En la exposición de arte, Mónica notó que el humor de Alejandro no parecía estar en su mejor momento. Mientras su mirada recorría las obras, su mente seguía regresando a la imagen de Luciana sonriendo y dándose la vuelta... «Ella realmente no le importa», seguía pensando.—Alex —la voz de Mónica lo sacó de sus pensamientos, mientras movía suavemente la mano que tenía enganchada en su brazo. Alejandro volvió en sí, notando la expresión de leve incomodidad en el rostro de ella.—¿Estás pensando en el trabajo? ¿O es que la herida te molesta? —preguntó Mónica, con una nota de preocupación en su voz.—No es eso —respondió Alejandro con un suspiro interno. «¿Qué estoy pensando?» se reprochó. «Que a Luciana no le importe debería ser lo normal, ¿no? Ella es mi esposa solo de nombre, nada más. Ni siquiera ese título durará mucho. La mujer que tengo a mi lado es con quien pasaré el resto de mi vida.»—Estaba absorto en la pintura —dijo Alejandro de manera casual, desviando la conversación mientr
—¿Me estás invitando a cenar? —preguntó, claramente intrigada, aunque no se atrevió a preguntar directamente por qué. En su lugar, bromeó—: Pero no puedes salir. Me hice de la vista gorda cuando te escapaste para ver a tu novia, pero soy tu doctora a cargo, no puedo acompañarte en tus travesuras.—Tanta habladuría —Alejandro apretó la mandíbula, marcando con fuerza la línea de su barbilla. Su nuez de Adán se movió mientras tragaba—. Solo di si quieres cenar o no.—Supongo… que sí —dijo Luciana, al ver la expresión seria en su rostro. Principalmente, quería saber por qué la invitaba.Alejandro esbozó una leve sonrisa, satisfecho.—Nos vemos en mi habitación en un rato.***La habitación VIP de Alejandro no tenía nada que envidiarle a una suite presidencial. Tenía sala, comedor e incluso una cocina. Aunque la cocina no se usó, porque Alejandro ordenó comida a domicilio. Cuando Luciana llegó, el chef que había traído la comida acababa de terminar de arreglar la mesa.—Que disfruten su cen
—¿Eh? —Mónica se percató de la mesa puesta, con dos juegos de cubiertos frente a frente—. ¿Esto es para alguien más?Alejandro no había anticipado su visita, así que Mónica sabía que la mesa no estaba preparada para ella.Un molesto malestar comenzó a crecer dentro de Alejandro. Con un tono algo seco, respondió:—Iba a cenar con Sergio, pero tuvo que irse por un asunto de última hora.—Oh. —Mónica se tranquilizó al instante. Por un momento había sospechado que podía haber otra mujer, pero claro, era imposible. Si Sergio estaba involucrado, no había nada de qué preocuparse. Con alivio, se sentó en una de las sillas.—Comer solo es aburrido, así que me quedaré contigo. —Luego, al ver que él no se movía, lo apremió—: Siéntate ya.—Está bien —respondió Alejandro, aunque sus movimientos eran torpes, como si cada paso le pesara.Mientras se sentaba, Mónica notó la pintura apoyada contra la pared—la misma que habían visto en la exposición esa mañana. Recordó que Alejandro había dicho que era
Intentó soltar su muñeca, indicando que la dejara ir.—¿Puedo irme ya?—¿A dónde vas? —La voz de Alejandro seguía cargada de mal humor.Luciana, que ya estaba molesta, frunció el ceño, su expresión se endureció.—¿Y tú por qué me hablas así? Tú fuiste quien me invitó a cenar, pero me dejaste encerrada en el baño por una o dos horas. ¿No debería ser yo la que esté enojada?Alejandro se quedó en silencio, sin saber qué responder. Su semblante se oscureció aún más. No entendía por qué estaba tan irritado, ni por qué había metido a Luciana en el baño. Fue un acto impulsivo, y ahora, arrepentido, se sentía atrapado entre la culpa y la frustración.Luciana suspiró, luego le sonrió con suavidad.—Tranquilo, solo estaba bromeando, no estoy enojada. En esa situación, entiendo que tu novia era la prioridad.Ella tenía razón, pero, en términos estrictos, ella era su esposa, aunque solo fuera en nombre. Una relación complicada, imposible de simplificar.Sin embargo, Alejandro no soltaba su muñeca.
Un silencio mortal cayó sobre ellos.El rostro de Luciana se había vuelto pálido, sin una gota de color. Alejandro sintió un pinchazo de culpa en el pecho, deseando poder abofetearse a sí mismo. ¿Por qué, cada vez que se enfadaba, decía tantas tonterías?—Luciana… —Alejandro intentó disculparse, pero no sabía cómo hacerlo—. No era mi intención decir eso, solo quería…Luciana esbozó una pequeña sonrisa, levantando el mentón.—Tienes razón, lo que llevo dentro es un bastardo. Alguien como yo no merece tu preocupación, así que te agradecería que no te metas en mi vida nunca más. —En ese momento, el ascensor se detuvo.—¡Luciana! —Alejandro intentó detenerla mientras ella salía apresurada, pero su mano quedó en el aire, sin alcanzarla.De repente, lleno de frustración, Alejandro levantó el puño y lo estrelló contra la pared del ascensor. La rabia y la incomodidad lo abrumaban, haciendo que hasta respirar se le hiciera difícil.***Cuando Luciana llegó a revisar a su paciente, Sergio le inf
El anciano había recuperado la conciencia, y sus ojos, llenos de lágrimas, expresaban lo que sus labios no podían articular. Luciana lo comprendía todo.—Abuelo, Alex está bien. Sé que se lastimó, pero lo he estado cuidando todo este tiempo. ¿No confía en mí? —le dijo con suavidad.Miguel parpadeó, relajando la tensión en su rostro. Alejandro, al ver esto, se acercó rápidamente y tomó la mano de su abuelo, inclinándose sobre él.—Abuelo, aquí estoy. Mírame, estoy bien —le aseguró Alejandro con voz firme.Miguel intentó decir algo, susurrando con esfuerzo.—Abuelo, ¿necesita algo? —preguntó Alejandro, inclinándose más.El anciano, con gran esfuerzo, unió la mano de Luciana con la de Alejandro, colocándolas suavemente una sobre la otra. Su mensaje era claro: quería que cuidaran el uno del otro.La garganta de Alejandro se sintió obstruida, como si tuviera una piedra.—Abuelo, no se preocupe, estamos bien —dijo, su voz cargada de emoción.Miguel, agotado pero tranquilo, cerró los ojos con
Luciana, con una mano cubriéndose la boca, sacudía la cabeza, rechazando la insólita oferta de Alejandro. ¿Cómo iba a vomitar en su mano?—¡Hazlo ya! —insistió Alejandro, desesperado.Sin más remedio y sin poder contenerse, Luciana terminó vomitando en su mano, y gran parte del líquido también cayó sobre su elegante abrigo.—Lo… lo siento —dijo Luciana, respirando con dificultad. Su rostro, normalmente lleno de vida, estaba pálido como una hoja en blanco.—No pasa nada —respondió Alejandro, mientras con calma se quitaba el abrigo, lo envolvía y lo arrojaba al cesto de basura sin titubeos.—Voy al baño a limpiarme —añadió, saliendo con prisa.Cuando regresó, traía la camisa empapada por el agua del lavado, y Luciana notó que no llevaba la camisa que ella misma le había hecho. Sintió una ligera punzada en el pecho. No era decepción exactamente, pero algo en su interior se agitó, dejándola incómoda.—¿Cómo te sientes ahora? —Alejandro se agachó nuevamente frente a ella, con la misma suavi
Luciana se quedó en silencio por un momento, considerando su respuesta. Finalmente, decidió ser honesta.—No lo sé —respondió con seriedad—. Puede ser que sea lo primero, puede que sea lo segundo, o incluso puede que no sea ninguna de las dos.La respuesta de Luciana dejó a Alejandro atónito. El rostro de él se oscureció, sus ojos se entrecerraron con incredulidad y enojo. ¿Qué clase de hombre había dejado a Luciana en esta situación? El pensamiento de que pudiera ser un irresponsable, un hombre que abandonara a una mujer y a su hijo por nacer, lo llenó de una furia que apenas podía contener.—¿Y aún así quieres tener ese bebé? —Su voz, aunque baja, tenía un filo cortante.Luciana acariciaba suavemente su vientre, aún indecisa sobre si debía seguir adelante con el embarazo. Aunque la decisión pesaba sobre ella, todavía no tenía el valor suficiente para renunciar. Sin embargo, desde la perspectiva de Alejandro, su expresión no era más que la de una mujer ingenua atrapada por un hombre s