CEO, ¡te equivocaste de esposa!
CEO, ¡te equivocaste de esposa!
Por: LINK
Capítulo 1
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.

Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera.

«Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».

Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.

Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.

Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.

La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.

Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra cortaran los tratamientos de su hermano, en un intento de forzarla.

Pedro tenía autismo, y era crucial que su tratamiento continuara sin interrupciones.

Ni siquiera una tigresa atacaría a sus crías, pero Ricardo… ¡era peor que una bestia! Y, por su hermano, Luciana supo que no le quedaba otra opción…

Frente a la puerta, Luciana respiró hondo y levantó la mano para tocar. Pero, dado que la puerta no estaba completamente cerrada, esta se abrió con un ligero empujón.

Luciana parpadeó un par de veces. La habitación estaba a oscuras, envuelta en la total negrura, por lo que no pudo evitar fruncir el ceño mientras se adentraba a tientas.

—Señor Méndez, ya estoy aquí, eh…

De repente, un brazo fuerte la agarró del cuello y la empujó contra la pared. Su espalda chocó con fuerza y una intensa presencia masculina la envolvió al instante.

—¿Qué me has hecho? —preguntó la voz grave y furiosa del hombre, mientras apretaba su agarre.

La mente de Luciana se quedó en blanco, sin entender la situación.

Con la garganta apretada, sacudió la cabeza y, con dificultad logró, responder:

—Yo… no, no he hecho nada… no lo sé…

De repente, la mano que la sujetaba del cuello se aflojó, pero el hombre la agarró por la cintura, acercándola a él. Y Luciana pudo sentir claramente los firmes músculos del hombre contra su cuerpo.

No podía verlo, pero sentía que su cuerpo se encontraba a una temperatura anormalmente alta. Tanto así que, incluso, cuando habló, su aliento era demasiado cálido.

—Te doy una oportunidad, ¡empújame y lárgate ya!

Luciana abrió los ojos, sorprendida. ¿En serio quería que se fuera?

¿El señor Méndez no estaba satisfecho con su actitud, pensaba que no era lo suficientemente proactiva? No, no podía ser. Ella no podía irse. Su hermano dependía de aquello. Ya había llegado tan lejos que no tenía sentido dudar ahora. Tenía que cumplir con su objetivo, fuera como fuese.

—No me voy, esta noche… soy tuya —dijo Luciana, rodeando el cuello del hombre con sus brazos, mientras se ponía de puntillas y, a tientas, buscó sus labios para besarlo. Era torpe e inexperta.

El cuerpo del hombre se estremeció, y los labios suaves y fríos de Luciana borraron cualquier rastro de su autocontrol.

—¿Eres pura?

La respiración del hombre se volvió cada vez más pesada, conteniendo el dolor.

Luciana, tragándose la humillación, cerró los ojos y respondió con los labios temblorosos.

—Sí…

—Será mejor que estés diciendo la verdad.

Dicho esto, la levantó en brazos y la arrojó sobre la cama, colocándose sobre ella de inmediato.

—Buena chica, después de esta noche, serás mía.

Sus manos firmes la sujetaron por la cintura, hundiéndola en las sábanas, mientras hablaba con voz ronca.

Un aluvión de besos ardientes cayó sobre ella…

La vergüenza se mezcló con el dolor, y Luciana cerró los ojos apretando los labios…

Poco a poco, ya no pudo soportarlo más, y comenzó a llorar y a suplicar, pero el hombre no la escuchó, intensificando sus movimientos cada vez más, como si no se agotara nunca.

Toda la noche, una y otra vez…

Luciana despertó por el dolor.

Estaba atrapada en los brazos del hombre, que olía ligeramente a tabaco, mezclado con un aroma de una colonia de menta, sumamente agradable.

Luciana intentó levantarse, pero el brazo que la rodeaba la mantuvo en su lugar.

—¿Estás despierta?

El hombre se dio la vuelta y se colocó sobre ella, asustando a Luciana, quien no se atrevió a moverse.

—Me alegra que no me mintieras. Eres una buena chica. Ahora eres mía.

Sus dedos fríos recorrieron la mejilla de Luciana, mientras su voz transmitía satisfacción.

—¿Nos bañamos juntos? ¿Puedes caminar sola o prefieres que te lleve?

—¿Eh?

Luciana, aterrada, apretó las manos con fuerza, y se apresuró a rechazar.

—No, no hace falta… ve tú primero…

El hombre se rio, pensando que ella se sentía avergonzada, y no insistió.

—Está bien, me baño yo primero —respondió él y le pellizcó la mejilla, antes de levantarse de la cama—. Espérame aquí.

¿Esperarlo? ¿Estaba loco? ¿Acaso no había sido suficiente con la tortura que había tenido que soportar durante toda la noche?

Cuando las luces del baño se encendieron y por fin ya no estaba todo en penumbras, Luciana se incorporó, rápidamente.

—¡Ah!

Al moverse, sintió un dolor agudo en cierta parte de su cuerpo, por lo que pensó que podía estar herida.

Sin tiempo para preocuparse, con la ayuda de la luz que salía del baño, recogió su ropa del suelo, y, aguantando el dolor, se vistió rápidamente. Tras lo cual, aprovechó que el hombre aún no salía y corrió fuera de la habitación.

Apenas salió del hotel, su teléfono sonó. Luciana lo tomó y deslizó en la pantalla la opción para atender, llevándose el móvil rápidamente a la oreja, mientras decía.

—Ya hice lo que querían, la cuenta del tratamiento de Pedrito…

—¡Maldita niña! ¿Te estás burlando de nosotros? —gritó Clara, su madrastra, completamente furiosa, al otro lado de la línea.

—¿Dónde estuviste toda la noche? Prometiste que irías a acostarte con el señor Méndez en lugar de Mónica, ¡lo dijiste tú misma! ¿Y todavía tienes el descaro de pedirme el dinero para el tratamiento del idiota de tu hermano?

Luciana soltó una risa sarcástica.

—Cuando me fui, el señor Méndez estaba en la ducha, ¿quieres hacerte la desentendida?

—¡Mentira! —exclamó Clara fuera de sí—. ¡Vuelve ahora mismo! Si haces enojar al señor Méndez, ¿quién pagará las deudas?

Dicho esto, cortó la llamada abruptamente.

Luciana se quedó atónita. Clara no parecía estar bromeando, pero anoche… ¿Acaso el hombre con el que había estado la noche anterior no era el señor Méndez? Y si la respuesta era no, entonces, ¿quién era?

¿Qué demonios estaba pasando?

***

Dentro del hotel, Sergio López entró a la habitación, corrió las cortinas, y la luz tenue del amanecer se coló por la ventana.

El sonido del agua en la ducha se detuvo y, pronto, Alejandro Guzmán salió del baño con una toalla en torno a su cintura.

Su figura era alta y esbelta, de hombros anchos y caderas estrechas, con el cuerpo masculino digno de un modelo. Sus rasgos eran refinados y profundos, con una leve pereza después de la satisfacción.

Rápidamente, le echó un vistazo a Sergio y luego miró alrededor, buscando a la chica, a quien no vio por ningún lado.

—¿Dónde está? —preguntó, frunciendo el ceño.

Sergio se sorprendió por un momento, antes de sacudir la cabeza y responder:

—No había nadie cuando entré.

Los labios de Alejandro se curvaron mientras su mirada se posaba en la mancha roja brillante sobre las sábanas blancas, entrecerrando los ojos despreocupadamente.

—¿Se fue?

«¿Acaso no le dije que me esperara?», pensó. «¡Qué desobediente!»

Pensando en esto, sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa.

Desde que llegó a la adultez, le habían enviado muchas mujeres a su cama, pero solo esta vez había sido «un éxito».

Alguien le había dado una droga, y había funcionado. Pero ¿acaso había sido la chica o todo era culpa de la droga?

—Sergio, investiga lo que pasó anoche, y encuentra a esa chica.
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