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Capítulo 10 – La Embrujada

Ivy

Están por todas partes.

Su calor me envuelve, sus alientos deslizan sobre mi piel como una promesa prohibida. Ya no sé dónde termina mi cuerpo y dónde comienzan los suyos.

Lyam. Kael. Soren.

Un murmullo. Una quemadura. Una posesión.

Sus dedos rozan mi piel, su presencia me asedia. Cierro los ojos un instante, creyendo poder retomar el control, pero es un error.

Porque solo estoy cayendo más bajo.

— Nos perteneces, Ivy, murmura Lyam en mi oído.

Mi corazón explota en mi pecho.

— Dilo.

Su aliento quema mi cuello, sus dedos se cierran sobre mi cadera. Kael traza una línea invisible a lo largo de mi brazo mientras Soren, silencioso, me observa, las pupilas oscuras, ávidas.

Están esperando.

Una palabra.

Una sumisión.

Me muerdo el labio. Debería decir que no. Luchar.

Pero la verdad es que ya no tengo fuerzas.

Me han atrapado y nunca quise escapar.

---

Kael

Ella tiembla bajo mis dedos.

Su aliento es corto, su piel incandescente.

Podría empujarla más. Provocarla, llevarla a ese instante en el que finalmente entenderá que es nuestra.

Pero quiero que lo realice por sí misma.

Que nos reclame.

Mis labios rozan la línea de su mandíbula, trazando un camino invisible hasta su oído.

— Sabes que eres nuestra, Ivy.

Ella se arquea ligeramente bajo mis palabras, y sonrío.

Está tan cerca.

Solo hace falta un poco.

---

Lyam

Ella aún lucha.

Pero su cuerpo habla por ella.

Apreto su cintura entre mis dedos, anclando su realidad a la nuestra.

— Ivy, murmuro.

Su mirada se eleva hacia mí, incierta, turbada.

Quiero ver ese momento exacto en el que entiende que no hay vuelta atrás.

Ya es nuestra.

Y ella lo sabe.

---

Soren

Está magnífica así, perdida entre deseo y miedo.

Pero no hay salida.

Estamos en ella.

Deslizo mis dedos sobre su nuca, sintiéndola temblar.

— Acepta, Ivy.

Ella jadea, los párpados entrecerrados.

Ya no puede luchar.

Ya no quiere.

Un aliento. Un escalofrío.

Luego, finalmente, cede.

— Sí…

Y en ese instante, realmente nos pertenece.

Ivy

Todo se desmorona.

El mundo se reduce a sus presencias, a la tensión que me une a ellos, a ese instante suspendido donde todo puede explotar.

Debería escapar.

No lo hago.

Lyam toma mi muñeca, su mirada ardiente anclada a la mía. Su pulgar roza mi piel, un escalofrío recorre mi brazo.

— Lo sientes, ¿verdad?

Kael ríe suavemente detrás de mí, su calor una sombra que me sigue.

— Ella aún intenta resistir, susurra.

Soren no dice nada. Pero su mirada me atraviesa.

Me encierran entre ellos, una trampa invisible de la que ya no puedo escapar.

O mejor dicho… de la que ya no quiero salir.

— Deténganse… murmuro, la voz demasiado débil, demasiado rota para ser creíble.

Lyam esboza una sonrisa carnívora.

— Dinos que nos vayamos, Ivy. Y desapareceremos.

Mi corazón late fuerte. Mis labios se entreabren.

Pero ninguna palabra sale de mi garganta.

Un silencio. Una eternidad.

Kael pone sus manos sobre mis hombros, presionando ligeramente.

— Es lo que pensaba…

---

Lyam

Está atrapada.

Lo sabe.

Lo veo en la forma en que sus pupilas se dilatan, en cómo su aliento se quiebra en su pecho.

Quiere luchar.

Pero ya arde por nosotros.

— Eres hermosa así, murmuro acariciando su mejilla.

Su piel está hirviendo.

Soren se acerca, su mano roza su clavícula. Su silencio es más poderoso que todas nuestras palabras.

Ella tiembla.

Kael se desliza detrás de ella, juega con un mechón de su cabello.

— Ivy… susurra.

Ella cierra los ojos, inclina ligeramente la cabeza hacia atrás.

Cede.

Poco a poco.

Y quiero ser quien la haga caer completamente.

---

Kael

El juego está llegando a su fin.

La siento tambalear, atrapada entre lo que cree querer y lo que su cuerpo reclama.

Sus labios están entreabiertos, su respiración errática.

— Dilo, Ivy, susurro contra su piel.

Ella no responde.

Pero no necesita hablar.

Su cuerpo ya nos suplica.

---

Soren

Un paso.

Un aliento.

Un escalofrío.

Está al borde del abismo.

Y estamos aquí para empujarla.

Extiendo la mano, deslizo mis dedos contra su nuca.

Ella tiembla.

— Se acabó, Ivy, murmuro.

Ella abre los ojos.

Brillan.

Ella sabe.

Y esta vez, ya no niega.

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