Capítulo 5
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.

—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.

Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas.

Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.

—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?

—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…

—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.

—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca.

—Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que decidimos venir a verlo.

Luciana se sorprendió, ¿ya no iba a revelarle su verdadera identidad?

—Sabía que Luci era una buena chica —dijo Miguel, antes de reír con alegría.

—Con que hayan venido a verme me basta. El doctor dijo que estaré bien, aquí me cuidan los médicos y las enfermeras. Lo que más me alegraría es verlos bien. Hoy es su gran día, vayan a disfrutar. Alejandro, sé un poco más proactivo.

—Claro, abuelo, descanse bien.

Alejandro sostuvo la mano de Luciana, y juntos salieron de la habitación. Pero la ternura acabó en cuanto salieron del cuarto. Alejandro soltó la mano de Luciana y, con dos dedos, se aflojó el nudo de la corbata.

—El abuelo no puede recibir malas noticias, así que por ahora se lo ocultaremos.

Si el abuelo se llegaba a enterar de que él había insistido en casarse con esa mujer, ¡estaba seguro de que le daría un infarto!

Luciana lo entendió de inmediato. No hacía falta que se lo dijera.

—Tu nombre en el registro de la familia Guzmán es una mancha, incluso si solo está allí por un segundo —dijo Alejando, con frialdad y una mirada sombría.

¡Ni siquiera merecía ese matrimonio de conveniencia!

Luciana se estremeció, apretando los puños hasta que las palmas de sus manos se comenzaron a sudar. Se sentía como si la hubiera desnudado y humillado en público.

Pero no podía contradecirlo. ¡Porque él tenía razón! ¡Se había vendido! ¡Y ni siquiera lo había hecho bien! ¡Era indigna, estaba sucia!

Alejandro apartó la mirada, llena de desprecio, sin siquiera dignarse a mirarla de nuevo.

—Primero, gestionemos el divorcio. Espera mi aviso para que vayas al Registro Civil a la hora indicada. Mientras tanto, antes de que mi abuelo se recupere, juega bien tu papel de nuera obediente, ¿entendido?

—Sí —asintió Luciana, perdida en sus pensamientos.

Alejandro se dio la vuelta y se alejó, irradiando una arrogancia altiva, mientras Luciana se quedaba inmóvil, sonriendo con amargura.

No lo culpaba por estar tan enojado, pero no podía evitar sentirse agraviada.

¿Qué mujer no sueña con casarse por amor? En su pasado, también hubo alguien que la había tratado como un tesoro, pero eso jamás volvería a pasarle…

Al salir del hospital, Luciana regresó a su dormitorio en la Universidad de Ciudad Muonio. No fue al departamento de Alejandro, ya que pensó que, dado el nivel de aversión que él sentía por ella, ya no era necesario que vivieran juntos para guardar las apariencias.

Esa noche, Luciana recibió una llamada de Sergio.

—El primo tiene tiempo el próximo miércoles para ir al Registro Civil y gestionar el divorcio, ¿te viene bien?

—Sí, está bien. —La voz de Luciana era suave y tranquila, con un leve toque de ironía—. Estaré allí a tiempo.

Acto seguido, colgó el teléfono con una expresión serena.

El matrimonio de conveniencia había sido solo un trato, no había motivo para sentirse triste; pero tenía que reconocer que no había esperado que terminara tan pronto.

Después de varios días de cansancio y de estrés mental, esa noche Luciana finalmente logró sumergirse en un profundo sueño, algo que no había conseguido en mucho tiempo.

Al día siguiente, despertó temprano, sintiéndose completamente renovada, por lo que, después de asearse, decidió caminar hacia el hospital anexo.

Había estudiado medicina clínica en la Universidad de Ciudad Muonio (UCM) y en ese momento se encontraba haciendo sus prácticas en el departamento de cirugía del hospital universitario.

Ese día le tocaba turno en la consulta de día, y, para su suerte, no había muchos pacientes, por lo que pudo salir a tiempo.

Después de cambiarse la bata de trabajo, se dirigió a la Macroplaza, en donde vio que Vicente Mayo y Martina Hernández ya se encontraban allí. Los tres habían sido compañeros de clase desde la primaria hasta la universidad.

Martina y Luciana habían estudiado medicina, aunque en diferentes especialidades, mientras que Vicente había decidido estudiar economía, y se había graduado un año antes que ellas.

A diario, cada uno estaba ocupado con sus propias responsabilidades, por lo que hacía tiempo que no se reunían.

Recientemente, Vicente había estado en el extranjero, y, en cuanto regresó, decidió organizar aquella cena para ponerse al día con ellas.

—¡Luci llegó! —exclamó Martina, con una sonrisa.

—¿Por qué pidieron tanto? —preguntó Luciana al acercarse y ver que la mesa estaba llena de comida.

—Vicente tenía antojo, pero no podía comerse todo él solo —respondió Martina—. Por suerte estamos nosotras, ¡es tan malo que nos está obligando a ayudarlo!

—Está bien, a ti no te obligo —dijo Vicente y levantó una ceja, desdeñoso, mientras le mostraba los dientes a Luciana—. Con Luciana es suficiente. Luciana, come más, ¡no dejemos que Martina coma!

—¡Qué pesado eres!

Ambos rieron y bromearon, y Luciana se sintió mucho más relajada.

—Luciana, ¿escuchaste? —preguntó Vicente, mirándola con atención.

—¿Qué cosa? —inquirió ella, tomando una tapa.

Martina y Vicente intercambiaron miradas, y él le sirvió un trozo de costilla de res con pimienta negra.

—Es que… Fernando va a volver.

Luciana se detuvo un momento, y su expresión cambió ligeramente, mientras negaba con la cabeza.

—No.

—Él lo mencionó en el grupo, dijo que cuando regrese, quiere reunir a todos.

El grupo al que se refería Vicente era uno en el que Luciana solía estar. Sin embargo, después de terminar con Fernando Domínguez, lo eliminó y se salió del grupo, por eso no sabía nada.

—Luciana, entonces, ¿irás? —preguntó Vicente.

Luciana sonrió sin alegría.

—¿Para qué iría?

—Bueno, es una reunión de compañeros de clase, no es que pase a menudo… —dijo Martina con cautela.

Luciana negó con la cabeza una vez más.

—¿Para ver a mi ex? No, gracias. Desde el día que terminé con él, no he tenido la intención de volver a verlo en esta vida. —Mientras hablaba, apretó instintivamente su mano.

—Luciana, no te enojes.

—¡Te dije que no lo mencionaras! —repuso Martina, lanzándole a Vicente una mirada de reproche—. Quien quiera verlo, que lo haga. Pero nosotros no lo haremos.

—Es mi culpa. —Vicente pensó en eso y sintió una punzada de frustración, luego le lanzó una mirada coqueta a Luciana—. Si no hubiera sido por la intromisión de Fernando en aquel entonces, ¡Luciana ya hubiera estado conmigo! ¡Él no sabía valorar a mi querida Luci!

Martina rio y casi se ahoga con un sorbo de agua.

—Señor Mayo, ¿puede tener un poco de vergüenza?

—Estoy bastante satisfecho con esta cara. —Vicente sonrió con descaro y luego preguntó—: Luciana, ¿la vieja bruja te ha molestado últimamente?

Con «vieja bruja» se refería a Clara Soler.

Habían crecido juntos, así que naturalmente conocían bien su situación familiar. Sin embargo, no les había lo que había sucedido esta vez, y tampoco pensaba hacerlo, por lo que se apresuró a sonreír, mientras negaba con la cabeza.

—No te preocupes, estoy bien.

—Parece que todo está en orden.

—Si tienes algún problema, dímelo. Aquí tienes a tu hermano mayor —dijo Vicente, sin notar nada raro en ella.

—¡Y a mí también! —Martina levantó la mano con entusiasmo.

—Sí, claro —asintió Luciana con una sonrisa.

Sin embargo, no pensaba recurrir a ellos para todo. Tenían más o menos la misma edad que ella y dependían de sus familias. Agradecía su apoyo, pero sabía hasta dónde podía pedirles ayuda. Además, el problema ya estaba resuelto.

Después de cenar, Vicente tenía otros compromisos, por lo que fue el primero en marcharse. Por su parte, Luciana acompañó a Martina a su apartamento alquilado, antes de marcharse a su residencia.

No obstante, esa noche, Luciana no pudo dormir.

Dio cientos de vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño, ya que, cada vez que cerraba los ojos, una cara joven y elegante aparecía en su mente…

«¿Fer? ¿Va a regresar?», se preguntaba. «¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que lo vi?»

Increíblemente, ya habían pasado tres largos años.

***

Era fin de semana, y Luciana tenía su día libre, por lo que, a la mañana siguiente, se dirigió al Sanatorio Cerro Verde.

Casi todas las semanas iba a visitar a Pedro y pasaba tiempo con él, aunque Pedro vivía en su propio mundo y rara vez le respondía.

Mientras estaba sentada en el autobús, WhatsApp le notificó que tenía un mensaje. Rápidamente, le echó un vistazo y, al ver que no conocía el remitente, lo ignoró por completo.

Al llegar al sanatorio, Luciana, cargada con las cosas que había comprado para Pedro, empujó la puerta de su habitación.

—¡Llora! ¡Vamos, llora!

—¡Inútil!

Una voz femenina aguda lanzaba insultos sin piedad. Tras lo cual se oyó un fuerte y seco sonido, seguido de una risa estridente y descontrolada, que resonó en la habitación.

—¡Idiota! ¡Te pego y ni siquiera sabes llorar! ¡No entiendo por qué sigues vivo, cuando no sirves para nada! ¡Ja, ja, ja, ja!

La sangre de Luciana se encendió, y caminó sigilosamente hacia el interior.
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