—No creo, solo estábamos él y yo en casa. Hasta los animales lo tratan con cuidado, ¿quién podría haberlo enojado? —De repente Alicia se detuvo.Sentí que algo no cuadraba. Antes de que pudiera preguntar, Alicia me agarró con firmeza. —No, espera. Después de masajearle un poco el pecho, dijo que se recostaría en el sofá. Justo entonces sonó mi teléfono, y mientras contestaba, creo que él también recibió una llamada.¿Sería esa llamada lo que alteró a Gabriel?Pregunté de inmediato: —Señora, ¿dónde está el teléfono del señor?Alicia se palpó apresurada los bolsillos. —No lo traje... debe estar en casa.No podíamos ir a buscarlo ahora, pero presentía que esa llamada era crucial.Alejandro y Carlos regresaron con una expresión sombría. Tal vez Alejandro conocía mejor el estado de Gabriel y se lo había explicado a Carlos.Mi angustia aumentó. Quería saber más, pero Alicia me sujetaba como si fuera en ese momento su salvavidas.Después de una hora, el médico salió de urgencias, agotado.—Do
Gabriel me miraba con tanta debilidad que mis lágrimas empezaron a caer desbordadas.Lo había visto de muchas formas, siempre fuerte y gallardo, pero nunca tan frágil como ahora.—No llores, Sara... no llores —intentó por un momento levantar la mano para secarme las lágrimas.Sujeté con dulzura su mano y me sequé las lágrimas con la ropa.¡Un momento!No era mi ropa, era la chaqueta de Carlos.Me había sacado apresurada del hotel en pijama y ya en el auto me dio su chaqueta.Quise rechazarla, pero solo llevaba un camisón de tirantes y no podía presentarme de esa manera. Tuve que ponérmela y aún la llevaba puesta.—Sí, no lloro —levanté el rostro, forzando en ese instante una sonrisa forzada.Gabriel me miraba con ternura y complejidad, lo que me inquietaba aún más. Apreté su mano. —Señor, estará bien, seguro que estará bien.—Conozco mi cuerpo —su voz era tan débil que apenas se entendía.Había enfrentado tantas tormentas en su vida, y todavía seguía lúcido y racional.—Sara, te parece
Sus palabras me intrigaban aún más, pues siempre había tenido ciertas dudas sobre el accidente.—No hay nada más —Gabriel seguía negándolo—. No pienses mal... solo creo que deberías... concentrar tu energía... en el trabajo, en tu futuro... con Sergio.Gabriel hablaba con más dificultad. La enfermera quiso en ese momento intervenir, pero él la detuvo con un ligero gesto. Solo pudo decir: —Un minuto más como máximo.Conocía la gravedad de su estado y, aunque ansiaba saber la verdad, su salud era realmente prioritaria. —Señor, hablemos después, descanse ahora.Pero me sujetaba la mano con firmeza. —Sara, pero prométemelo.Su insistencia me inquietaba demasiado, reforzando mis sospechas sobre el accidente.Pero sabía que no diría más, era inútil preguntar.En su tremendo estado, solo podía tranquilizarlo. —Bien, lo prometo.La inquietud en sus ojos se apaciguó un poco, pero no me soltó. —Sara, mira hacia adelante, recuerda siempre mis palabras.Hace poco le había dicho lo mismo a Luis.Pe
Su familiar aroma me sofocaba.Me quedé paralizada hasta que su voz baja al instante resonó: —¿Tanto te importa él ahora?Mis dedos se crisparon; antes yo me preocupaba así por él.Le avisaba incluso cuando iba a comer con Paula, pero a él en realidad eso no le importaba.Ahora que mi preocupación era por otro, se enojaba y me cuestionaba.—Claro, ¿cómo no me va a importar mi hombre? —lo miré con indiferencia a los ojos.También sabía ser cruel.Aunque Carlos y yo nos habíamos distanciado, no significaba que su daño hubiera desaparecido.En momentos inesperados como este, aún dolía profundamente.Así que si podía morderlo un poco, compensarle algo del dolor que me causó, ¿por qué no hacerlo?Siempre que aún le importara lo suficiente para sentirlo.Sus ojos se contrajeron, enfriándose. Era señal de su ira.Su reacción me confirmó que aún le importaba.Ja,ja,ja...Sorprendente que aún le importara su ex cuando ya había anunciado con bombos su relación con otra.¡Perfecto!Tenía infinida
Es porque no pude apartarlo. Qué iluso eres.Sin embargo, que se entregue a sus fantasías. Total, mientras más profunda sea su obsesión, su herida será más profunda al final.Quizás esto sea un castigo del cielo, o tal vez el espíritu de mis padres, compadeciéndose de mi dedicación durante los últimos diez años, por eso Carlos no lograba superar nuestro pasado.—Diego te traerá un teléfono más tarde, en este momento ve a descansar —dijo Carlos antes de soltarme.Se fue, con su espalda erguida, igual de imponente que siempre.Antes, ver su espalda me llenaba de felicidad; ahora me parece ser difusa, casi extraña.Bajé apresurada las escaleras y justo al llegar al vestíbulo, Diego apareció. —Señorita Moreno —me llamó.Ya no soy su asistente, pero me sigue llamando aún así.Solo es un título, y no me molesté para nada en corregirlo.—El señor Carlos le compró un teléfono, de la marca que siempre le ha gustado, pero en su última versión —dijo Diego, extendiéndome cuidadoso una bolsa.No lo
—El señor Carlos dice que tienes la voz ronca y mandó enseguida a preparar esto a medianoche. Todavía está caliente —dijo Diego, colocando una pera asada en mi mano.Mi palma de inmediato se calentó, sujetando la bolsa con la pera, y bajé la mirada.Diego ya había arrancado el auto. —Señorita Moreno, ¿la llevo a Villa Oeste?Villa Oeste era el nombre de mi conjunto residencial actual.Diego me lo preguntaba de forma tan directa que al instante comprendí por qué Carlos había aparecido aquella noche frente a mi edificio. Evidentemente, Diego lo había investigado para él.—No, gracias —lo rechacé.Diego se sorprendió un poco, mirándome por el espejo retrovisor. —Entonces...—Diego, detenga el auto —mis palabras lo hicieron estremecerse, y en efecto paró a un lado.Me miraba con recelo. —Señorita Moreno, ¿usted...?Lo interrumpí enseguida. —No volveré. Lléveme a la sala de cirugía.Mi mente estaba tan confusa que casi olvidaba por completo que Mariana seguía en el hospital.Diego lo entend
—Sé sincero, ¿te acostaste con Sara?La voz grave se coló por la rendija de la puerta, frenándome en seco justo cuando iba a entrar.Por la abertura, vi a Carlos recostado en su sillón, con los labios apretados.—Ella se me insinuó, pero no me interesa.—Vamos, Carlos, no seas tan quisquilloso. Sara es toda una belleza, muchos andan tras ella —dijo Miguel Soto, el mejor amigo de Carlos y testigo de nuestra historia de una década.—Es que la conozco demasiado, y no hay ninguna chispa entre nosotros, ¿me entiendes? —repuso Carlos con el ceño fruncido.A los catorce años me habían enviado a vivir con los Jiménez. Ahí fue que conocí a Carlos, y todos comenzaron a decir que algún día nos casaríamos.Desde entonces hemos vivido juntos, y así, entre ir y venir, se nos fueron diez años.—Claro, si trabajan en el mismo lugar, se ven las caras todo el santo día, y encima viven juntos. Seguro hasta saben cuándo el otro va al baño.Miguel soltó una risita y chasqueó la lengua.—Ya no estamos para
Carlos levantó la mirada al escucharme entrar y sus ojos se posaron inmediatamente en mi rostro. Sin necesidad de mirarme demasiado, sabía cómo me sentía.—¿Te sientes mal? —preguntó curioso, frunciendo el ceño ligeramente.En silencio, me acerqué a su escritorio. Tragando la amargura que sentía, y, con severidad, le dije:—Si no quieres casarte conmigo, puedo decírselo a Alicia, tu madre.El ceño de Carlos se arrugó aún más, comprendiendo de inmediato que había escuchado su conversación con Miguel.—Nunca pensé que en realidad me convertiría en algo tan prescindible para ti, Carlos... —añadí con un fuerte nudo en la garganta.—Para todos, ya somos prácticamente marido y mujer —me interrumpió Carlos.¿Y eso qué? ¿Se casaría conmigo solo por las apariencias? Lo que yo realmente deseaba, era que me pidiera matrimonio por amor, porque quisiera pasar su vida conmigo.Con un ligero chirrido, Carlos cerró su bolígrafo y miró los papeles del Registro Civil en mis manos.—El próximo miércoles