Carlos levantó la mirada al escucharme entrar y sus ojos se posaron inmediatamente en mi rostro. Sin necesidad de mirarme demasiado, sabía cómo me sentía.—¿Te sientes mal? —preguntó curioso, frunciendo el ceño ligeramente.En silencio, me acerqué a su escritorio. Tragando la amargura que sentía, y, con severidad, le dije:—Si no quieres casarte conmigo, puedo decírselo a Alicia, tu madre.El ceño de Carlos se arrugó aún más, comprendiendo de inmediato que había escuchado su conversación con Miguel.—Nunca pensé que en realidad me convertiría en algo tan prescindible para ti, Carlos... —añadí con un fuerte nudo en la garganta.—Para todos, ya somos prácticamente marido y mujer —me interrumpió Carlos.¿Y eso qué? ¿Se casaría conmigo solo por las apariencias? Lo que yo realmente deseaba, era que me pidiera matrimonio por amor, porque quisiera pasar su vida conmigo.Con un ligero chirrido, Carlos cerró su bolígrafo y miró los papeles del Registro Civil en mis manos.—El próximo miércoles
Estuve dándole vueltas a aquel asunto durante todo el día, sin llegar a ninguna conclusión. Cuando Carlos vino a buscarme por la tarde, aún no tenía respuesta, pero igual lo seguí.Después de diez largos años, me había acostumbrado a él y a volver a casa de los Jiménez después del trabajo. ¡La costumbre es algo bastante terrible!—¿Por qué tan callada? —preguntó Carlos en el camino, notando mi estado de ánimo al instante.—Carlos, tal vez deberíamos... —comencé a decir, tras unos segundos de silencio.No pude terminar la frase, ya que su teléfono sonó, interrumpiéndome y mostrando un número sin nombre en la pantalla del auto, tras lo cual noté cómo la mano de Carlos se tensó un poco en el volante.Estaba nervioso, y eso era algo poco común en él. Instintivamente, miré su rostro mientras él con agilidad desconectaba el altavoz del auto y se ponía el auricular. —Hola... Sí, voy para allá.La llamada fue breve. Al colgar, me miró y dijo:—Sara, tengo un asunto urgente que atender. No pod
Nunca imaginé que terminaría en la comisaría acusada de acoso. El jovencito con el que choqué apenas tenía diecisiete años, era un menor de edad, y juraba que yo había intentado propasarme con él. Aunque lo negué con insistencia, insistía en que realmente lo había tocado.—¿Dónde te tocó? —preguntó el policía con detalle.El joven, que se llamaba Alberto Hernández, me miró y señaló su pecho y luego más abajo. —Aquí y aquí... Me tocó en todas partes.«¡Mentiroso de mierda!», pensé y casi lo grito furiosa. Ni siquiera había tocado de esa manera a Carlos, que es guapísimo, ¿y ese simple mocoso creía que lo iba a manosear a él?—No lo toqué, solo choqué con él por accidente —aclaré, cuando el policía me miró.—¿Ha tomado algo de alcohol? —preguntó el oficial con una mirada un tanto insinuante.En esta sociedad, un hombre borracho es normal, pero una mujer que bebe es muy mal vista.—Sí —acepté.—¿Cuánto bebió? —insistió el policía, sin que yo entendiera muy bien qué relación tenía con lo
La mano me dolía por la fuerza con la que me sujetaba Carlos. Era evidente que estaba muy enojado.No me pude evitar preguntar si acaso estaba celoso, en el mismo momento en el que Carlos me soltó y me miró con frialdad. —Sara, ¿así es como me pagas por lo que dije? ¿Con venganza?Al escuchar esto, me quedé atónita. Realmente, no esperaba esa acusación.—No es así, yo... —intenté explicar, pero me interrumpió.—¿Dónde lo tocaste? ¿De verdad le tocaste ahí? —preguntó Carlos, con la mandíbula tensa y los ojos llenos de furia.Rara vez, lo había visto de esa manera. Definitivamente, estaba celoso. Por un momento, mi malestar se disipó un poco, al pensar que parecía que aún le importaba. Si solo me viera como una hermana o amiga, no le molestaría que tocara a otros hombres.—No lo hice —negué de nuevo.En ese momento, Alberto salió y me silbó. —Pervertida, ¿ahora estás coqueteando con mi cuñado?«Maldito mocoso», pensé. ¿Qué karma estaba pagando con él?Al ver acercarse a los hermanos, e
Una vez a salvo, tanto ella como el bebé, Beatriz fue trasladada a una habitación del hospital. Su rostro estaba pálido y demacrado, sus ojos rojos, y, con su fingida actitud, parecía realmente frágil y digna de lástima.—No te preocupes, el bebé está bien —la tranquilizó Carlos con cariño.—Carlos, tengo mucho miedo —repuso Beatriz y comenzó a llorar desconsolada.Carlos le tendió un pañuelo y, al tomarlo, Beatriz también le agarró la mano, apoyando su rostro lleno de lágrimas en el dorso.Aunque en verdad daba lástima, ¿acaso eso le daba derecho a tratar al prometido de otra como si fuera su hombre?—Beatriz, el doctor dijo que las emociones fuertes no son buenas para el bebé —dije, tras acercarme—. Apenas lograste salvarlo, si sigues llorando de esa manera podrías tener problemas de nuevo.Mientras hablaba, la sostuve con suavidad y la aparté de Carlos con sutileza.Sin embargo, al ver las lágrimas en la mano de Carlos, me sentí bastante incómoda, como si en ese momento algo mío hub
Aunque mi cuerpo no estaba completamente encendido por la pasión. Si Carlos decidía atender el teléfono o, peor aún, marcharse en ese preciso instante, sería algo profundamente humillante para mí. Observé cómo su nuez de Adán se movía con agilidad mientras rechazaba la llamada, un gesto que denotaba cierta tensión. Sin embargo, continuó besándome el cuello y la clavícula con una dedicación que parecía querer borrar cualquier duda...Pero el teléfono sonó de nuevo. Sabía que, si no contestaba, ni Carlos ni yo podríamos estar tranquilos.Giré mi rostro y le dije: —Mejor contesta.Carlos me miró con inquietud, me cubrió con una manta y salió apresurado al balcón con el teléfono.Aunque cerró la puerta corrediza, pude escuchar con claridad su voz grave.—No puedo ir... Consigue mejor una enfermera...—No dije que no te cuidaría... Sé que es mi culpa... Está bien, no llores, iré ahora mismo...Después, solo escuché el chirrido de un encendedor. Carlos estaba fumando, por primera vez dentr
—Sara, el señor Carlos la busca—dijo Marta Morales, mi secretaria, acercándome el teléfono.Había subestimado la persistencia de Carlos. Pensé que después de lo ocurrido anoche, me daría al menos un día de espacio. Claramente, me equivoqué. No tuve más remedio que contestar, adoptando un tono bastante formal, casi glacial:—Señor Carlos, dígame ¿en qué puedo ayudarle?Hubo una breve pausa al otro lado de la línea, como si mi formalidad lo hubiera desconcertado.—Sara —su voz sonaba algo ronca y cargada de culpabilidad—. ¿Por qué te fuiste tan temprano hoy? Cuando volví a casa, ya no estabas. Me... me preocupé.Al notar que la llamada no era por asuntos de trabajo, me alejé un poco de mi escritorio, buscando algo de privacidad en la bulliciosa oficina.—Salí en ese momento a desayunar —respondí secamente, omitiendo mencionar que apenas había probado bocado, con el estómago revuelto por la ansiedad y la decepción.—Lo siento mucho, anoche... —hizo una pausa, como si las palabras le costa
—¡Claro, quédate! —respondió Carlos sin consultarme.Sentí una punzada de molestia. ¿Acaso mi opinión no contaba? Pero, antes de que pudiera decir algo, Beatriz ya se había sentado y sus ojos recorrieron la mesa con evidente antojo.—Ah, pescado a la parrilla —comentó, con la voz cargada de anticipación—. Justo lo que quería probar. Tiene una pinta exquisita.—¿Quieres que también te pida foie gras? —preguntó Carlos con una naturalidad que me desconcertó. Era como si estuviera acostumbrado a complacerla en todo.—Y un postre, por favor —respondió Beatriz, con su entusiasmo creciendo por momentos—. Helado de yogur con salsa de fresa. ¡Oh! Y jugo de naranja fresco, si no es mucha molestia.Luego, como si de repente recordara mi presencia, me miró con una sonrisa que no llegó a sus ojos. —Sara, ¿quieres jugo también?—No, gracias. Agua para mí está bien —respondí secamente, llevándome de inmediato un trozo de foie gras a la boca, más por ocuparme en algo que por verdadero apetito.El sa