Rebosante de alegría

Todavía jadeo, intento ralentizar la respiración y los latidos del corazón, y mis pensamientos se sumen en el caos.

Abro los ojos. James ha apoyado su frente en la mía. Tiene los ojos cerrados y su respiración es irregular.

Parpadea, abre los ojos y me lanza una mirada turbia, aunque dulce. Sigue dentro de mí. Se inclina, me besa suavemente en la frente y, muy despacio, empieza a salir de mi cuerpo.

—Oooh.

Es una sensación extraña, que me hace estremecer.

—¿Te he hecho daño? —me pregunta James mientras se tumba a mi lado apoyándose en un codo.

Me pasa un mechón de pelo por detrás de la oreja. Y no puedo evitar esbozar una amplia sonrisa.

—¿Estás de verdad preguntándome si me has hecho daño?

—No me vengas con ironías —me dice con una sonrisa burlona—. En serio, ¿estás bien?

Sus ojos son intensos, perspicaces, incluso exigentes.

Me tiendo a su lado sintiendo los miembros desmadejados, con los huesos como de goma, pero estoy relajada, muy relajada.

Le sonrío. No puedo dejar de
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