CAPÍTULO 7

Ellos entraron juntos al sencillo restaurante y Melissa podía sentir la mirada de la gente encima de ella. Pero en esta ocasión no era una mirada de burla, sino de compasión. Ella podía leer en la expresión de las personas que si ella no tuviese esa cicatriz fuesen la pareja perfecta.

Melissa era una chica de buena estatura, su cuerpo estaba muy bien formado y su rostro era muy hermoso. Su cabello era rubio y largo hasta el hombro y sus ojos eran azules, su nariz era perfecta y sus labios eran la cereza de la seducción.

Vicent le abrió la silla y la invitó a sentarse, después se agachó a su altura y le dejó un beso en el cuello. Melissa pudo sentir su cuerpo estremecerse con el contacto de los labios de este seductor caballero.

Ella trató de disimular el sonrojo en sus mejillas, pero no pasó desapercibido para el caballero que estaba atento frente a ella.

El desayuno transcurrió entre risas y miradas coquetas. Vicent no entendía por qué perdía la brújula frente a esta joven chica. Él se olvidaba de quién era y de lo que representaba cuando estaba ante su presencia. En el fondo, él deseaba ser ese hombre desmemoriado, que solo la tiene a ella. Él se sorprendía al ver que se podía ser feliz con tan poco.

La casucha donde estaba viviendo era deplorable, por más que Melissa tratara de mantener todo limpio y ordenado. Las paredes estaban deterioradas y el piso tenía algunas grietas y el techo dejaba circular el agua cuando llovía.

En resumen, él jamás se imaginó que pudiera sentirse tan feliz con tan poco. Vicent Santoro era un hombre multimillonario, acostumbrado a vivir con todos los lujos y comodidades, pero jamás se había sentido tan feliz, como se sentía acostado en ese viejo sofá, entre esas colchas baratas, pero abrazado a esa hermosa mujer que emanaba un calor divino y que lo tenía embrujado con ese aroma a gardenias.

Melissa agitó su mano frente a los ojos de Vicent para sacarlo de su trance. Él tenía algunos minutos con su mirada fija en ella, pero se notaba que en realidad estaba inmerso en sus pensamientos.

—¿Qué pasó mi niña? —le preguntó Vicent, mostrándole esa sexy sonrisa que la derretía.

—Eso te pregunto yo a ti. Porque tenía rato hablando contigo y tú estabas como ido. ¿Pasa algo? ¿Quieres, que nos vayamos? —le preguntó ella temerosa a su respuesta. Ella pensaba que él se había aburrido de su compañía.

Vicent le sonrió y le respondió, mordiendo su labio inferior.

—Sí, quiero que vayamos a un lugar más privado, donde solo estemos tú, yo y estas ganas de besarte que tengo.

—¡Ah! Ja, ja, ja. Muy chistoso. Mejor vámonos, recuerda que tengo clase. —le respondió Melissa levantándose de la silla y tratando de huir de él y de esa mirada de depredador que tenía en sus ojos en este momento.

Vicent se levantó y dejó el dinero de la cuenta en la mesa, para seguirla. Él tuvo prácticamente que correr para alcanzarla.

—¡Espera! ¡Melissa! —le gritó Vicent, mientras corría detrás de ella.

Melissa no quería detenerse. Este hombre, con sus palabras e insinuaciones, la hacían temblar y la hacía sentir un torbellino de emociones.

Vicent terminó de alcanzarla y la abrazó por la espalda.

—Déjame ir. Voy retrasada para la universidad. —le dijo Melissa tratando de zafarse de su agarre. Pero Vicent la atrajo hacia él y la miró fijamente a los ojos.

—¿Tienes miedo? ¿Quieres huir de lo que estás sintiendo? Sé que no te soy indiferente, sé que cuando me ves tu corazón se acelera. Sé que sientes ganas de abrazarme y besarme a cada segundo. Sé que duermes plácidamente entre mis brazos y también sé que mueres porque te haga el amor. ¿Y sabes, por qué lo sé? Porque es exactamente lo que me pasa a mí cuando estoy cerca de ti.

Melissa abrió los ojos y la boca por la sorpresa. Ella no podía creer que él pensara que ella era una tonta, que caería ante esas vacías palabras. Entonces negó con la cabeza, dispuesta a negar sus sentimientos.

—Te equivocas, yo no siento nada de eso que describes. Tú no eres más que un extraño para mí. Un extraño que no sabe ni cómo se llama.

Vicent se sintió ofendido por sus palabras. Entonces le extendió la mano y se presentó.

—Mucho gusto, señorita. Mi nombre es Demetrio Mancini y trabajo como contador de Vicent Santoro, líder de la mafia italiana.

Melissa no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Acaso él se había burlado de ella? Una lágrima rodó por su mejilla de Melissa. Una vez más, la gente se burlaba de ella y se aprovechaba de su bondad. Definitivamente, su lugar en este mundo era al final de la cadena alimenticia. Porque todos eran más listos que ella.

Pero, no tenía importancia, por lo menos esta vez, ella se librará rápidamente de esta situación.

—Ah, qué conveniente. Mucho gusto, señor Mancini. Me alegra mucho que usted pueda recordar toda su vida y espero que se haya divertido a lo grande burlándose de mí. Entonces, ahora ya puede largarse de m*****a una vez y dejarme en paz —le dijo Melissa poniendo sus manos en cada lado de su cintura y manteniendo esta pose desafiante, lo empujo y se alejó de él.

Vicent pensó en seguirla, pero era mejor dejar que se calmara. Entonces él caminó hacia el sentido contrario al de ella y tomó un taxi para ir al Centro Comercial más cercano.

Mientras tanto, Melissa subió al autobús y al buscarlo con la mirada, lo vio alejarse del lugar. Ella se sentó en el último asiento y no pudo evitar que sus lágrimas comenzaran a caer.

—Una mujer tan hermosa, no debería llorar. —Le susurró el hombre que estaba a su lado, pero ella solo se giró su vista hacia la ventana y bufó.

El chico se disculpó y se cambió de asiento. Él se arrepintió de haberla incomodado, pero esa jamás fue su intención.

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