Capítulo 3
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?

Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.

Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…

De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.

—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.

Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.

Alejandro esbozó una sonrisa burlona.

—¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja.

Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.

—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!

Sin embargo, Alejandro no le creyó, por lo que se giró hacia Mónica y le preguntó:

—¿Es verdad lo que dice?

Mónica, aún en estado de shock, sacudió la cabeza.

—No, no, es cierto…

—¡Lárgate! —ordenó Alejandro en dirección a Arturo.

—¡Sí, sí, me voy ahora mismo! —respondió y, acto seguido, salió corriendo, tropezando en su huida.

La familia Herrera se miró entre ellos, sin saber qué hacer, mientras Alejandro se inclinaba hacia Mónica y la ayudaba a levantarse.

Con la punta de los dedos, acarició suavemente su mejilla, limpiándole las lágrimas.

—¿Por qué lloras? No temas, estoy aquí, así que nadie se atreverá a molestarte de nuevo. —Su voz era grave, con un tono profundo y tranquilizador.

Mónica se sonrojó.

—¿Usted me conoce? —preguntó Mónica, sonrojándose.

—Anoche… —dijo Alejandro, suavizando su tono—. La habitación 7203 en el Hotel Real, tú y yo… ¿lo entiendes?

«¿Anoche? ¿Hotel Real? ¿Ella y él?».

Los tres miembros de la familia se quedaron en shock, sin saber qué decir.

Todos pensaron lo mismo en ese momento:

Luciana no había mentido, realmente había ido la noche anterior, pero, de alguna manera, había terminado en la cama de aquel hombre.

Y aparentemente que él no había visto bien la cara de Luciana, por lo que pensaba que la mujer de la pasada noche ¡era Mónica!

—Disculpe, ¿quién es usted? —preguntó Mónica, llevándose una mano al pecho.

—Alejandro Guzmán.

¡Alejandro Guzmán!

¿Quién en aquella ciudad no había oído ese nombre?

Después de todo, él era el CEO del Grupo Guzmán, uno de los hombres más poderosos de la Ciudad Muonio, conocido por su discreción; nunca aparecía en los medios. ¡Nadie imaginaba que era tan joven y tan apuesto!

El rostro de Mónica se puso aún más rojo, y su corazón comenzó a latir con fuerza.

¡Esta era su oportunidad!

Si Alejandro había cometido un error, entonces ella debía ser la mujer con la que él había pasado la noche. Por lo que, sin pensarlo mucho, Mónica asintió con la cabeza.

—Anoche entré en la habitación equivocada… ¿Hoy ha venido para…?

Alejandro la miró fijamente, intentando recuperar algún recuerdo de la noche anterior. Pero, desafortunadamente, no recordaba nada. Sin embargo, eso era un simple detalle. No le importaba.

—Ya eres mía, y, dado que necesito una esposa. Casémonos.

¿¡Casarse!?

Los tres quedaron atónitos por la inmensa sorpresa, tan felices que no podían pronunciar palabra.

Al no obtener respuesta, Alejandro levantó una ceja y preguntó:

—¿Por qué no dicen nada? ¿No están de acuerdo?

—¡Claro que sí!

—Sí, quiero —respondió Mónica, volviendo en sí, bajando la cabeza con timidez.

Alejandro quedó satisfecho.

—Yo me encargaré de los detalles de la boda. Tú solo espera y prepárate para ser la novia.

—Haré todo lo que digas —dijo Mónica con voz suave, reflejando su buen humor.

No solo ella, Ricardo y Clara también estaban sumidos en una gran alegría. Mónica iba a casarse con Alejandro, y lo que les esperaba era una vida de inmensa riqueza y prosperidad.

***

Por otro lado, en la Casa Guzmán.

Miguel devolvió la pulsera de jade a su caja y la empujó hacia Luciana.

—Guárdala, siempre fue para ti.

—Sí, señor Guzmán.

—¿Todavía me llamas señor Guzmán? —Miguel suspiró—. Tu madre me salvó la vida hace años, y le di esta pulsera como promesa de un compromiso entre tú y mi nieto Alejandro. Estos años perdimos el contacto, por lo que no sabía que tu madre ya había fallecido —explicó—. Por suerte, has venido. Has crecido mucho, ya es tiempo de casarte. ¿No me vas a llamar abuelo? —Miguel la miraba con expectación.

—.

Sin embargo, Luciana no pudo decirlo.

Antes de morir, su madre le había contado sobre aquel compromiso, pero también le había dicho que no debía tomarlo en serio, que no debía aprovecharse de los favores recibidos. Y ahora no había acudido por el compromiso, sino que su intención era pedir un préstamo para pagar el tratamiento de su hermano.

Dado que su madre había salvado la vida del señor Guzmán, estaba segura de que se lo prestarían. Y ella pensaba devolverlo.

Si no fuera porque no tenía otra opción, ni siquiera habría considerado ir a pedir dinero. Por lo que Luciana midió sus palabras antes de decir:

—Señor, hoy no vine por…

Sin embargo, el sonido de unos pasos que se acercaban la interrumpió.

—¡Alex ha vuelto! —exclamó Miguel con alegría, al ver que Alejandro había llegado.

Dado que le había prometido a su abuelo que regresaría, no se había mucho tiempo en casa de los Herrera. Así que después de hablar sobre la boda, había regresado de inmediato; justo a tiempo para darle a su abuelo las buenas noticias y alegrarlo un poco más.

Alejandro avanzó con sus largas piernas, la luz destacando su apuesto y elegante rostro, visiblemente de buen humor.

—Abuelo, ya estoy aquí, listo para cenar y jugar ajedrez con usted… —dijo, mientras se acercaba.

Sin embargo, se detuvo de repente, al ver a Luciana Una joven alta y esbelta, de piel radiante y rasgos perfectos que no tenían nada para criticar.

Miguel, emocionado, tomó a su nieto de la mano.

—Hijo, esta es tu prometida, Luciana. Prepárate para darle la bienvenida a la familia.

—Hola —dijo Luciana con nerviosismo mientras se levantaba y asentía en dirección a Alejandro.

Alejandro frunció el ceño, y su buen humor se desvaneció por completo.

¿Ella era la prometida de la que su abuelo le había hablado, esa con la que tenía un compromiso desde hacía años, pero que había estado desaparecida?

Si ella hubiera llegado unos días antes, por el bien de su abuelo, él no habría tenido problemas en casarse con ella. Sin embargo, ahora, él tenía a Mónica. Él había sido quien había convertido a esa niña en mujer y le había prometido casarse con ella. Y no la abandonaría. En su corazón, no había espacio para nadie más.

—No puedo casarme con ella —negó Alejandro rotundamente, mirando a Luciana de reojo.

—¿Qué has dicho? —preguntó Miguel, atónito.

—Abuelo, ya tengo a alguien con quien quiero casarme…

—¡No digas tonterías! —lo interrumpió Miguel con un grito, sin entender por qué su nieto, normalmente tan obediente, se atrevía a contradecirlo—. ¡Eso es absurdo!

—No estoy hablando tonterías —dijo Alejandro con voz más firme—. No me casaré con ella. —Sus ojos se posaron sobre Luciana, fríos como un témpano de hielo—. ¿Realmente crees en esa tontería del compromiso infantil?

—¡Cállate! ¿Quieres matarme de un disgusto? —exclamó Miguel, llevándose una mano al pecho y respirando con dificultad—. ¿Qué te he enseñado desde pequeño? ¡Ser una persona que devuelve los favores y cumple con su palabra! ¡Con esto me estás poniendo en una posición deshonrosa! Ah…

De repente, Miguel cerró los ojos y cayó al suelo.

—¡Abuelo!

—¡Señor!

De inmediato, Miguel fue llevado de urgencia al hospital y, después de ser estabilizado, lo trasladaron a una habitación.

Tras asegurarse de que el anciano estaba bien, Alejandro encontró a Luciana en el vestíbulo. La joven estaba de pie, con las manos cruzadas, sintiéndose inquieta y culpable.

—¿El señor Guzmán está bien?

—Sí —respondió Alejandro con un rostro sombrío.

—Eso es un alivio. —Consciente de que él la despreciaba, Luciana continuó—: Por favor, dígale que no vine por lo del compromiso.

Jamás pensó que Miguel se pondría tan mal al insistir en el compromiso, por lo que se sentía sumamente responsable. Y ahora no tenía cara para pedir el préstamo que necesitaba.

—Si él está bien, yo… —comenzó a decir. Sin embargo, no pudo terminar la frase antes de que Alejandro la interrumpiera con una mirada sombría que cortaba como un cuchillo.

—¿Crees que ahora puedes irte sin más? ¿No crees que deberías asumir la responsabilidad por lo que causaste?

Si no fuera por ella, su abuelo no habría caído enfermo.

Su abuelo siempre había valorado la lealtad y la integridad más que su propia vida, y Alejandro no podía arriesgar la vida del único familiar que le quedaba.

Los ojos de Alejandro brillaron con una fría y esbozó una sonrisa distante.

—¿Quieres que me convierta en el nieto ingrato que mató a su abuelo de un disgusto? Este matrimonio tiene que llevarse a cabo.

Luciana se quedó perpleja. ¿Había dicho matrimonio?

Instintivamente, quiso negarse, pero cuando abrió la boca, no supo cómo responder.

Miguel había enfermado, y ella tenía parte de la culpa. Si no hubiera ido a la familia Guzmán…

—Hagamos un trato: un matrimonio por contrato, solo para que mi abuelo lo vea —dijo Alejandro, mirándola con frialdad—. Será un matrimonio de papel, sin ninguna implicación real, y una vez que mi abuelo se recupere, nos divorciaremos.

Así que eso era: un matrimonio por conveniencia.
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