9. Debilidad

Soltándome de la imagen sensual de ese francés, empiezo con mi labor. Mis ojos traviesos se desligan del trabajo, para clavarse en él, que se tira a la piscina, para zambullirse de nuevo, un par de veces también me mira, y disimulo, no quiero ser una descarada. Él, sale de la piscina y se acuesta en una tumbona, se ubica a unos tres metros de mí, una distancia que no refleja lejanía, por ende me convierte en gelatina. Desde ahí me observa, sin esconderse en el miramiento furtivo, es un casanova.

—¿Cuántos días tienes aquí trabajando? —exclama, su acento europeo me causa gracia, él a diferencia de Silvain, se le nota más lo extranjero.

—Pues este es mi segundo día —le devuelvo en respuesta, lo miro fugaz, vuelvo a hacer mi trabajo, ya me queda nada.

Estoy barriendo, ya me falta poco para terminar.

—Cierto, me has dicho que eres nueva.

—No lo hice en realidad, solo me presenté.

—Sí, pero tu hermoso rostro jamás lo había visto por aquí. Y vengo seguido, de hecho —comenta sin tapujos
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