CAPÍTULO 3

El hombre mostró una sonrisa ladina y le respondió:

—No miento e incluso cuando te vi aferrada a mí, pensé que eras mi esposa o algo así.

—¿Yo? ¿Tu esposa? Ja, muy gracioso, por lo menos tienes sentido del humor. Pero dime, en serio, ¿a dónde te llevo?, o ¿a quién llamo? Tengo que salir y, como comprenderás, no puedes quedarte aquí.

El semblante del hombre cambió y fijó su mirada en ella.

—Lo sé y lo entiendo. Es solo que no me gustaría marcharme así. ¿No me pudo quedar? ¿Por lo menos, hasta que me recupere? Prometo no molestar y ayudarte en lo que necesites.

—Mira, guapo, voy a ser muy sincera contigo. Yo apenas logro comer dos veces al día con lo que gano. No puedo alimentar a otra persona. Además de que yo no te conozco y, al parecer, ni tú mismo te conoces. Entonces, ¿cómo sé que eres un asesino en serie o algo así?

Melissa sentía mucha compasión por el hombre y lamentaba tener que abandonarlo en su estado, pero no era su problema y no cargaría con él.

El hombre no pudo evitar sonreír y asintió con la cabeza.

—Te entiendo. Pero, por favor, yo te prometo que no te lastimaré. —le dijo el hombre en un tono de súplica, pero Melissa negó con la cabeza.

—No, de verdad lo siento, pero los golpes de la vida me han enseñado a no confiar en nadie. Sobre todo, porque la persona que juró cuidarme toda la vida fue la que más daño me hizo —le respondió Melissa, bajando la cabeza y tocando su cicatriz.

—Ok, lo entiendo. Me marcharé, pero quiero decirte que no debes avergonzarte, porque eres una mujer muy hermosa, y si a pesar de haber sido lastimada, no dudaste en ayudarme. Eso demuestra el gran corazón que tienes, eres un ángel terrenal y por eso, yo jamás te dañaría. Gracias por tu ayuda. Ahora sé que debo marcharme, pero, ¿puedo usar tu baño?

—Sí, por supuesto. —le respondió Melissa, señalándole hacia la puerta que estaba detrás de ella.

El hombre entró al baño y tardó como media hora y después salieron juntos de la casa.

Melissa se despidió de él, estrechando sus manos y se alejó, caminando hacia su trabajo. Ella estaba tentada a voltear para mirar al hombre, pero no quería arrepentirse.

Melissa fue a su universidad y en cada descanso, cuando se quedaba sola, la imagen de ese hombre herido y desvalido aparecía en su mente. Ese rostro perfecto, esos labios sensuales y sobre todo ese aroma varonil, estaban impregnados en ella. Pero ella debía sacar esos pensamientos y calmar toda esa ansiedad que aquel desconocido le causaba.

Pero Melissa debía confesar que sentía una gran tristeza y compasión por él. Ella entiende que debe ser horrible, no recordar nada y estar solo e indefenso.

Ella no pudo evitar sentirse inquieta y preocupada. Después de que salió de la universidad, fue al trabajo. Pero sus niveles de ansiedad solo se elevaron cuando la temperatura comenzó a descender. Los primeros copos de nieve comenzaban a verse. Ella solo tenía una angustia en su mente y era uno que tenía un hermoso rostro, unos labios provocativos y un cuerpo de infarto.

Melissa salió de su trabajo y tomó un autobús para su casa. Ella se abrigó lo mejor que pudo y se bajó a menos de una cuadra. Melissa abrió su paraguas para tratar de protegerse un poco de la humedad que mojaba su cabello.

Ella aceleró el paso porque tenía mucho frio, pero su corazón se detuvo al observar hacia la derecha y ver a lo lejos una silueta de un hombre que estaba sentado en una vieja parada de buses. El hombre estaba de espaldas, pero lo reconoció, porque tenía la misma ropa y era el único loco que estaría a la intemperie con este clima, aunque él estaba tratando de protegerse con el deteriorado techo del lugar.

Melissa, con su corazón arrugado, entró a su casa, cerró la puerta y fue directo a encender la calefacción. No funcionaba muy bien, pero era lo mejor que tenía. Después fue a su habitación, se cambió de ropa y se sentó a cenar lo poco que había traído, que eran unos panecillos dulces y un poco de chocolate caliente, que sobró en el restaurante y el dueño se lo regaló.

Melissa encendió la televisión y trataba de concentrarse en su programa favorito. Pero se sentía inquieta y no pudo evitar asomarse por la ventana. La ventisca golpeaba el vidrio y pudo observar que había empezado a nevar de nuevo.

La conciencia de Melissa la atormentaba de solo imaginarlo, expuesto a este clima. Ella, sin pensarlo dos veces, buscó una manta, su paraguas y se abrigó lo mejor que pudo, para salir a buscarlo a donde lo había visto la última vez.

Ella sintió un gran alivio al no verlo ahí. Tal vez, alguien más lo había ayudado. Entonces Melissa, con esa tranquilidad en su pecho, decidió regresar a la calidez de su casa. Pero su tranquilidad se esfumó al verlo acurrucado en una banca del parque. El hombre abrazaba sus piernas y soplaba sus manos tratando de mantener el calor.

Melissa maldice internamente su buen corazón y se acercó a él decidida a ayudarlo de nuevo, le colocó la manta sobre sus hombros. El hombre lentamente levanta su rostro y la observa fijamente. Sus labios están morados y su piel está pálida, su nariz está roja. Ella sintió su corazón contraerse, era evidente que sin su ayuda él no sobreviviría la noche ahí.

Entonces ella le susurró:

—Ven. Déjame ayudarte. Levántate y vamos a casa.

Pero el hombre se niega, con una voz pausada y temblorosa.

—No, no es necesario. No te quiero molestar, solo déjame la manta. Solo será esta noche. Mañana decidiré qué hacer.

Melissa se sintió culpable por su actitud. Ella se había negado a seguirlo ayudando, pero jamás se imaginó que él estaría expuesto de esta manera. Ahora ella se había decidido a rescatarlo una vez más y de ninguna manera aceptará su negativa.

—Vamos, no seas orgulloso. Sabes bien que no sobrevivirás porque se acerca una nevada y no quiero cargar con tu muerte en mi conciencia.

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