Capítulo3
Estuve dándole vueltas a aquel asunto durante todo el día, sin llegar a ninguna conclusión. Cuando Carlos vino a buscarme por la tarde, aún no tenía respuesta, pero igual lo seguí.

Después de diez largos años, me había acostumbrado a él y a volver a casa de los Jiménez después del trabajo. ¡La costumbre es algo bastante terrible!

—¿Por qué tan callada? —preguntó Carlos en el camino, notando mi estado de ánimo al instante.

—Carlos, tal vez deberíamos... —comencé a decir, tras unos segundos de silencio.

No pude terminar la frase, ya que su teléfono sonó, interrumpiéndome y mostrando un número sin nombre en la pantalla del auto, tras lo cual noté cómo la mano de Carlos se tensó un poco en el volante.

Estaba nervioso, y eso era algo poco común en él. Instintivamente, miré su rostro mientras él con agilidad desconectaba el altavoz del auto y se ponía el auricular.

—Hola... Sí, voy para allá.

La llamada fue breve. Al colgar, me miró y dijo:

—Sara, tengo un asunto urgente que atender. No podré llevarte a casa.

Ya lo sabía antes de que lo dijera. Después de todo, esa no era la primera vez. Aun así, había albergado la leve esperanza de que primero me llevara.

Sentí una fuerte punzada de dolor en el pecho, pero me contuve y pregunté:

—¿Pasó algo?

Carlos apretó la mandíbula con fuerza sin responder, mirando hacia afuera.

—Bájate aquí y tómate un taxi directo a casa.

Ni siquiera se molestó en darme una explicación. Ya lo tenía todo muy bien planeado. ¿Qué podía decir yo? Nada. Insistir solo me haría quedar en completo ridículo.

—Cuando llegues, llámame... o mándame un mensaje —me indicó mientras giraba el volante para estacionar junto a la acera.

Sin decir nada, apreté mi bolso con fuerza y me bajé. No era paranoia mía. Desde su reacción al ver el número hasta su negativa a usar el altavoz, ya tenía mis sospechas. Pero no pregunté ni dije nada. Hay cosas que es mejor no saber.

—¡Ten mucho cuidado! —me gritó antes de arrancar; una muestra de preocupación poco común en él dada su prisa.

Me quedé ahí parada como una estatua, viendo la dirección por la que se marchó hasta que me ardieron los ojos, antes de bajar la mirada a mis pies.

Mi teléfono vibró. Era Paula.

—Sara, ¿dónde andas? ¿Cenamos juntas?

Paula Medina, mi mejor amiga, era una joven ginecóloga muy talentosa, soltera y adicta al trabajo.

—Claro —acepté sin pensarlo dos veces.

—¿Hoy salió el sol por el oeste? —preguntó un poco sorprendida por mi respuesta—. Normalmente, primero dices que le preguntarás a Carlos. ¿Qué pasó?

Sentí un fuerte nudo en el pecho. Durante diez largos años, me había convertido en la sumisa de Carlos, pidiendo permiso hasta para salir con mis amigas, siempre temiendo que no pudiera encontrarme. Sin embargo, las palabras que le había oído decirle a Miguel hicieron que me diera cuenta de que me había vuelto una verdadera carga para él, algo que lo agotaba.

—¿Estás en el hospital o en casa? —pregunté, evadiendo de inmediato su comentario.

Y, rápidamente, Paula me dio una dirección para encontrarnos.

—¿Qué pasó? ¿Peleaste con Carlos? —preguntó Paula apenas me vio.

Como era una de mis pocas amigas, le conté todo sin absoluta reserva y la furia se apoderó de ella.

—Los hombres son una verdadera mierda. ¿Se cansó? Habla como si hubieran dormido juntos mil veces.

Sus palabras, lejos de consolarme, me avergonzaron aún más. La verdad era que Carlos y yo no habíamos tenido relaciones en todo ese tiempo.

Sí, hubo unos cuantos momentos íntimos. Una vez, estando borracha, me le había insinuado, pero él solo me había cargado en brazos y me había dejado en mi habitación. En aquel entonces, pensé que me respetaba y no había querido aprovecharse de mí. Pero ahora entendía que simplemente nunca le había interesado. Después de todo, un hombre que realmente quiere a una mujer desea estar con ella. Y Carlos nunca mostró ese tipo de deseo hacia mí.

—Paula, creo que voy a dejarlo —dije tajantemente.

Después de un día entero de dudas, de repente tuve la respuesta.

—Te apoyo —repuso Paula, chocando su vaso con el mío—. Con lo guapa que eres, puedes tener al hombre que quieras.

Paula tenía razón. A los dieciocho años había ganado un concurso de belleza, y, si Carlos no me hubiera detenido, tal vez me hubiese convertido en una estrella.

Con mi belleza, he recibido incontables declaraciones y propuestas en estos años, pero nunca me interesó nadie. Al único que quería era a Carlos.

Al pensar en esto, un nudo se formó en mi garganta. No quería que Paula notara mi contradicción, así que, apresurada, corrí al baño.

En la puerta, choqué con alguien que salía y, por la prisa, terminé cayendo encima de esa persona.

Estaba a punto de disculparme cuando escuché un grito.

—¡Auxilio! ¡Me están acosando!
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