Capítulo4
Nunca imaginé que terminaría en la comisaría acusada de acoso. El jovencito con el que choqué apenas tenía diecisiete años, era un menor de edad, y juraba que yo había intentado propasarme con él. Aunque lo negué con insistencia, insistía en que realmente lo había tocado.

—¿Dónde te tocó? —preguntó el policía con detalle.

El joven, que se llamaba Alberto Hernández, me miró y señaló su pecho y luego más abajo.

—Aquí y aquí... Me tocó en todas partes.

«¡Mentiroso de mierda!», pensé y casi lo grito furiosa. Ni siquiera había tocado de esa manera a Carlos, que es guapísimo, ¿y ese simple mocoso creía que lo iba a manosear a él?

—No lo toqué, solo choqué con él por accidente —aclaré, cuando el policía me miró.

—¿Ha tomado algo de alcohol? —preguntó el oficial con una mirada un tanto insinuante.

En esta sociedad, un hombre borracho es normal, pero una mujer que bebe es muy mal vista.

—Sí —acepté.

—¿Cuánto bebió? —insistió el policía, sin que yo entendiera muy bien qué relación tenía con lo sucedido.

Aun así, respondí con honestidad:

—Una cerveza.

El policía me miró con incredulidad. Pensé en llamar a Paula como testigo, pero justo en ese preciso momento, mientras forcejeaba con el mocoso en el suelo, ella me había mandado un mensaje diciendo que la habían llamado de urgencia al hospital por una paciente con una severa hemorragia.

—No estaba borracha y definitivamente no intenté aprovecharme de ese niño —expliqué nuevamente, entendiendo la insinuación del oficial.

El policía anotó mis palabras y se dirigió de inmediato a Alberto:

—¿Estás seguro de que te tocó? Mentir o hacer acusaciones falsas tiene consecuencias legales.

—Por supuesto que estoy seguro —insistió Alberto. Tuve que contenerme en ese instante para no darle una paliza. —En ese momento sus ojos se iluminaron y exclamó—: ¡Beatriz, estás aquí!

Pensando en que era menor seguro habían llamado a sus padres, me giré para explicarles, pero me quedé helada al ver quiénes eran.

Ella, con largo cabello negro y un vestido blanco, era una verdadera belleza, a quien reconocí como Beatriz Hernández y, a su lado, se encontraba Carlos.

—Alberto, ¿qué pasó? —preguntó Beatriz muy preocupada.

Alberto, en lugar de responder, hizo un ligero gesto hacia Carlos:

—Beatriz, ¿es mi nuevo cuñado?

El rostro de Carlos se tensó un poco, y la mirada que me dedicó pasó de la sorpresa a la frialdad en un milisegundo.

—Sara, ¿qué sucede?

—Cuñado, ¿conoces a esta mujer? Es una pervertida. Me tocó aquí y aquí... —continuó mintiendo Alberto y haciendo gestos sugestivos.

Ya no me importaba explicar nada ni desmentirlo y me limité a mirar a Carlos. Hacía solo unas horas que nos habíamos separado, y ya era el cuñado de alguien más. La razón por la que me había dejado tan apresuradamente ahora parecía más que clara.

—Sara, soy Beatriz, la hermana de Alberto —repuso Beatriz, mirándome con dulzura.

Me sorprendió muchísimo que me conociera. Aunque claro, siendo la pareja de Carlos, era lógico que supiera de mí.

Sin embargo, nunca había tenido contacto alguno con ella y solo sabía de su existencia porque recientemente su esposo había fallecido en un accidente de auto, y Carlos, como buen amigo, había pasado tres días y tres noches ayudándola.

—Solo tropecé con tu hermano por accidente y caí sobre él —dije, tragándome la amargura que sentía—. Realmente, no hice nada de lo que dice.

—Lo sé, siempre anda haciendo travesuras —se disculpó Beatriz, con una sonrisa.

Le dio un par de palmadas en la cabeza a Alberto y, con detenimiento, le explicó la situación al policía, quien revisó las cámaras y confirmó mi versión.

—Ya que todos se conocen, ¿por qué no llegan a un acuerdo? Si no, tendremos que detener al chico por falsa denuncia —repuso enfáticamente el policía.

Beatriz tocó el brazo de Carlos con suavidad, un gesto que denotaba mucha confianza.

Carlos, por su posición, siempre mantenía una distancia con la gente y no le gustaba que lo tocaran, pero en esta ocasión no pareció molestarle, lo que dejó en evidencia que no era la primera vez.

Había cosas en las que prefería no profundizar.

Cuando estaba a punto de decir algo sobre el acuerdo, Carlos se adelantó, diciendo:

—Esto fue todo un malentendido, dejémoslo así.

Luego sentí que me agarraba la mano y me llevaba hacia afuera.
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