Capítulo6
Una vez a salvo, tanto ella como el bebé, Beatriz fue trasladada a una habitación del hospital. Su rostro estaba pálido y demacrado, sus ojos rojos, y, con su fingida actitud, parecía realmente frágil y digna de lástima.

—No te preocupes, el bebé está bien —la tranquilizó Carlos con cariño.

—Carlos, tengo mucho miedo —repuso Beatriz y comenzó a llorar desconsolada.

Carlos le tendió un pañuelo y, al tomarlo, Beatriz también le agarró la mano, apoyando su rostro lleno de lágrimas en el dorso.

Aunque en verdad daba lástima, ¿acaso eso le daba derecho a tratar al prometido de otra como si fuera su hombre?

—Beatriz, el doctor dijo que las emociones fuertes no son buenas para el bebé —dije, tras acercarme—. Apenas lograste salvarlo, si sigues llorando de esa manera podrías tener problemas de nuevo.

Mientras hablaba, la sostuve con suavidad y la aparté de Carlos con sutileza.

Sin embargo, al ver las lágrimas en la mano de Carlos, me sentí bastante incómoda, como si en ese momento algo mío hubiera sido manchado.

Soy una persona muy pulcra, tanto en la vida cotidiana como en las relaciones.

Beatriz pareció sorprendida de que la llamara por su nombre. Su expresión se tensó por un momento, pero rápidamente se recompuso.

—Carlos, lo siento, mírame... —dijo mientras intentaba tomar un pañuelo para limpiar la mano de Carlos.

—Beatriz, no deberías moverte mucho ahora —la detuve.

El rostro de Beatriz se tensó de nuevo y miró a Carlos con ojos llorosos, claramente llenos de amor.

—¿Le gustas a Beatriz? —le pregunté directamente a Carlos cuando salimos de la habitación.

—¡No! —negó Carlos de forma enfática.

—¿Y a ti? ¿Te gusta ella? —pregunté. Quería aclarar todo de una buena vez, no quería que me dejaran con la duda.

La expresión de Carlos se tensó y, después de unos segundos, dijo en voz muy baja:

—Solo somos amigos...

«¿Solo amigos?», pensé.

—Andrés ya no está. Antes de morir, me tomó de la mano y me pidió que la cuidara... —la voz de Carlos temblaba un poco, al igual que sus manos.

Parecía que se alteraba cada vez que mencionaba la muerte de Andrés. Esa no era la primera vez que lo veía así. Y mi corazón se me encogió.

—No quise insinuar nada, es solo que Beatriz parece depender demasiado de ti.

—Ella... tal vez se sienta insegura por el embarazo y por estar sola —explicó Carlos de inmediato. Sus ojos oscuros y profundos se posaron en mi rostro—. Sara, tendré más cuidado de ahora en más.

Después de que dijera eso, ¿qué más podía decir yo? Aun así, le recordé:

—Aunque la cuides por Andrés, no te olvides que hay ciertos límites entre hombres y mujeres.

No quería volver a ver una escena como la que había presenciado hacía un momento. No quería sentirme incómoda de nuevo.

—Mmm, lo entiendo... —respondió Carlos, en el mismo momento en el que oímos el urgente sonido de las ruedas de una camilla, no muy lejos de nosotros.

Instintivamente, giré la cabeza y vi a un grupo de personas empujando una camilla de emergencia hacia nosotros.

Estaba a punto de apartarme cuando escuché la voz profunda de Carlos diciendo «Cuidado» y luego sentí cómo me jalaba, mientras la camilla de emergencia pasaba a gran velocidad por detrás de nosotros.

De pronto, me encontré apoyada en su pecho, con el sonido de su corazón latiendo con fuerza en mis oídos.

Ese sonido me hizo recordar al instante que al poco tiempo de haber llegado a casa de los Jiménez, cuando participé en una actividad escolar y accidentalmente me caí desde un lugar alto.

En ese momento, Carlos había corrido hacia mí y me había abrazado, diciéndome que no tuviera miedo, luego me cargó hasta la enfermería.

Esa había sido la primera vez que escuché el latido de su corazón, tan rápido, tan ansioso... Fue en ese preciso instante cuando realmente empecé a sentir algo por él... Y ahora, su corazón seguía latiendo rápido, agitado, y era por mí.

Cerré los ojos, sin querer pensar en nada más y apoyé mi rostro más contra el pecho de Carlos, diciendo:

—Vamos a casa, estoy cansada.

—Está bien, voy a avisarle a Beatriz —respondió Carlos, soltándome y besándome en la frente.

Dado que no entré en la habitación, no escuché lo que Carlos le dijo a ella, pero cuando él salió, oí el llanto de Beatriz.

Cuando Carlos y yo regresamos a casa, sus padres aún no se habían acostado. Estaban sentados en el sofá, entretenidos, viendo la televisión, sin hablarse entre ellos.

Normalmente, hablaban muy poco. Una vez le pregunté a Alicia sobre esto, y ella me explicó que, después de tantos años de matrimonio, viéndose todos los días, ¿qué más había que decir?

Carlos me había contado que el amor de sus padres en su juventud había sido muy apasionado, pero al final se había vuelto más tranquilo. Quizás, ese era el destino final del amor.

—¡Papá, mamá!

—¡Alicia, Gabriel!

Carlos y yo los saludamos con efusividad.

—¿Ya comieron? Si no, les guardamos algo —dijo Alicia con amabilidad.

—Tranquila, ya comimos —respondió Carlos, antes de mirarme—. ¿Tienes hambre? ¿Quieres comer algo más?

A pesar de que apenas había comido en la cena, en ese momento realmente no tenía apetito, por lo que rápidamente negué:

—No, gracias.

—Entonces suban a descansar. Luego, les enviaré leche con la empleada —repuso Alicia, sonriendo.

No sé si fue mi imaginación, pero esa sonrisa me pareció ser un poco extraña. Sin embargo, no le di importancia alguna y subí las escaleras. Cuando abrí la puerta de mi habitación, me quedé paralizada y miré a Carlos de reojo y él me devolvió la mirada.

Antes de que pudiéramos bajar, Alicia ya había subido y nos informó:

—Sara, olvidé decirte que arreglaremos la habitación de Carlos para que sea su habitación de recién casados, así que, por ahora, Carlos se quedará en tu habitación.

—Mamá, Sara y yo vamos a vivir en otro lugar después de casarnos. ¿Para qué arreglar una habitación aquí? —preguntó Carlos.

—Vivir en otro lugar no significa que nunca se quedarán aquí. En año nuevo, fiestas, o cuando sea tarde, seguro necesitarán una habitación —respondió Alicia, mirándolo con reproche y llevándolo de inmediato a la puerta de mi habitación—. Dado que están a punto de casarse, no tiene nada de malo que compartan habitación.

—Sara, no tienes ninguna objeción, ¿verdad? —me preguntó Alicia con curiosidad.

De repente, recordé lo que Carlos le había dicho a Miguel y no supe qué responder, por lo que Carlos contestó por mí:

—No hay problema.

Levanté la mirada hacia él, y, al instante, él me rodeó los hombros con su brazo, antes de entrar en la habitación.

—¡Buenas noches, mamá! —dijo Carlos mientras cerraba la puerta.

Ni él ni yo dijimos nada y el ambiente era un poco incómodo, pero también había cierta tensión romántica. En especial, porque la gran cama estaba cubierta con sábanas de seda, como si fuera nuestra noche de bodas.

Mi rostro se enrojeció.

—Eh... voy a cambiarla... —dije, sonrojándome y soltando el brazo de Carlos.

Pero él me agarró de nuevo. Cuando miré sus profundos ojos, mi corazón empezó a latir más rápido y mi respiración se tornó más pesada.

La nuez de Adán de Carlos se movió, dio un paso hacia mí y todos mis nervios se tensaron.

Se acercó, con cautela, cada vez más, mientras su mano en mi brazo se deslizaba hacia arriba, posándose en mi hombro y luego en mi nuca, antes de que inclinara su cabeza hacia mí.

—Carlos... —dije, nerviosa, agarrándolo también.

En ese momento, el resto de mis palabras fueron silenciadas por sus labios. Su beso era feroz y apasionado, como nunca.

En todos estos años juntos, por supuesto que nos habíamos besado, pero siempre habían sido besos superficiales; su lengua nunca había entrado en mi boca y esa noche era diferente. Su beso era claramente más intenso.

Estaba tan nerviosa que mis dientes temblaban sin cesar, impidiéndole profundizar el beso, por lo que Carlos se detuvo al instante y, junto a mi oído, susurró:

—Relájate un poco.

Después de decir esto, sentí que mi cuerpo se elevaba. Me cargó y me colocó en la cama con sutileza. Cuando sus dedos con suavidad comenzaron a desabrochar los botones de mi blusa, los dedos de mis pies se curvaron por los nervios...

Podía ver las venas de su frente sobresaliendo y su nuez de Adán moviéndose intensamente.

Aunque nunca había tenido relaciones sexuales, tenía el conocimiento básico, por lo que sabía que en ese momento, él estaba tan emocionado como yo...

Quizás cuando dijo que no estaba interesado, era porque no lo había probado. ¿No hay un dicho que dice que el apetito viene con la comida?

Cerré los ojos, esperando el viaje íntimo que nos pertenecía solo a Carlos y a mí, y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo cuando me quitó la ropa y sus labios se posaron en mi cuello.

Sin embargo, en ese preciso momento, el teléfono de Carlos sonó y yo me estremecí, aferrándome instintivamente a su brazo.

—Carlos...
Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo