11. Manzanas Podridas

Su mirada expresiva me está matando, petulante. Tiene cierta manera de verme que destroza en mí la escasa valentía. Esta ha sido sustituida por una cobardía, seca y aguda, como la madera al romperse, o el golpe de un látigo dejando cardenales profundos. El brete es seguro, salir del mismo, una gigantesca duda. Mi garganta se ha secado y pasar saliva duele. Estoy forcejeando por sostener sus ojos que perforan. Y me rindo con el desosiego masacrando mi débil yo.

—Aryanna Viscardi, ¿te dignas finalmente en venir? Espero que tengas una explicación consistente y creíble para los días faltantes, hablaremos en mi oficina.

—Buenos días, jefe. Primero, me disculpo por todo, y segundo, sí, tengo mis razones. Le explicaré todo. —balbuceo con el aliento cortado.

Él, no dice otra cosa. Yo lo sigo, escaleras arriba, directo a su oficina. Todo es peor a puerta cerrada, con él callado, porque presiento que su silencio se transformará en un rugido. Me dará el zarpazo con las palabras, dolerá.

Silv
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