—Luciana —Martina la empujó ligeramente, tratando de llamar su atención—. ¿Te están buscando?Luciana levantó la vista y vio a su lado un auto Pagani plateado que avanzaba lentamente, como si estuviera paseando. Al ver que ella miraba, el auto se detuvo y Sergio salió del vehículo.—Luciana, ¿a dónde vas con todo eso tan pesado? Sube, Alex dijo que te llevaríamos —comentó Sergio mientras se acercaba para tomar el asa del maletín.—¡No es necesario! —Luciana se negó a soltarlo, rechazándolo con frialdad—. Puedo caminar sola.Sergio, en apuros, miró hacia el asiento trasero del coche. A través de la ventana, Alejandro ya había visto lo que sucedía y, al instante, sintió que algo en su mente se tensaba. Bajó del auto, pasó junto a Sergio y levantó el maletín sin esfuerzo. Con voz firme, ordenó:—Abre el maletero.—¡Claro! —Sergio respondió de inmediato, y rápidamente guardó el maletín en el maletero.Luciana, sorprendida y enojada, corrió hacia Alejandro, agarrándolo del brazo.—¿Qué está
—¡No! —Luciana abrazó el cuaderno con fuerza, negándose rotundamente.La expresión de Alejandro se ensombreció, claramente molesto. Pero no perdió la calma. Sabía que Luciana aún estaba enojada por el asunto de la pulsera, y era consciente de que él no había manejado bien la situación.—Lo de la pulsera fue un error mío —admitió Alejandro, en voz baja y con cierto orgullo—. Pero también malinterpretaste las cosas. Desde el principio, era para ti.Luciana se quedó sorprendida. ¿Acaso lo había oído bien? ¿Alejandro se estaba disculpando?—¿Qué... qué dijiste? —preguntó, incrédula.Alejandro se sintió incómodo.—¡Si no escuchaste, olvídalo! —Fue todo lo que dijo. Su curiosidad por el cuaderno desapareció, reemplazada por la molestia.—Sergio, vámonos —ordenó.—Claro, primo —respondió Sergio, siguiéndolo rápidamente.Cuando se marcharon, Martina se acercó a Luciana, mirando el cuaderno en sus manos.—Ah, ¿es ese cuaderno? Recuerdo que solías dibujar a tu amigo de la infancia, ¿no?—Sí —asi
El asunto del cementerio quedó resuelto. Además, Fernando también contactó a un maestro numerológico para elegir el día y la hora adecuados para el entierro.El día elegido, el clima estaba despejado, con una brisa suave. Vicente y Martina acompañaron a Luciana al cementerio, y cuando llegaron, Fernando ya estaba ahí, esperándolos. Luciana se detuvo un momento, sorprendida, y luego desvió la mirada. Martina frunció el ceño y le lanzó una mirada fulminante a Vicente.—¿Qué hace él aquí?—¿Y yo qué sé? —Vicente, con toda la cara dura del mundo, se hizo el desentendido.—Luciana —dijo Fernando sin inmutarse, a pesar de la frialdad con la que lo habían recibido—. Vine a despedir a tu madre. Si no me hubiera enterado, tal vez no estaría aquí, pero ahora que lo sé, no podría vivir en paz si no vengo.Martina no perdió tiempo en responderle con sarcasmo.—¿Tú, Fernando? ¿Y desde cuándo tienes conciencia?—Marti —intervino Luciana, sujetando a Martina del brazo y negando con la cabeza. Martina
«¿Qué? ¿La hizo ella?» Alejandro, asombrado, volvió a mirar la camisa con otros ojos, de repente mucho más apreciativa.—¿Dices que la cosiste tú, puntada a puntada? —preguntó, aún sin creerlo del todo.—Sí —respondió Luciana, mordiéndose el labio con un poco de vergüenza.Su madre, Lucy, había sido diseñadora de moda, y aunque había fallecido cuando Luciana era muy pequeña, Luciana había aprendido a coser desde que apenas podía caminar. La habilidad estaba en su sangre; hacer una camisa no era ningún desafío para ella.Aunque Alejandro mantuvo una fachada serena, por dentro estaba sorprendido. ¡Realmente la había hecho ella! Cada puntada, cada costura...Luciana, observando su expresión, añadió con voz suave:—Lamento haberte gritado la otra vez.No podía explicarle que se sentía incómoda por haber usado su dinero y que, por eso, había querido hacer algo por él. Solo podía usar esa disculpa como excusa.Pero esas palabras fueron como tenderle una cuerda a Alejandro para que pudiera de
En la exposición de arte, Mónica notó que el humor de Alejandro no parecía estar en su mejor momento. Mientras su mirada recorría las obras, su mente seguía regresando a la imagen de Luciana sonriendo y dándose la vuelta... «Ella realmente no le importa», seguía pensando.—Alex —la voz de Mónica lo sacó de sus pensamientos, mientras movía suavemente la mano que tenía enganchada en su brazo. Alejandro volvió en sí, notando la expresión de leve incomodidad en el rostro de ella.—¿Estás pensando en el trabajo? ¿O es que la herida te molesta? —preguntó Mónica, con una nota de preocupación en su voz.—No es eso —respondió Alejandro con un suspiro interno. «¿Qué estoy pensando?» se reprochó. «Que a Luciana no le importe debería ser lo normal, ¿no? Ella es mi esposa solo de nombre, nada más. Ni siquiera ese título durará mucho. La mujer que tengo a mi lado es con quien pasaré el resto de mi vida.»—Estaba absorto en la pintura —dijo Alejandro de manera casual, desviando la conversación mientr
—¿Me estás invitando a cenar? —preguntó, claramente intrigada, aunque no se atrevió a preguntar directamente por qué. En su lugar, bromeó—: Pero no puedes salir. Me hice de la vista gorda cuando te escapaste para ver a tu novia, pero soy tu doctora a cargo, no puedo acompañarte en tus travesuras.—Tanta habladuría —Alejandro apretó la mandíbula, marcando con fuerza la línea de su barbilla. Su nuez de Adán se movió mientras tragaba—. Solo di si quieres cenar o no.—Supongo… que sí —dijo Luciana, al ver la expresión seria en su rostro. Principalmente, quería saber por qué la invitaba.Alejandro esbozó una leve sonrisa, satisfecho.—Nos vemos en mi habitación en un rato.***La habitación VIP de Alejandro no tenía nada que envidiarle a una suite presidencial. Tenía sala, comedor e incluso una cocina. Aunque la cocina no se usó, porque Alejandro ordenó comida a domicilio. Cuando Luciana llegó, el chef que había traído la comida acababa de terminar de arreglar la mesa.—Que disfruten su cen
—¿Eh? —Mónica se percató de la mesa puesta, con dos juegos de cubiertos frente a frente—. ¿Esto es para alguien más?Alejandro no había anticipado su visita, así que Mónica sabía que la mesa no estaba preparada para ella.Un molesto malestar comenzó a crecer dentro de Alejandro. Con un tono algo seco, respondió:—Iba a cenar con Sergio, pero tuvo que irse por un asunto de última hora.—Oh. —Mónica se tranquilizó al instante. Por un momento había sospechado que podía haber otra mujer, pero claro, era imposible. Si Sergio estaba involucrado, no había nada de qué preocuparse. Con alivio, se sentó en una de las sillas.—Comer solo es aburrido, así que me quedaré contigo. —Luego, al ver que él no se movía, lo apremió—: Siéntate ya.—Está bien —respondió Alejandro, aunque sus movimientos eran torpes, como si cada paso le pesara.Mientras se sentaba, Mónica notó la pintura apoyada contra la pared—la misma que habían visto en la exposición esa mañana. Recordó que Alejandro había dicho que era
Intentó soltar su muñeca, indicando que la dejara ir.—¿Puedo irme ya?—¿A dónde vas? —La voz de Alejandro seguía cargada de mal humor.Luciana, que ya estaba molesta, frunció el ceño, su expresión se endureció.—¿Y tú por qué me hablas así? Tú fuiste quien me invitó a cenar, pero me dejaste encerrada en el baño por una o dos horas. ¿No debería ser yo la que esté enojada?Alejandro se quedó en silencio, sin saber qué responder. Su semblante se oscureció aún más. No entendía por qué estaba tan irritado, ni por qué había metido a Luciana en el baño. Fue un acto impulsivo, y ahora, arrepentido, se sentía atrapado entre la culpa y la frustración.Luciana suspiró, luego le sonrió con suavidad.—Tranquilo, solo estaba bromeando, no estoy enojada. En esa situación, entiendo que tu novia era la prioridad.Ella tenía razón, pero, en términos estrictos, ella era su esposa, aunque solo fuera en nombre. Una relación complicada, imposible de simplificar.Sin embargo, Alejandro no soltaba su muñeca.