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Nerea entró en el hospital hecha una fiera, y ni hablar de Pau, que se veía igual de cabreada que su hermana. Vlad, en cuanto las vio, se levantó y se paró a mi lado.

—¿Qué le pasó a Denis?— me preguntó Nerea, furiosa y preocupada a la vez.

—Él está bien, solo fue un pequeño golpe en el brazo, pero todo está bien. No te preocupes —le dije, intentando calmarla.

Ella levantó una ceja y fue a preguntar a alguien más. Pau nos miraba y negaba con la cabeza, yo ya me sentía lo suficientemente mal como para que ella nos estuviera juzgando de esa manera.

Nerea volvió al lugar donde estábamos, pero para mi sorpresa se veía calmada. ¿Será que Dios escuchó mis súplicas?

—Acompáñame al baño —me pidió en tono serio. Yo negué con la cabeza; esa petición era demasiado rara, y puede que sea tonto, pero no iba a caer en eso. Yo apreciaba mis huevos, de hecho, quería un par de hijos más.

—¡Acompáñame!— me volvió a decir, esta vez agarró mi brazo y me jaló, pero yo era una estatua. En este lugar estaba
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