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Un par de horas después de la muerte de Aballah, Stacy miraba fijamente el reloj de arena. Su expresión no era de satisfacción, sino de absoluto malestar. El plazo estaba a punto de terminarse, eso, en su opinión, no era lo malo, después de todo, la noche llegaría después como siempre lo había hecho y ella podría continuar con sus planes. Lo malo, era que, con la llegada del amanecer, los estúpidos humanos atribuirían el milagroso regreso del día a Dios, a su Dios. Lo cuál era una tontería, pues nadie mejor que ella sabía que Dios no había intervenido en lo absoluto en favor de los hombres. Y se preguntó si de hecho, alguna vez había intervenido en su favor. Después de todo, el mundo de los hombres, no se diferenciaba mucho del infierno mismo, y de eso ella podía dar fe con su sello.

Lo que pasaba en realidad era que el día volver&

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