Su mirada expresiva me está matando, petulante. Tiene cierta manera de verme que destroza en mí la escasa valentía. Esta ha sido sustituida por una cobardía, seca y aguda, como la madera al romperse, o el golpe de un látigo dejando cardenales profundos. El brete es seguro, salir del mismo, una gigantesca duda. Mi garganta se ha secado y pasar saliva duele. Estoy forcejeando por sostener sus ojos que perforan. Y me rindo con el desosiego masacrando mi débil yo. —Aryanna Viscardi, ¿te dignas finalmente en venir? Espero que tengas una explicación consistente y creíble para los días faltantes, hablaremos en mi oficina. —Buenos días, jefe. Primero, me disculpo por todo, y segundo, sí, tengo mis razones. Le explicaré todo. —balbuceo con el aliento cortado. Él, no dice otra cosa. Yo lo sigo, escaleras arriba, directo a su oficina. Todo es peor a puerta cerrada, con él callado, porque presiento que su silencio se transformará en un rugido. Me dará el zarpazo con las palabras, dolerá. Silv
Empujo aire a mis pulmones, es duro, pero, ¿de dónde rayos voy a sacar doscientos mil dólares? Es una cifra exorbitante lejos de mi alcance. Con la partida de Camila y Julia las tareas se triplican para mí. El idiota ha planeado todo, y coincidencias como la de mis compañeras le han caído como anillo al dedo. El día más ajetreado de mi vida ya alcanza el mediodía. Pasa lento, a mi parecer; odio que sea sempiterno. La única pausa que tomo es para comer, y al terminar retomo mi labor con prontitud. Mi frente está perlada de sudor, la energía extenuante, y falta mucho por hacer. —He visto el living, la mediocridad de tu trabajo se nota terriblemente —comenta mientras paso el estropajo en el comedor. Es enfermizo limpiar un espacio que ya reluce inmaculado, aún así lo hice, y ahora viene a quejarse el idiota. —Limpié como me dijo, no sé por qué dice eso. —Porque soy el jefe, y no estoy conforme con tu trabajo. —¿Me va a echar? —me detengo y lo observo —. Nada más me alegraría que per
Un jueves demasiado apresurado, se asoma como el alba pronuncia la llegada de la mañana con fulgurante sol a través de las paredes acristaladas. Olvidé cerrar las cortinas, ahora la claridad estremece mi visión delicada, hasta que logro acostumbrarme a la tortura, al rato ya dista de serlo.Me adecento, sin perder el tiempo, debo estar puntual en la mansión. De ahí, partiré con mi jefe tirano al «ático». Debo admitir que estoy nerviosa con la idea, el cambio se ha manifestado por decisión de él, no sé si hay intenciones detrás, ¿buenas? No, no lo creo. Al menos en la mansión había más trabajadores. No sé nada de ese famoso lugar donde estaré todos los próximos días clavada. Una capa fibrosa de nervios se instala en mi pecho, impide respirar, no quiero salir de la habitación y trazar el trayecto de siempre. Sin opciones, salgo del apartamento. Acostumbro irme con Mila, cuando su horario es flexible, pero si su entrada es antes de las ocho, pues tomo un taxi. Ya me puedo dar ese «lujo»
No me doy cuenta, o es que ando muy distraída, cuando estamos en un aparcamiento subterráneo. Se estaciona, le quita el seguro a la portezuela y me deshago del cinturón, al fin puedo bajar. Sobre el parquet duro, el asombro radica en mis ojos, miro apantallada a mi alrededor. Él, llega a mi lado y alardea ser el dueño de cada auto, de cada máquina potente, deportivos y convertibles lujosos que se le parece a la colección de un niño, pero a tamaño real. Al rato me suelto del desconcierto, y ya él ha obtenido la impresión mía que desea cualquier egocéntrico. El ascensor nos lleva directo a un piso. Me obligo a mantener la quijada en su lugar, la boca cerrada y los ojos sin desmesura. Es que el ático, desprende demasiada irrealidad. Es grande, lujoso... y desencanjo ahí. Mis ojos admiran el techo abovedado y se pierden por poco, ya Silvain empieza a parlar.Me explica sobre el lugar, dándome un tour que bien no podía ahorrarse viniendo de él. La mitad del piso ático con terraza de 176
Saltimbucca Alla Romana...Huele delicioso, percibo la mezcla de olores, mi sentido cae de rodillas ante el platillo que hace. Avanzo hasta la cocina, aún sin dejarme ver, avisto a mi jefe... ¿cocinando? Es una escena que no esperé ver ni hoy, ni nunca. Aún no puedo afincar bien el pie, por eso camino con cojera, tomo asiento en una de los taburetes, él se gira y no sé cómo mirarlo. —¿Ya has terminado?—Sí, no era mucho. No... sabía... que cocinas... —dudosa emito el comentario, él no le da un giro a la expresión, sigue sin dibujar siquiera una mueca. —Bueno, ya lo sabes. Supongo, sabes lo que estoy haciendo. —Supones bien, de hecho es uno de mis platos favoritos de Italia, Saltimbucca Alla Romana. —confieso, es extraño que entre los dos fluya una conversa más distendida, aunque él no tenga intenciones de seguirla. Ya se ha girado, dándole continuidad a lo suyo, y dejándome, zanjada. No sé si deba ofrecerle mi ayuda, vacilo en la indecisión. —¿Te ayudo? —No, no es necesario —exp
—De acuerdo, es un poco cliché el romance de jefe y empleada. —Sí, súper trillado, y absurdo en la vida real. Con ese francés ni a la esquina, no sabes lo mandón que es —hablo más de la cuenta, exasperada. —Te expresas de él como si fuera el mismo diablo en persona, ¿es tan estricto como dices? —Así es —admito. —Al menos te trata con respeto, ¿no? Sabes que es mejor renunciar a un trabajo donde el jefe es un tirano abusador. —Sí, no dudaría en renunciar si ese fuera el caso —determino, soy una mentirosa. —De acuerdo. Oye, sé más cuidadosa, ¿por qué te sacaste los zapatos en el trabajo? —No sabía que iba a clavarme una esquirla en el pie, y me distraje... —Con que distraída, ¿no? —No importa, ya pasó y no es nada —subo los hombros. —Bueno, ahora que estás aquí, hagamos algo. —propone ansiosa. —¿Un postre?—Sí, ven, aprovechemos el día. No declino, las siguientes horas me distraigo con ella en la cocina. Horneamos una tarta de chocolate, es mi postre favorito, por lo que dos
—Gracias —cierro la portezuela del taxi y, me encamino al interior del club. He tenido que mostrarle la identificación al vigilante. Al adentrarme, ya escucho la cacofonía, sí, esos sonidos desagradables, poco armoniosos, retumban en mis tímpanos con ferocidad. La música se mete en mi torrente, pero no corcovea la emoción. Sin aspavimientos, recorro el lugar lleno de luces parpadeando junto a la vibración, nadando entre la oleada de personas que se atraviesan en mi camino. Alcohol y cigarrillo se juntan en una nube, arrugo la nariz, aborrezco el olor. A cada rato brota de mis labios la palabra "permiso", pocas veces doy codazos, si no hay otro modo. Esta gente tan absorta en el libertinaje, distanciada de la realidad, vuela y se ensimisma demasiado en el momento. Por eso no quiero sumarme al montón.—¿Dónde estás Silvain? —pregunto en un soplo, es difícil conseguir al narciso de mi jefe entre tanta gente. Supongo, por alguna razón, que él tan prestigioso, debe estar en una zona VIP,
Cuando Silvain se levanta, mi órgano vital se bate enfurecido, es adrenalina, nervios, no puedo permitir que me atrape husmeando. De inmediato me dirijo a la cocina de su ático y lo espero, justo donde he estado luego de salir de su habitación.Aparece, veo otra imagen frente a mí, es otra persona. Cabeza alta y barbilla hacia adelante, destila poder, agresividad. Creo que debí irme hace mucho, antes de que regresara el sujeto que siempre quiere avasallar: un Narciso. Su espesa voz, grave y profunda llega, es ajena a la escena solemne de hace un momento. Transmite ferocidad. —¿Por qué no te has marchado a casa? —Silvain... —Estoy bien, ¿por qué necesitaría de tu ayuda? —ruge enfadado. Tiene una cara de póker. Es como si por arte de magia se ha librado de los efectos del alcohol. —Solo creí que estabas en un aprieto, deberías agradecer que te he traído a casa, de permitir que vinieras en ese estado, quién sabe lo que hubiera ocurrido —lo enfrento, no poseo mucho valor ahora, per