No se han despejado completamente las dudas, Gaspar tiene razón, yo sola debo decidirlo. Todavía tengo estos días para pensarlo. Ya el jueves que retorne Mila también se lo comentaré, no a detalles, porque ella no sabe nada de lo que hace Silvain, ni conoce su aberrante forma de ser. Suspiro, voy por esa ducha que pide a gritos mi cuerpo. Y ya empiezo a buscar qué atuendo ponerme para la salida de esta noche. Asegurando que solo se trata de una cita amistosa, no he podido negarme ante su invitación. Que no sea algo serio, sino para desligarse de la rutina, no significa que voy a ponerme cualquier ropa. Quiero estar bonita, lucir bien. La caja de bombones sigue en la cocina, cerrada y con el perfecto lazo sin deshacer. Me animo a comer uno de esos costosos chocolates. En mi boca, el dulce se derrite, se escapa en una mordida el delicioso relleno. Sigo sin creer que Silvain haya enviado esto a mí. ...La noche ha caído, como la tela de mi vestido de sarga se ajusta a mi cuerpo, es de
Mi sangre se paraliza, la vitalidad del aire se ha ido, una bruma densa aplasta mis sentidos. Ya no estoy al pie de la colina, caí ya ante en él: un depredador. Que no hace bien. ¿A quién le importa saberse en la derrota cuando la cordura se ha ido? En poco, vuelan las cenizas y los insectos aletean en mí. Un poco de la sutileza que no emplearía, existe. La emoción ya es una mezcolanza, lo pernicioso es una ilícita sustancia que aspiro que me lleve a la sobredosis. La flama me devora. Ya no radico, ya no existo.Pero esto no significa nada. Silvain no puede dar más. Por ahora me olvido de mis temores, alejo la realidad, me quedo con esto que me hace volar. «El impacto de la caída dolerá». ...Anclada al recuerdo de hace menos de tres horas, parpadeo en la ligera oscuridad. Mi palma reposa sobre su pecho desnudo, parte de mi cabello desprolijo ahí, intento separarme pero uno de sus brazos atraviesa mi cintura. Desisto, no quiero despertarlo. Su pecho sube y baja sin prisa. Aprov
Abro los ojos al amanecer. La luz se filtra por las cortinas de la habitación. A mi lado no hay nadie, cosa que no debería de extrañarme. Ya Silvain se ha marchado, dejándome sola. Me siento en la cama y con las sábanas me tapo el pecho, entonces trato de espabilar todos mis sentidos; algo dista de la otra noche con la de ayer, dos cosas: no radica arrepentimiento en mí y he sentido muchas cosas, tanto así que hoy me siento distinta. Esto es patético, quiero echarme a llorar, porque sé que Silvain solo busca eso, conmigo ya lo ha logrado dos veces. No debí, pero ya involucré la emoción en lo pasajero y mi corazón en lo imposible. No sé si podré salir ilesa. Suspiro. Mi lado estúpido e iluso, cree verlo entrar en cualquier momento por esa puerta. No pasa, lo único que corre es el tiempo y debo apresurarme a dejar esta habitación. Consigo mi vestido de sarga en una parte, me lo pongo, también los tacones y con mis dedos peino mi pelo revuelto. En mi opinión me veo terrible, no tengo
La tarde va cayendo, el cielo azul tirando a un naranja y rosado es atrapante. Inconmensurable crece la idea de ir a echar un vistazo por esos lares. Nadie me ve, ¿por qué no hacerlo? Antes de lo que creí, acabé mi labor del día, así que estoy libre, con tiempo de sobra sigo aquí, debo cumplir con el horario. Ya me he duchado, tan solo debo esperar que el reloj marque las cinco. A propósito, mi móvil está en la habitación. Avanzo sobre el césped bien cuidado, decido quitarme los zapatos, es agradable sentir como se hunden mis pies en la grama. A cada rato miro a los lados, temiendo ser vista. Ya estoy cerca de la zona arboleada, me introduzco asombrada por la inminencia de los árboles. «¿Qué estoy haciendo?». Quizá deba volver, no quiero, sigo por ahí, a sabiendas de que puedo conseguirme problemas. Igual, no puedo parar ya, he andado unos minutos y por fin, ante mis ojos está esa cabaña que, tiene ese aspecto exterior que evoca lo plenamente campestre o rural. Avisto una entrada te
—¿Te vas a quedar callada? ¿no me vas a decir nada? —lanza, exasperado, salgo de la cama y busco mis zapatos. Pensar que él me ha traído en sus brazos, encima a su habitación, me deja perpleja, confundida. No parece real, y no lo considero un sueño, con él tan furibundo me veo en la pesadilla. La cabeza me duele un poquito; despectivo me da el calzado, y lo veo. Sus azules están oscurecidos. No me tiene compasión, y yo debería de replicar, me ha retratado sin mi consentimiento, debería de estar avergonzado. «¿Qué ridiculeces pienso?». Claro está que no debí ir a la cabaña. —Lo siento, ¿si? Lamento lo que hice, no estuvo bien... —emito, no me arrepiento mucho, solo de quedarme encerrada accidental... arrugo el ceño, ¿es que Silvain me encerró? —. ¿Has sido tú? Fue predemitado. —Te lo has buscado, por andar metiendo las narices en mis asuntos. No sabes lo molesto que estoy, Aryanna. Es mi lugar, es mi privacidad y te has saltado las reglas. —¿Q-qué vas a hacerme? La peligrosa c
Es raro que no me aprehenda de nuevo, lejos de su ordinariez, respiro hondo. Siento la libertad afuera, dentro de mí solo queda una prisión emocional, liberarme es algo imposible. Aunque estoy decidida a renunciar a ese sentimiento, sigue aquí, incrustado en una parte, arraigado fuerte en mí. La necedad de mi corazón oprime, odio mentirme de esta manera. Una vez pasó, luego vuelvo a caer y sigo estúpidamente sintiendo de todo por ese tipo tan tóxico. Tengo que estar loca e irracional para pensar de esta manera, no me comprendo, no me encuentro. Parezco dar un paso atrás, retirarme de la trampa y de ese terreno árido lleno de bombas escondidas, sin embargo, surge un empujón que me avienta a las minas, a todo lo que puede matarme. La idea de morir a sabiendas de la eminente advertencia me duele un poco, este masoquismo me condena a la destrucción, cada que respiro me ato más a ese loco sin remedio. No lo salva ni un milagro. Está dañado y revertir tantas ruinas se convierte en un pl
¿Por qué escucho esas voces? Murmuros, gritos, un barullo que advierten sobre la colisión; aún así las insidiosas palabras que contradicen al tiempo de cuestionarte de manera fiera, es insuficiente para ponerte a salvo. Soy una prófuga de la estabilidad, me compete un refugio, y camino a la zona de peligro. Su peligro. Este miércoles lento, se va de a poco y lo que le queda me las apaño para no aburrirme mucho. Pasa que en momentos de letargo tiendo a pensar con demasía y eso cansa, la verdad hay un punto en que te fatigas y quieres poner la mente en blanco, sin embargo, siempre hay una frase devuelta, una palabra dándote vueltas en la cabeza, giros locos en el momento inoportuno; en fin, nunca tendrás la cabeza en blanco, eso no es posible. Para muestra: Yo, aquí estoy, en la terraza, sentada en una tumbona con la portátil en las piernas. Sin afán, tecleo, me esfuerzo mucho para no recapitular en mi vida, en lo que me pasa con Silvain, es un trabajo perdido. En poco, todo tipo de
Antes de dormirme, se van tejiendo ideas, ecos nítidos que escalan en mí, repetitivos... He podido pasar lo que escribí en la portátil de Mila, ahora puedo continuar en la mía y seguir por ese camino al que me empuja la inspiración derivada de lo vivido y lo poco que sé de Silvain. No puedo creer que me lanzo a eso. Escribir un borrador torno a mi jefe ha surgido de pronto y estoy ansiosa por seguirlo, quizá esto alimente ilusiones, porque una hambruna emocional sufre mi alma. A puerta cerrada, estoy tranquila y empiezo a escribir. Mis dedos bailan sobre ese teclado hasta la madrugada, cuando noto lo tarde que es, decido parar y descansar, pero quedarme hasta esa hora sin pegar un ojo ha dejado insomnio en consecuencia. La secuela en la mañana llega con dolor de cabeza y agotamiento. A duras penas me ducho y hago mis necesidades antes de prepararme. Sucede que al revisar mi teléfono tengo cuatro llamadas perdidas de Silvain, horrorizada abro los ojos de par en par, también dejó un m