Justo lo que imaginaba. Ninguna sorpresa en realidad. Luciana exhaló despacio, tratando de serenarse.—De acuerdo, gracias.Martina, con voz llena de preocupación, preguntó:—Luciana, ¿de verdad vas a permitir que Pedro done parte de su hígado?—Solo se lo explicaré. Él está por cumplir quince años y puede decidir por sí mismo.Tras colgar con Martina, Luciana mantuvo el teléfono en la mano unos instantes, y luego marcó el número de Ricardo.—¿Luciana?—Mañana, ¿qué hora tienes libre? Vayamos juntos a ver a Pedro.Al otro lado de la línea, Ricardo comprendió de inmediato.—Está bien.***Como Ricardo tenía asuntos pendientes durante el día, quedaron de verse por la noche en la Estancia Bosque del Verano. Pasadas las siete, Luciana y él se encontraron frente a la entrada del lugar. Padre e hija se miraron con cierta incomodidad y frialdad.—Entraré yo primero —anunció Luciana con serenidad—. Le diré a Pedro que hay un señor enfermo que necesita ayuda. Si él se niega, no lo presiones.—C
Desvió la mirada y unas lágrimas rodaron por sus mejillas.—¿Por qué lloras, hermana? —Pedro se asustó al verla así. Tomó una servilleta para ofrecérsela—. No llores, por favor.—No lloro de tristeza… lloro de alegría. —Luciana sonrió entre lágrimas—. Eres un chico increíble: bueno, inteligente… me enorgulleces mucho.—Jaja… —Pedro se rascó la cabeza, algo apenado—. Pero es porque tú me criaste bien. Eres mi hermana y también mi mamá.—Mi niño… —susurró Luciana, sin dejar de asentir conmovida.Desde el pasillo, Ricardo escuchaba con las manos cubriéndole el rostro. Se contenía para no romper en llanto, pero las lágrimas ya le recorrían la cara.—Luciana, Pedro… —murmuraba con voz ahogada—. ¡Su padre es un miserable! Los he defraudado tanto…Una y otra vez evocaba a su esposa fallecida, la madre de Luciana, y su llanto se volvía aún más desgarrador.—Lucy, ¡soy un maldito! ¡No sirvo! ¡Te fallé! ¡No pude cuidar bien de nuestros dos hijos!Cuando Luciana salió de la habitación, encontró a
—¡Exacto! Yo sé quién es.Aquella confirmación le recorrió la espalda como una corriente eléctrica. Luciana sintió un temblor aún más intenso y la voz le salió entrecortada:—Él… él…—¿Quieres saber quién es? —intervino la voz distorsionada, con un tono burlón—. ¿Tanto tiempo y no pudiste dar con él? ¿Crees que te lo voy a soltar así de fácil?A Luciana le quedó claro que la persona buscaba algo a cambio.—¿Qué quieres?—Algo muy sencillo: cien mil pesos.—¿Cien mil? —repitió Luciana, perpleja.—¿Cómo? ¿Te parece mucho? ¿Crees que no vale esa cantidad? —La voz sonó con fastidio—. En fin. Tienes tres días para pensarlo. Te mandaré la cuenta a la que debes depositar. En cuanto reciba el dinero, te lo contaré todo.—¡Oiga! —dijo Luciana, aturdida, con la intención de preguntar algo más. Pero la llamada ya se había cortado.—¿Luciana? —intervino Ricardo. En un principio, había evitado prestar atención, pero notó el cambio en el semblante y el tono de voz de su hija, así que alcanzó a oír u
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas. Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca. —Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que de