CAPÍTULO 8

Melissa ignoró al chico y se perdió de nuevo en sus pensamientos. Su mirada permanecía fija en la ventana y sus lágrimas salían lentamente de sus ojos.

Algunos minutos después, Melissa limpió sus lágrimas y salió del autobús, rumbo a un parque cercano. Ella se sentó cerca de los columpios y observaba a los niños jugar y divertirse. El corazón de Melissa se contrajo al recordar sus tardes infantiles, donde sus padres la llevaban al parque a comer helados y alimentar a los peces.

Melissa lloraba sin parar al recordar a sus padres. Ellos eran un contador y una enfermera que la amaron con todo su corazón, hasta que la desgracia la alcanzó desafortunadamente murieron en un fatal accidente automovilístico, cuando ella tenía doce años.

Ese día venían de regreso de un maravilloso viaje a la playa y un conductor ebrio que quiso adelantarlos, los sacó del camino, el padre de Melissa trató de controlar el auto, pero comenzó a girar en círculos y otro carro los embistió, haciéndolos caer por un barranco. Su padre murió instantáneamente por el impacto del otro auto, su madre agonizó un par de días hasta que también falleció y Melissa tuvo una fractura en un brazo y también sufrió una contusión cerebral que la mantuvo inconsciente por un mes.

Cuando al fin ella reaccionó, se encontró sola en un cuarto de hospital. El médico la revisó y después de confirmar su estado de salud. Le informó que su único pariente, estaba por llegar.

Melissa sintió su cuerpo estremecerse al escuchar decirle su “único pariente” quedaba implícito en esa frase que sus padres habían muerto. Melissa comenzó a llorar desconsoladamente, porque jamás se imaginó que perdería a sus padres a tan temprana edad. Además, sentía un mal presentimiento al pensar que su tía, Macarena, quedaría a cargo de ella. Esa mujer era hermana de su padre, pero tenía un aura oscura y siempre la trataba mal a espaldas de su padre.

En ese momento, la puerta se abre y llega el doctor acompañado de aquella mujer hermosa, de porte elegante, y la abraza. La mujer la consuela por la muerte de sus padres y le ofrece su mano para levarla a vivir con ella.

Melissa estaba renuente, pero era solo una pequeña niña de doce años y su tía era su única tutora legalmente, por lo tanto, no tuvo otra opción que irse a vivir con ella.

De regreso en la actualidad…

Melissa seguía sentada en esa banca y un leve golpe con una pelota, la hizo desvanecer todos esos recuerdos dolorosos y ella lo agradecía mucho, porque esa no era nada triste comparada con el resto de su triste historia.

Melissa tomó la pelota y observó a un niño que venía corriendo detrás de ella.

—Perdón por golpearte —le dijo el pequeño, mientras bajó su cabeza apenado.

Melissa le regaló una tierna sonrisa y se acercó a él.

—No te preocupes pequeño. Ten tu pelota y sigue jugando. —le dijo Melissa extendiéndole las manos con la pelota.

El pequeño levantó la mirada hacia ella y le sonrió, antes de tomar su pelota y correr de regreso hasta donde estaban sus amigos.

Melissa volvió a sentarse y observó su reloj. Eran las tres de la tarde. Melissa se levantó sorprendida al ver que habían trascurrido más de cuatro horas desde que llegó a ese lugar. Pero ella no quería marcharse, quería pensar que ese tal Demetrio Mancini había salido de su vida para siempre.

Melissa se maldecía mentalmente por haberse hecho ilusiones con este extraño. Aunque en su defensa diría que la soledad en la que ha vivido todos estos años la han hecho sentir un poco ermitaña y la compañía de este hombre y sus constantes halagos la habían hecho sentir muy especial.

Las horas siguieron pasando, Melissa se levantó y se acercó a un carrito de comida que estaba a unos pocos pasos de ella y se compró un hot dog con un refresco. Su estómago ha comenzado a gruñirle, pero no quería regresar aún. De verdad que estar en ese lugar y escuchar las risas de los niños, la había ayudado a aliviar su sufrimiento. Por eso, quería permanecer ahí un poco más.

Después de comer, fue por un helado y observó el ambiente del parque cambiar drásticamente. Los niños comenzaron a recoger sus pertenecías y a caminar hacia la salida. Después el parque estuvo algunos minutos en un breve silencio, mientras que el personal se encargaba de la limpieza, retiraban la basura de los pequeños contenedores y regaban las plantas.

Melissa observó la hora en su reloj y ya eran las seis de la tarde. Era increíble darse cuenta de que tenía más de ocho horas en ese lugar y lo más increíble es que aún se negara a irse. Pero ella comenzó a escuchar voces y pasos de la gente, acercarse de nuevo. Una sonrisa se dibujó en su rostro, al darse cuenta de que otra vez tendría compañía, pero esa sonrisa duró poco hasta que algunas parejas comenzaron a acercarse. Ella se sintió totalmente fuera de lugar y decidió que era hora de marcharse.

Melissa comenzó a caminar hacia la salida, ella aceleró sus pasos y antes de salir miró al interior del parque y se entristeció al ver la atmosfera romántica que había envuelto el lugar. Definitivamente, ese lugar ya no la hacía sentir cómoda. Entonces terminó salir de ahí y se revisó los bolsillos, para ver si tenía suficiente dinero para pagar un taxi.

Ya estaba extrañando la soledad de su hogar, así que no quería tener que subir a un autobús y rodearse de gente. Entonces sonrió al sacar los cien dólares que el idiota le había dado y se acercó hasta la avenida para tomar un taxi.

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