Capítulo 4
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.

—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?

Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.

—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.

¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.

—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.

Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.

—Está bien, acepto.

Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin embargo, eso facilitaría deshacerse de ella en el futuro.

—Prepararé el contrato. Mañana temprano, trae tus documentos. Nos vemos en el Registro Civil.

—De acuerdo.

A la mañana siguiente, Luciana esperaba en la puerta del Registro Civil. No había dormido bien en toda la noche, y su mente estaba nublada, hasta que Alejandro apareció.

Mientras él se acercaba, Luciana intentó sonreír.

—Alejandro —saludó.

Pero Alejandro no le dirigió ni una mirada de reojo, y siguió caminando hacia el interior.

—¡Sígueme, rápido!

—Ah, sí, voy.

Los trámites se realizaron rápidamente. Tras lo cual, Luciana sostuvo el pequeño librito rojo que confirmaba su matrimonio, con sentimientos encontrados. Para sobrevivir, primero, había vendido su cuerpo y…, ahora, también su soltería.

Al salir, vio que había dos coches estacionados en la entrada y Alejandro señaló al que estaba detrás.

—Sube, el chofer te llevará a dónde vas a vivir.

Tras esto, él se encaminó hacia el coche que se encontraba adelante.

—Cuñada —dijo Sergio, acercándose a Luciana, y le entregó una tarjeta—. Esto te lo envía Alejandro.

La compensación había llegado tan rápido que Luciana no se sintió capaz de rechazarla.

—Gracias —respondió Luciana, con sinceridad, en dirección a Alejandro mientras sostenía la tarjeta.

Sin embargo, Alejandro no le prestó atención. Para él, aquello no era más que una transacción, y no necesitaba su agradecimiento.

—Sergio, no la llames cuñada. Ella no merece ese título. Vámonos.

Luciana, sin embargo, decidió no irse con el chofer que le había indicado Alejandro, por lo que, después de preguntarle por la dirección, lo despidió y, acto seguido, se encaminó hacia el Sanatorio Cerro Verde, una institución especializada en el tratamiento de autismo.

En su Bentley Mulsanne, Alejandro le dio instrucciones a Sergio:

—Ve con Mónica y dile que la boda se cancela. Agradécele y asegúrate de que esté bien. Dale lo que quiera.

—Entendido.

En ese momento, el teléfono de Alejandro emitió un pitido; era una notificación de gasto de su tarjeta.

«Su tarjeta con el número de terminación 1138 ha registrado un gasto de 200,000 dólares».

¿Apenas había recibido la tarjeta y ya había gastado una suma tan grande?

¡Qué desvergonzada!

Al salir del Sanatorio Cerro Verde, Luciana guardó la factura en su libreta de cuentas, apuntando una nueva deuda.

«Día 12 del mes mayo del año 2024, deuda con Alejandro Guzmán de 200,000 dólares».

Nunca había pensado en quedarse con su dinero sin más, por lo que, a pesar de que en ese momento no tenía los medios, le devolvería cada centavo en el futuro.

Habiendo resuelto una de sus preocupaciones, Luciana exhaló un largo suspiro.

Después de dos días de tensión, de repente se sintió débil, con las piernas temblorosas y la espalda y la frente empapadas en un sudor frío.

Era doctora en prácticas y sabía lo que estaba pasando.

Esa noche había sido demasiado intensa, y el dolor en su cuerpo no había cesado en dos días. Y aún tenía sangrado, lo que no era una buena señal.

Sin atreverse a esperar más, fue directamente al hospital y se registró en el área de ginecología.

Alejandro estaba en medio de una reunión cuando recibió la llamada de Sergio.

—¡Primo! —dijo Sergio con urgencia—. ¡Le pasó algo a la señorita Soler! Después de que le conté lo de la boda, se desmayó. ¡Ahora está en el hospital!

—¡Voy para allá inmediatamente!

En el hospital.

Clara lloraba desconsolada.

—¡Ay, mi pobre hija! ¡La boda se canceló y eso va a matarla!

—Mamá, no lo digas así. El señor Guzmán ya se casó con otra. —Mónica, con los ojos llenos de lágrimas, parecía extremadamente desdichada.

—No tuve la suerte… Señor Guzmán, gracias por venir a verme.

Alejandro detestaba ver a las mujeres llorar, pero Mónica había sido la primera mujer en su vida, por lo que no tuvo más remedio que mostrar algo de paciencia.

—Todo fue muy repentino. Casarme con ella fue una medida temporal. Pero entre nosotros no hay sentimientos. El divorcio es solo cuestión de tiempo. Mi promesa contigo sigue en pie, solo necesito que esperes un poco.

—¿De verdad? —Clara dejó de llorar inmediatamente—. No estará engañando a mi hija, ¿verdad?

Alejandro no soportaba que lo cuestionaran, ni siquiera si quien lo hacía era la madre de Mónica.

—¿Está dudando de mí?

—¡Te creo! —Mónica tomó la manga de la camisa de Alejandro y, entre sollozos, dijo—: Yo te creo.

Al escuchar esto, el rostro de Alejandro se suavizó. Su chica estaba sufriendo. ¡Y todo era por culpa de Luciana, que lo había llevado a romper su palabra con ella!

—Descansa bien, y no pienses en tonterías.

—Está bien, te haré caso.

Después de consolar a Mónica, Alejandro se apresuró a salir del hospital, con la intención de regresar a la empresa.

Mientras caminaba por el vestíbulo del nosocomio, de repente, vio una silueta familiar.

¿Era… Luciana? ¿Qué estaba haciendo allí?

Con esta duda en mente, Alejandro decidió seguirla.

Luciana entró en un consultorio, y Alejandro levantó la vista para ver el letrero en la puerta: ¡Ginecología!

El rostro de Alejandro se oscureció y decidió esperar.

Media hora después, Luciana salió del consultorio, completamente pálida, y se apoyó en la pared mientras caminaba con lentitud, hasta que se topó de frente con él.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Luciana, atónita.

—¿Qué hacías en Ginecología? —respondió Alejandro.

—Eso es asunto mío —respondió Luciana y desvió la mirada—. No necesitas saberlo.

De repente, la puerta del consultorio se abrió, y una enfermera, sosteniendo un historial clínico, la llamó:

—¡Señorita Luciana Herrera, olvidó su historial!

—Oh, gracias.

Luciana extendió la mano para tomarlo, pero Alejandro fue más rápido y lo arrebató antes que ella.

Luciana, sobresaltada, intentó recuperarlo.

—¡Devuélvemelo! ¡No lo mires!

—¿Y quién me lo va a impedir?

Aprovechando su ventaja de estatura, Alejandro abrió el historial, mientras Luciana, desesperada, estaba al borde de las lágrimas.

—¡No tienes derecho! ¡No lo mires!

Pero ya era demasiado tarde; Alejandro ya lo había visto y su rostro se ensombreció como la noche, incapaz de creerlo.

—¿Qué clase de herida vergonzosa es esta?

Luciana cerró los ojos, avergonzada, con el rostro pálido.

—¿Eres su novio y no lo sabías? No tienes ni un poquito de compasión, solo te preocupas por tu propio placer. ¡Ella tiene un desgarro de tercer grado y le dieron varios puntos! En adelante, trata mejor a tu novia —repuso la enfermera sin poder contenerse—. Si no tienes experiencia, no intentes movimientos tan difíciles —murmuró, mientras se alejaba.

Alejandro sintió como si le hubieran dado un golpe en la cabeza. ¿Desgarro de tercer grado? ¿Puntos? ¿Movimientos difíciles?

¡Qué intensidad! ¿En serio se había casado con una mujer así?

¿Recién casados, y ya le ponía los cuernos de esa manera tan descarada?

¡Todo por culpa de esta mujer, la misma que había hecho que su chica se sintiera triste y humillada!

—¡Luciana Herrera, decir que eres descarada es poco! ¡Eres una sinvergüenza! —exclamó, agarrándola y arrastrándola fuera de la habitación, con tanta fuerza que Luciana frunció el ceño por el dolor.

—¿A dónde me llevas?

—¡A ver al abuelo!

Alejandro no podía soportar ni un minuto más la humillación de ser engañado de esa manera.

—¡Que el abuelo vea tu verdadera cara! ¡Tan descarada e imprudente y todavía te atreves a presentarte ante él para exigir que cumplamos con el matrimonio!

Luciana se sintió apenada pero también profundamente frustrada. Quería recordarle que casarse no había sido su decisión. ¿Acaso no había sido idea de Alejandro? Aparte, ¿acaso no se trataba de un matrimonio por conveniencia, un simple acuerdo, sin implicaciones reales que pronto llegaría a su fin?

Sin embargo, Alejandro le había hecho un gran favor, así que, estaba bien, que hiciera lo que quisiera.

Cuando llegaron a la habitación del hospital, Alejandro abrió la puerta y empujó a Luciana hacia dentro.

—Vamos, dile al abuelo con tus propias palabras qué clase de mujer eres.
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