Sin mediar más palabras, le sujetó con fuerza la muñeca a Enzo, apretando los dientes.—¡Suéltala!El aura agresiva de Alejandro puso en guardia a Enzo, quien no quiso soltar a Luciana por temor a que resultara lastimada. Con un español inseguro, le dijo:—¿Quién eres tú? No le hagas daño.Por desgracia, Alejandro no entendió ni una sola palabra. Pero lo que sí captó fue la negativa de aquel hombre a soltar a Luciana.—¿Así que no quieres soltarla, eh? —Alejandro soltó una risa helada—. Entonces, no me culpes por lo que pase.Acto seguido, levantó el puño con clara intención de golpearlo.—¡Alejandro! —exclamó Luciana, sobresaltada, aferrándose a él para detenerlo—. ¿Qué demonios estás haciendo?Con el rostro encendido de ira, Alejandro respondió casi rugiendo:—¿Quién es este tipo? ¿Por qué vino a buscarte?Por supuesto, él ya sabía que ese día era la reunión de excompañeros de Luciana. Aunque ella no se lo hubiera contado, entendía la situación lo bastante bien como para suponer que,
—¿Eh? —murmuró, mirando su celular—. ¿Entonces no es aquí?De pronto, sintió que quizá lo había malinterpretado todo. Enzo le sonrió con cortesía, como si quisiera mostrar que no deseaba problemas, y eso llevó a Alejandro a preguntarse de dónde había salido ese hombre.—¿Será un contacto nuevo de Luciana? ¿Qué relación tienen?En ese momento, Luciana salió con una compañera.—Señor Enzo Hernández, ella es la persona de la que le hablé.—Encantado —respondió Enzo en un francés vacilante, pero suficiente para sostener una pequeña charla. Después de intercambiar unas palabras, él y la estudiante entraron de nuevo al Mirador, mientras Luciana se quedó afuera. Alejandro lo comprendió al fin: Luciana solo estaba haciendo de intermediaria, ayudando a Enzo a contactar a su traductora. Su “misión” había terminado y ahora se disponía a dirigirse a Windy Vista.Sintiendo culpa por su arrebato, Alejandro siguió a Luciana en silencio, esperando encontrar el momento de disculparse. La oportunidad ll
¿Eh? Luciana alzó la vista al fin y vio a Alejandro rodeado, con una copa distinta en cada brindis.—Hmp… —Rosa se giró con expresión algo envidiosa—. Es muy obvio que el señor Guzmán hace esto por ti.Luciana se sorprendió.—¿Por mí? ¿Por qué dices eso?—Pues, ¿no es obvio? —respondió Rosa, con un ligero matiz de envidia—. Él es el presidente de Grupo Guzmán, y aun así se está dejando llevar por un montón de recién graduados… ¡solo para quedar bien frente a ti!Había algo de razón en eso, lo cual inquietaba un poco a Luciana. Ella no quería que Alejandro se esforzara de esa manera; al contrario, le incomodaba.—Oye, quédate aquí sentada un rato —sugirió Rosa—. Yo voy por algo de comer.—No, mejor voy yo…—¡Ni lo pienses! ¿No ves tu estado? Con ese vientre, debes tener cuidado.Rosa partió al buffet antes de que Luciana pudiera objetar más. La reunión ofrecía comida libre, karaoke e incluso mesas de billar. Pocos minutos después, Rosa regresó con un par de platillos.—Gracias —dijo Luc
La cara de Luciana se puso al rojo vivo. Normalmente no se sonrojaba con facilidad, pero esta vez la situación la desbordaba: ¡tenía a todos sus compañeros de clase alrededor!—¡Alejandro! ¿Estás loco o qué? —exclamó, intentando soltarse.—Luciana… —murmuró él, con un aliento que olía intensamente a alcohol. Tal vez era efecto de la bebida, o quizás se trataba de una confesión honesta. Sostenía la mano de Luciana sin soltarla, suplicante—. No me ignores, no me rechaces… ¿sí?Entonces, apoyó la mano de Luciana sobre el lado izquierdo de su pecho.—Toca aquí… me duele como no tienes idea.¡Estaba comportándose como un auténtico borracho descontrolado!—¡Suéltame! —dijo Luciana, sintiendo cómo el calor le subía a la cara. Percibía las miradas de sus compañeros, algunos disimuladas, otros demasiado evidentes.Pero Alejandro se empeñaba en mantener la misma postura, repitiendo:—Luciana, háblame… mírame, ¿sí? Dile algo a este corazón que no deja de doler…Rosa, que acababa de llegar con un
¿O sea, que en verdad iba a besarla aunque Luciana estuviera ahí? Tragando saliva, quiso protestar, pero a la vez sentía una expectación que la desarmaba.—Señor Guzmán… —empezó a decir.—Luciana. —Alejandro la interrumpió para, de pronto, tomar la mano de Luciana—. Tú y yo somos el 6.—¿Qué? —Ella abrió mucho los ojos—. ¡No lo soy! Mi papel dice 9.Le enseñó su número para demostrarlo.—Tonterías —dijo él, echando una ojeada fugaz—. Eso claramente es un 6. Pueden confirmarlo, ¿verdad?Echó el papelito sobre la mesa para que los demás lo vieran. Aunque muchos reconocieron de inmediato que era un 9, nadie se atrevía a contradecir al “señor Guzmán”. Así que todos confirmaron lo que él decía:—Sí, se ve como un 6.—Sí, sí, es un 6.Mientras tanto, Rosa apretó los dientes con frustración y guardó su propio número: también era un 6.—Bueno, pásenme eso —dijo Alejandro, mostrando una ligera sonrisa mientras alzaba la mano.La compañera, entendiendo la señal, le entregó la tablilla cubierta c
Rosa ni siquiera dejó que Luciana respondiera. Con el ceño fruncido, salió corriendo rumbo a los baños. Allí, justo en la zona de lavamanos, encontró a Alejandro inclinado sobre el lavabo, vomitando. Esa noche apenas había probado bocado; tenía el estómago repleto de alcohol y se sentía muy indispuesto.—Señor Guzmán… —dijo Rosa, ansiosa y conmovida al mismo tiempo. Con una mano sostenía una botella de agua y con la otra un paquete de toallas desechables, lista para ayudarlo a enjuagarse o limpiarse—. ¿Se siente mejor? ¿Necesita algo?Luciana, que al final no pudo quedarse tranquila y fue tras ellos, se detuvo al ver la escena: Rosa lo atendía con un aire de preocupación genuina. La culpa le punzó el pecho; después de todo, si Alejandro estaba así era, en parte, por su causa. Pero al mismo tiempo, resultaba evidente que él no la necesitaba. Con el corazón apretado, Luciana dio media vuelta y se alejó sin decir palabra, hundiendo las uñas en sus palmas hasta sentir un ligero dolor.Mien
—Eh… está bien —aceptó Juan, desconcertado, aunque no se atrevió a objetar. Si hasta Alejandro obedecía a Luciana, ¿qué podía hacer él?Cuando aparcaron, Luciana cerró los ojos un instante y luego anunció:—Suéltame, necesito bajar un segundo.Alejandro se lo tomó a mal, aferrándose a ella como un pulpo, hundiendo el rostro en su cuello.—Me siento fatal…Luciana se llevó una mano a la frente, sintiendo un dolor de cabeza inminente. Notaba que la palidez de Alejandro había aumentado y hasta sudaba frío. Era obvio que no fingía.—No voy a marcharme —le dijo con firmeza—. Solo quiero comprarte algo para el dolor y vuelvo enseguida.—Que vaya Juan —protestó Alejandro.—No serviría de nada —respondió Luciana, negando con la cabeza—. Él no sabe exactamente qué medicamento necesito.Después de darle un vistazo para evaluar su estado, se dispuso a preguntarle:—A ver, describe tu molestia. ¿Te duele con el estómago vacío o cuando ya has comido? ¿Es una punzada o una sensación de ardor?—Cuand
Justo lo que imaginaba. Ninguna sorpresa en realidad. Luciana exhaló despacio, tratando de serenarse.—De acuerdo, gracias.Martina, con voz llena de preocupación, preguntó:—Luciana, ¿de verdad vas a permitir que Pedro done parte de su hígado?—Solo se lo explicaré. Él está por cumplir quince años y puede decidir por sí mismo.Tras colgar con Martina, Luciana mantuvo el teléfono en la mano unos instantes, y luego marcó el número de Ricardo.—¿Luciana?—Mañana, ¿qué hora tienes libre? Vayamos juntos a ver a Pedro.Al otro lado de la línea, Ricardo comprendió de inmediato.—Está bien.***Como Ricardo tenía asuntos pendientes durante el día, quedaron de verse por la noche en la Estancia Bosque del Verano. Pasadas las siete, Luciana y él se encontraron frente a la entrada del lugar. Padre e hija se miraron con cierta incomodidad y frialdad.—Entraré yo primero —anunció Luciana con serenidad—. Le diré a Pedro que hay un señor enfermo que necesita ayuda. Si él se niega, no lo presiones.—C