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Ella paró frente a un bar, ambos nos bajamos y fuimos dentro. Caminamos a una mesa vacía y nos sentamos uno frente al otro.

—¿Vienes seguido? —le pregunté. Ella negó con la cabeza.

—Prefiero emborracharme en la comodidad de mi hogar, pero hoy se me antojó hacerlo fuera —me dijo con una sonrisa.

Una chica se nos acercó y ambos pedimos una cerveza.

—Lamento lo que mi mamá te dijo —le dije.

Ella se rió con maldad.

—Creo que yo seré igual a ella cuando mi hijo intente llevarme a una mujer a casa. Lo mismo pasará contigo cuando tu pequeña crezca y empiece a ver al sexo masculino con otros ojos —me dijo de forma relajada.

Yo puse mala cara y miré a otro lado. Alma no podía crecer, ella se tenía que quedar así de pequeña para que yo la protegiera siempre.

—Ella vivirá en un convento —le dije. Nerea me miró y después negó con la cabeza con diversión.

—¿Y piensas que en los conventos no existe el sexo? Tengo una amiga que terminó cogiendo con un seminarista, ahora están casados y tienen tres h
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