Su familiar aroma me sofocaba.Me quedé paralizada hasta que su voz baja al instante resonó: —¿Tanto te importa él ahora?Mis dedos se crisparon; antes yo me preocupaba así por él.Le avisaba incluso cuando iba a comer con Paula, pero a él en realidad eso no le importaba.Ahora que mi preocupación era por otro, se enojaba y me cuestionaba.—Claro, ¿cómo no me va a importar mi hombre? —lo miré con indiferencia a los ojos.También sabía ser cruel.Aunque Carlos y yo nos habíamos distanciado, no significaba que su daño hubiera desaparecido.En momentos inesperados como este, aún dolía profundamente.Así que si podía morderlo un poco, compensarle algo del dolor que me causó, ¿por qué no hacerlo?Siempre que aún le importara lo suficiente para sentirlo.Sus ojos se contrajeron, enfriándose. Era señal de su ira.Su reacción me confirmó que aún le importaba.Ja,ja,ja...Sorprendente que aún le importara su ex cuando ya había anunciado con bombos su relación con otra.¡Perfecto!Tenía infinida
Es porque no pude apartarlo. Qué iluso eres.Sin embargo, que se entregue a sus fantasías. Total, mientras más profunda sea su obsesión, su herida será más profunda al final.Quizás esto sea un castigo del cielo, o tal vez el espíritu de mis padres, compadeciéndose de mi dedicación durante los últimos diez años, por eso Carlos no lograba superar nuestro pasado.—Diego te traerá un teléfono más tarde, en este momento ve a descansar —dijo Carlos antes de soltarme.Se fue, con su espalda erguida, igual de imponente que siempre.Antes, ver su espalda me llenaba de felicidad; ahora me parece ser difusa, casi extraña.Bajé apresurada las escaleras y justo al llegar al vestíbulo, Diego apareció. —Señorita Moreno —me llamó.Ya no soy su asistente, pero me sigue llamando aún así.Solo es un título, y no me molesté para nada en corregirlo.—El señor Carlos le compró un teléfono, de la marca que siempre le ha gustado, pero en su última versión —dijo Diego, extendiéndome cuidadoso una bolsa.No lo
—El señor Carlos dice que tienes la voz ronca y mandó enseguida a preparar esto a medianoche. Todavía está caliente —dijo Diego, colocando una pera asada en mi mano.Mi palma de inmediato se calentó, sujetando la bolsa con la pera, y bajé la mirada.Diego ya había arrancado el auto. —Señorita Moreno, ¿la llevo a Villa Oeste?Villa Oeste era el nombre de mi conjunto residencial actual.Diego me lo preguntaba de forma tan directa que al instante comprendí por qué Carlos había aparecido aquella noche frente a mi edificio. Evidentemente, Diego lo había investigado para él.—No, gracias —lo rechacé.Diego se sorprendió un poco, mirándome por el espejo retrovisor. —Entonces...—Diego, detenga el auto —mis palabras lo hicieron estremecerse, y en efecto paró a un lado.Me miraba con recelo. —Señorita Moreno, ¿usted...?Lo interrumpí enseguida. —No volveré. Lléveme a la sala de cirugía.Mi mente estaba tan confusa que casi olvidaba por completo que Mariana seguía en el hospital.Diego lo entend
—Sé sincero, ¿te acostaste con Sara?La voz grave se coló por la rendija de la puerta, frenándome en seco justo cuando iba a entrar.Por la abertura, vi a Carlos recostado en su sillón, con los labios apretados.—Ella se me insinuó, pero no me interesa.—Vamos, Carlos, no seas tan quisquilloso. Sara es toda una belleza, muchos andan tras ella —dijo Miguel Soto, el mejor amigo de Carlos y testigo de nuestra historia de una década.—Es que la conozco demasiado, y no hay ninguna chispa entre nosotros, ¿me entiendes? —repuso Carlos con el ceño fruncido.A los catorce años me habían enviado a vivir con los Jiménez. Ahí fue que conocí a Carlos, y todos comenzaron a decir que algún día nos casaríamos.Desde entonces hemos vivido juntos, y así, entre ir y venir, se nos fueron diez años.—Claro, si trabajan en el mismo lugar, se ven las caras todo el santo día, y encima viven juntos. Seguro hasta saben cuándo el otro va al baño.Miguel soltó una risita y chasqueó la lengua.—Ya no estamos para
Carlos levantó la mirada al escucharme entrar y sus ojos se posaron inmediatamente en mi rostro. Sin necesidad de mirarme demasiado, sabía cómo me sentía.—¿Te sientes mal? —preguntó curioso, frunciendo el ceño ligeramente.En silencio, me acerqué a su escritorio. Tragando la amargura que sentía, y, con severidad, le dije:—Si no quieres casarte conmigo, puedo decírselo a Alicia, tu madre.El ceño de Carlos se arrugó aún más, comprendiendo de inmediato que había escuchado su conversación con Miguel.—Nunca pensé que en realidad me convertiría en algo tan prescindible para ti, Carlos... —añadí con un fuerte nudo en la garganta.—Para todos, ya somos prácticamente marido y mujer —me interrumpió Carlos.¿Y eso qué? ¿Se casaría conmigo solo por las apariencias? Lo que yo realmente deseaba, era que me pidiera matrimonio por amor, porque quisiera pasar su vida conmigo.Con un ligero chirrido, Carlos cerró su bolígrafo y miró los papeles del Registro Civil en mis manos.—El próximo miércoles
Estuve dándole vueltas a aquel asunto durante todo el día, sin llegar a ninguna conclusión. Cuando Carlos vino a buscarme por la tarde, aún no tenía respuesta, pero igual lo seguí.Después de diez largos años, me había acostumbrado a él y a volver a casa de los Jiménez después del trabajo. ¡La costumbre es algo bastante terrible!—¿Por qué tan callada? —preguntó Carlos en el camino, notando mi estado de ánimo al instante.—Carlos, tal vez deberíamos... —comencé a decir, tras unos segundos de silencio.No pude terminar la frase, ya que su teléfono sonó, interrumpiéndome y mostrando un número sin nombre en la pantalla del auto, tras lo cual noté cómo la mano de Carlos se tensó un poco en el volante.Estaba nervioso, y eso era algo poco común en él. Instintivamente, miré su rostro mientras él con agilidad desconectaba el altavoz del auto y se ponía el auricular. —Hola... Sí, voy para allá.La llamada fue breve. Al colgar, me miró y dijo:—Sara, tengo un asunto urgente que atender. No pod
Nunca imaginé que terminaría en la comisaría acusada de acoso. El jovencito con el que choqué apenas tenía diecisiete años, era un menor de edad, y juraba que yo había intentado propasarme con él. Aunque lo negué con insistencia, insistía en que realmente lo había tocado.—¿Dónde te tocó? —preguntó el policía con detalle.El joven, que se llamaba Alberto Hernández, me miró y señaló su pecho y luego más abajo. —Aquí y aquí... Me tocó en todas partes.«¡Mentiroso de mierda!», pensé y casi lo grito furiosa. Ni siquiera había tocado de esa manera a Carlos, que es guapísimo, ¿y ese simple mocoso creía que lo iba a manosear a él?—No lo toqué, solo choqué con él por accidente —aclaré, cuando el policía me miró.—¿Ha tomado algo de alcohol? —preguntó el oficial con una mirada un tanto insinuante.En esta sociedad, un hombre borracho es normal, pero una mujer que bebe es muy mal vista.—Sí —acepté.—¿Cuánto bebió? —insistió el policía, sin que yo entendiera muy bien qué relación tenía con lo
La mano me dolía por la fuerza con la que me sujetaba Carlos. Era evidente que estaba muy enojado.No me pude evitar preguntar si acaso estaba celoso, en el mismo momento en el que Carlos me soltó y me miró con frialdad. —Sara, ¿así es como me pagas por lo que dije? ¿Con venganza?Al escuchar esto, me quedé atónita. Realmente, no esperaba esa acusación.—No es así, yo... —intenté explicar, pero me interrumpió.—¿Dónde lo tocaste? ¿De verdad le tocaste ahí? —preguntó Carlos, con la mandíbula tensa y los ojos llenos de furia.Rara vez, lo había visto de esa manera. Definitivamente, estaba celoso. Por un momento, mi malestar se disipó un poco, al pensar que parecía que aún le importaba. Si solo me viera como una hermana o amiga, no le molestaría que tocara a otros hombres.—No lo hice —negué de nuevo.En ese momento, Alberto salió y me silbó. —Pervertida, ¿ahora estás coqueteando con mi cuñado?«Maldito mocoso», pensé. ¿Qué karma estaba pagando con él?Al ver acercarse a los hermanos, e