¡No sé puede enmedar, mira nada más! —grita envalentonado —. Sabes que debo presentarme en la junta en una hora, no te quiero ver, V
—Gerrit, basta, harás que me queme... —la está abrazando por detrás. Aclaro mi garganta, los dos se dan la vuelta y me miran sorprendidos. El muchacho se aleja de Mila y viene a mí dejando un beso en mi mejilla. —Que pena contigo, Aryanna. ¿Cómo estás? —Descuida, bien. —Ami, en un rato empezaremos a arreglarnos. Gerrit, pásame la sal, por favor. —le dice a su novio. Yo tomo asiento en un taburete. Los veo a ambos moverse en la cocina. —De eso quería hablarte, no puedo ir, debo acompañar a Silvain a una gala. Abre los ojos de par en par, boquiabierta deja lo que hace y se acerca a mí. —¿Por qué? No es justo, ¿te lo ha dicho hoy, así de la nada? —pone mala cara, hace un puchero. Suspiro. —Es que de un minuto a otro la chica con la que iría no podrá, me pidió el favor —explico omitiendo el incidente del documento. —Claro, y no quisiste negarte, pensé que querrías salir con nosotros. —hace ojitos. —No es eso, claro que sí, pero no pude negarme, lo vi en un aprieto y... —expiro
—Mantenme al tanto. —me dice antes de irse con Gerrit, tan puntual. Quedo sola en el apartamento, miro el reloj, falta nada para las ocho de la noche. Espero que Silvain no se tarde, aunque debo rescatar que es un obseso con la hora también. Decido bajar hasta el pórtico, no pasa ni cinco minutos cuando un flamante deportivo presume la llegada. Es él, no hace falta ponerlo en duda. En efecto dos veces suena el claxon y ya me encamino al costoso auto. Mi cara es todo un poema al ver a ese espécimen de hombre enigmático bajar y rodear el coche, se me seca la boca. Parece imposible pero no, se ve más perfecto que nunca, con un traje corte italiano a la medida oscuro, no lleva corbata, en su lugar luce una pajarita negra. De su lacio y pelo marrón un peinado prolijo. Su arrebatador perfume cala hondo en mi ser, revolviendo en un maremoto todas mis terminaciones nerviosas. Una sonrisa se curva en sus labios, entonces me abre la portezuela, como todo un caballero. «¿Un ser extraterrestre
Sabe que tengo dos pies izquierdos, pero como sé que no aceptará un rechazo, entonces me levanto tomando su mano. —Gaspard...Me sonríe. —Olvida el entorno, te guiaré como aquella vez. —me guiña un ojo. Bailamos, una canción lenta suena. Me pega a su pecho y ahí descanso la cabeza, fallo en algunos pasos, pero hago lo mejor que puedo y valoro que me anime a seguir la pieza. Se separa de mí y me mira a los ojos.—¿Te ha invitado o forzado a venir? —curiosea. —No, no es lo que crees —inspiro hondo —. En realidad arruiné algo, a la hora de decirle que estaba dispuesta a hacer lo que fuera, me impuso venir con él, no tenía opción. —Lo sabía, te obligó —resopla.—Sí, pero esta vez si he tenido toda culpa.—Espera...Dejo de moverme y, se acerca a mi cara y algo aturdida siento la colisión devorando. Solo acomoda un mechón de mi cabello echándolo atrás, no proyecta otra intención. De pronto soy consciente de lo íntimo que se siente estar tan cerca suyo, entonces al pasar los minutos re
Han pasado más de quince minutos, no lo sé, para mí dejó de existir el tiempo. Doy un respingo con su llegada súbita. —Ven aquí. —dice, observo que tiene dos copas y una botella de... ¿vino? —¿No te ha sido suficiente todo lo que tomaste en el evento? Y no beberé contigo —me cruzo de brazos, renuente hasta la médula. —Mira al cielo, la noche es hermosa, ¿no te parece? —menciona, en efecto lo es, es un cielo nocturno tachonado de estrellas, como un lienzo en negro pero escarchado. Sin embargo, ¿a qué viene eso? Hace rato era un hombre furibundo, ahora un tipo soltando comentarios ajenos a su ser; no lo comprendo. Me levanto y dirijo mis pasos hacia la tumbona, Silvain me sirve un poco de vino, le dejo el brazo tendido. —No quiero, ya te dije. —Tómala, una no te hará mal. Para que deje el fastidio la acepto. No bebo aún, apenas a los minutos le doy un pequeño sorbo. La brisa que hace es fresca, aún así cada oleada eriza los vellos de mi piel. Silvain está de lo más cómodo en otr