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Capítulo 4– bajo su agarre

Capítulo 4 – Bajo su agarre

Hiedra

Lyam me arregla. Sus ojos dorados arden con una intensidad que me inmoviliza.

Avanza. Lento. Con esa seguridad aplastante que me hace querer huir… o lanzarme sobre él.

—Mírame —susurra.

No quiero.

Quiero desaparecer.

Pero mis ojos se elevan, lo encuentran.

Y ya está.

Caigo.

En ese abismo incandescente que me abre sin decir una palabra.

En ese vínculo invisible que me envuelve, que me asfixia y me abraza al mismo tiempo.

Sonríe. Casi satisfecho.

—Entonces…

Calor tras mi espalda.

Kael.

Su presencia es un veneno. Una trampa.

Ni siquiera necesita tocarme para que mi piel se estremezca con su aliento.

—Eres tan reactiva, Ivy…

Su voz me roza el cuello como una caricia.

Cierro los ojos. Mi respiración se descontrola.

—No…

—No mientas —interrumpe Soren, su voz profunda corta el aire.

Él también se acerca. Más lento. Más contenido.

Pero su mirada es una promesa que me desarma.

Me estudia. Cada temblor. Cada latido desbocado de mi corazón.

—Sientes el vínculo, ¿verdad?

No.

No puedo.

No los conozco. No debería sentir nada.

Y sin embargo…

Mi cuerpo arde con su cercanía.

Los reconoce.

Y eso me aterra.

Lyam roza mi brazo con la yema de los dedos.

Una descarga me sacude. Me deja sin aire.

—Aún no lo entiendes —susurra, su mirada se oscurece—.

Pero lo harás.

Kael se ríe junto a mi oído.

Sus dedos descienden por mi costado, lentos, burlones.

—Tu cuerpo ya lo sabe, Ivy.

Aprieto los ojos con fuerza.

No. No.

Soren alza la mano. Sus dedos tocan mi clavícula.

Es un contacto helado. Lo opuesto al calor de los otros dos.

Pero igual de devastador.

—Ábrelos —ordena con suavidad.

Y obedezco.

Están en todas partes.

En mi aire. En mi piel.

En mi mente.

Hiedra

Lucho.

Quiero gritar.

Pero ni un sonido escapa.

Kael roza mis labios con el cuello.

—Dime que no sientes nada…

Deposita un beso en mi piel.

Me ahogo.

—Dilo, Ivy —insiste Lyam.

Sus dedos se cierran sobre mi muñeca.

Y la electricidad estalla entre nosotros.

Me consumen.

Por completo.

Por esa verdad que aún me niego a aceptar.

Tiemblo.

—Detente…

Pero mi voz es un susurro.

Una mentira.

Y ellos lo saben.

Hiedra

No me dejan respirar.

Su presencia me aplasta, me quema.

Debería huir. Lo deseo.

Pero no puedo.

Porque hay una parte de mí, más antigua, más oscura,

que se aferra a ellos.

Que los reclama.

Y eso me aterra.

—Ivy —murmura Lyam, su voz se desliza bajo mi piel.

Está frente a mí.

Sus dedos tocan mi mejilla con una dulzura cruel.

—Mírame.

Desvío la cabeza.

Si lo miro, me pierdo.

Pero Kael ríe detrás de mí.

Su calor acaricia mi espalda.

—Aún te resistes…

Su mano se desliza por mi cadera.

Mi aliento se corta.

—Pero tu cuerpo no miente.

Aprieto los dientes.

Cierro los ojos.

No puedo rendirme.

Porque si cedo, dejaré de ser mía.

Y, sin embargo…

Lyam me toma del mentón, me obliga a mirarlo.

Su sonrisa es una sentencia.

—Ya nos perteneces.

Mi corazón estalla.

---

Lyam

Está cediendo.

Lo veo.

Lo siento.

Lucha, pero su cuerpo nos llama.

Es instintivo. Brutal.

Su respiración se agita.

Su piel tiembla bajo nuestras caricias apenas insinuadas.

Sigue negándolo.

Pero el vínculo está ahí.

Invisible. Inevitable.

—Corre, si quieres —susurra Kael, divertido.

Besa su cuello.

Ella gime.

Mi cuerpo se tensa.

El deseo pulsa en el aire, contenido aún, pero presente.

Ella ya es nuestra.

Aunque aún no lo sepa.

—Tóquela —ordena Soren, su voz grave quiebra el silencio.

No se mueve. Permanece un paso atrás.

Pero su mirada es tan precisa como un filo.

La observa como yo.

Como nosotros.

Fascinante.

Prisionera de algo que no controla.

Y que jamás la dejará ir.

---

Hiedra

—Mienten…

Mi voz tiembla.

Lyam alza una ceja.

—¿En serio?

Su pulgar dibuja círculos lentos en mi piel.

Me estremezco.

Kael ríe, satisfecho.

—¿Entonces por qué tu cuerpo responde a cada gesto?

Quiero rechazarlo.

Pero mis manos no se mueven.

Porque en el fondo sé que dice la verdad.

Y eso me desgarra.

Soren da un paso más.

Su mirada me ancla.

—Puedes mentir con palabras, Ivy —murmura.

Sus dedos rozan

mi clavícula.

—Pero no con el alma.

Me ahogo.

No.

No puedo estar unida a ellos.

No puedo…

Entonces, ¿por qué no huyo?

¿Por qué no puedo apartarlos?

Su agarre es demasiado fuerte.

Demasiado profundo.

Y, poco a poco…

Me hundo.

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