La cara de Luciana se puso al rojo vivo. Normalmente no se sonrojaba con facilidad, pero esta vez la situación la desbordaba: ¡tenía a todos sus compañeros de clase alrededor!—¡Alejandro! ¿Estás loco o qué? —exclamó, intentando soltarse.—Luciana… —murmuró él, con un aliento que olía intensamente a alcohol. Tal vez era efecto de la bebida, o quizás se trataba de una confesión honesta. Sostenía la mano de Luciana sin soltarla, suplicante—. No me ignores, no me rechaces… ¿sí?Entonces, apoyó la mano de Luciana sobre el lado izquierdo de su pecho.—Toca aquí… me duele como no tienes idea.¡Estaba comportándose como un auténtico borracho descontrolado!—¡Suéltame! —dijo Luciana, sintiendo cómo el calor le subía a la cara. Percibía las miradas de sus compañeros, algunos disimuladas, otros demasiado evidentes.Pero Alejandro se empeñaba en mantener la misma postura, repitiendo:—Luciana, háblame… mírame, ¿sí? Dile algo a este corazón que no deja de doler…Rosa, que acababa de llegar con un
¿O sea, que en verdad iba a besarla aunque Luciana estuviera ahí? Tragando saliva, quiso protestar, pero a la vez sentía una expectación que la desarmaba.—Señor Guzmán… —empezó a decir.—Luciana. —Alejandro la interrumpió para, de pronto, tomar la mano de Luciana—. Tú y yo somos el 6.—¿Qué? —Ella abrió mucho los ojos—. ¡No lo soy! Mi papel dice 9.Le enseñó su número para demostrarlo.—Tonterías —dijo él, echando una ojeada fugaz—. Eso claramente es un 6. Pueden confirmarlo, ¿verdad?Echó el papelito sobre la mesa para que los demás lo vieran. Aunque muchos reconocieron de inmediato que era un 9, nadie se atrevía a contradecir al “señor Guzmán”. Así que todos confirmaron lo que él decía:—Sí, se ve como un 6.—Sí, sí, es un 6.Mientras tanto, Rosa apretó los dientes con frustración y guardó su propio número: también era un 6.—Bueno, pásenme eso —dijo Alejandro, mostrando una ligera sonrisa mientras alzaba la mano.La compañera, entendiendo la señal, le entregó la tablilla cubierta c
Rosa ni siquiera dejó que Luciana respondiera. Con el ceño fruncido, salió corriendo rumbo a los baños. Allí, justo en la zona de lavamanos, encontró a Alejandro inclinado sobre el lavabo, vomitando. Esa noche apenas había probado bocado; tenía el estómago repleto de alcohol y se sentía muy indispuesto.—Señor Guzmán… —dijo Rosa, ansiosa y conmovida al mismo tiempo. Con una mano sostenía una botella de agua y con la otra un paquete de toallas desechables, lista para ayudarlo a enjuagarse o limpiarse—. ¿Se siente mejor? ¿Necesita algo?Luciana, que al final no pudo quedarse tranquila y fue tras ellos, se detuvo al ver la escena: Rosa lo atendía con un aire de preocupación genuina. La culpa le punzó el pecho; después de todo, si Alejandro estaba así era, en parte, por su causa. Pero al mismo tiempo, resultaba evidente que él no la necesitaba. Con el corazón apretado, Luciana dio media vuelta y se alejó sin decir palabra, hundiendo las uñas en sus palmas hasta sentir un ligero dolor.Mien
—Eh… está bien —aceptó Juan, desconcertado, aunque no se atrevió a objetar. Si hasta Alejandro obedecía a Luciana, ¿qué podía hacer él?Cuando aparcaron, Luciana cerró los ojos un instante y luego anunció:—Suéltame, necesito bajar un segundo.Alejandro se lo tomó a mal, aferrándose a ella como un pulpo, hundiendo el rostro en su cuello.—Me siento fatal…Luciana se llevó una mano a la frente, sintiendo un dolor de cabeza inminente. Notaba que la palidez de Alejandro había aumentado y hasta sudaba frío. Era obvio que no fingía.—No voy a marcharme —le dijo con firmeza—. Solo quiero comprarte algo para el dolor y vuelvo enseguida.—Que vaya Juan —protestó Alejandro.—No serviría de nada —respondió Luciana, negando con la cabeza—. Él no sabe exactamente qué medicamento necesito.Después de darle un vistazo para evaluar su estado, se dispuso a preguntarle:—A ver, describe tu molestia. ¿Te duele con el estómago vacío o cuando ya has comido? ¿Es una punzada o una sensación de ardor?—Cuand
Justo lo que imaginaba. Ninguna sorpresa en realidad. Luciana exhaló despacio, tratando de serenarse.—De acuerdo, gracias.Martina, con voz llena de preocupación, preguntó:—Luciana, ¿de verdad vas a permitir que Pedro done parte de su hígado?—Solo se lo explicaré. Él está por cumplir quince años y puede decidir por sí mismo.Tras colgar con Martina, Luciana mantuvo el teléfono en la mano unos instantes, y luego marcó el número de Ricardo.—¿Luciana?—Mañana, ¿qué hora tienes libre? Vayamos juntos a ver a Pedro.Al otro lado de la línea, Ricardo comprendió de inmediato.—Está bien.***Como Ricardo tenía asuntos pendientes durante el día, quedaron de verse por la noche en la Estancia Bosque del Verano. Pasadas las siete, Luciana y él se encontraron frente a la entrada del lugar. Padre e hija se miraron con cierta incomodidad y frialdad.—Entraré yo primero —anunció Luciana con serenidad—. Le diré a Pedro que hay un señor enfermo que necesita ayuda. Si él se niega, no lo presiones.—C
Desvió la mirada y unas lágrimas rodaron por sus mejillas.—¿Por qué lloras, hermana? —Pedro se asustó al verla así. Tomó una servilleta para ofrecérsela—. No llores, por favor.—No lloro de tristeza… lloro de alegría. —Luciana sonrió entre lágrimas—. Eres un chico increíble: bueno, inteligente… me enorgulleces mucho.—Jaja… —Pedro se rascó la cabeza, algo apenado—. Pero es porque tú me criaste bien. Eres mi hermana y también mi mamá.—Mi niño… —susurró Luciana, sin dejar de asentir conmovida.Desde el pasillo, Ricardo escuchaba con las manos cubriéndole el rostro. Se contenía para no romper en llanto, pero las lágrimas ya le recorrían la cara.—Luciana, Pedro… —murmuraba con voz ahogada—. ¡Su padre es un miserable! Los he defraudado tanto…Una y otra vez evocaba a su esposa fallecida, la madre de Luciana, y su llanto se volvía aún más desgarrador.—Lucy, ¡soy un maldito! ¡No sirvo! ¡Te fallé! ¡No pude cuidar bien de nuestros dos hijos!Cuando Luciana salió de la habitación, encontró a
—¡Exacto! Yo sé quién es.Aquella confirmación le recorrió la espalda como una corriente eléctrica. Luciana sintió un temblor aún más intenso y la voz le salió entrecortada:—Él… él…—¿Quieres saber quién es? —intervino la voz distorsionada, con un tono burlón—. ¿Tanto tiempo y no pudiste dar con él? ¿Crees que te lo voy a soltar así de fácil?A Luciana le quedó claro que la persona buscaba algo a cambio.—¿Qué quieres?—Algo muy sencillo: cien mil pesos.—¿Cien mil? —repitió Luciana, perpleja.—¿Cómo? ¿Te parece mucho? ¿Crees que no vale esa cantidad? —La voz sonó con fastidio—. En fin. Tienes tres días para pensarlo. Te mandaré la cuenta a la que debes depositar. En cuanto reciba el dinero, te lo contaré todo.—¡Oiga! —dijo Luciana, aturdida, con la intención de preguntar algo más. Pero la llamada ya se había cortado.—¿Luciana? —intervino Ricardo. En un principio, había evitado prestar atención, pero notó el cambio en el semblante y el tono de voz de su hija, así que alcanzó a oír u
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra