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Las peleas cada vez eran más jodidas. Mi madre ya estaba averiguando qué era lo que yo realmente estaba haciendo, ya que siempre llegaba a casa con un golpe diferente en la cara.

— ¿De dónde sacas el dinero, Mikhail? — me preguntó mi madre mirándome fijamente a los ojos.

Yo le sonreí un poco. No le podía mentir; ella tenía algo en su mirada que no me dejaba.

— Estoy trabajando — le dije.

Mi madre se cruzó de brazos y me miró con más intensidad. Yo tragué en seco, me acerqué a ella, le di un beso en la mejilla y salí de casa. Era mejor huir.

Cuando llegué al lugar, Vlad y su hermano ya me estaban esperando. Iba a acercarme a ellos y un tipo me detuvo.

— ¿Quieres? — me preguntó, ofreciéndome una pequeña bolsa con polvo blanco. Yo negué inmediatamente con la cabeza.

— Tú te lo pierdes — me dijo, y le vendió a un chico que se acercó a nosotros. Vi cuánto le dio por eso y sonreí. Tal vez este sea un nuevo negocio para mí.

— ¿Dónde lo consigues? — le pregunté.

El tipo me miró y arrugó el entrecejo.

— Este es mi negocio, así que te aconsejo que te alejes o la pasarás mal — me dijo con rabia y me empujó.

Yo me fui de allí y caminé hasta Vladimir y Vlad.

— Quiero vender de eso que vende él, ¿dónde lo consigo? — pregunté.

Vladimir me quedó mirando y se cruzó de brazos.

— En las peleas ganas muy bien. Deja de pensar en esas mierdas; te pueden meter a la cárcel — me advirtió.

Yo miré otra vez al tipo y sonreí. Quería ese negocio; necesitaba con urgencia sacar a mi madre del lugar en donde estábamos viviendo.

4 AÑOS DESPUÉS

Llegué a casa contento; le tenía un enorme regalo a mi madre, sabía que le iba a encantar. Le di la última calada al cigarro y lo tiré en la entrada. Entré a casa y me quedé en la pequeña sala.

— ¡Mamá! Ven que te tengo una sorpresa — le grité a todo pulmón.

Ella salió de la cocina y me miró.

— ¿Vas a dejar de fumar? — me preguntó.

Yo puse mala cara, después me le acerqué, la abracé y la cargué, le di un par de vueltas mientras ella me golpeaba los hombros para que la bajase.

— Te he comprado una casa, es pequeña, pero es tuya — le dije.

Ella hizo que la bajara y me miró.

— Mikha, pero ¿cómo lo has hecho? — me preguntó.

Yo le entregué las llaves, y ella las quedó mirando en su mano.

— Lo he hecho con dinero, así que no te preocupes — le dije.

Ella me miró fijamente mientras me devolvía las llaves.

— Mikha, tú tienes 16, ¿cómo pudiste comprar una casa? ¿Es cierto que estás metido en esa cosa de las drogas? — me preguntó.

Me rasqué la cabeza, saqué un cigarro y lo prendí. Le di un par de caladas antes de contestar; las peleas daban buen dinero, pero vender drogas daba el doble, y no tenía que sufrir por eso.

— ¡Claro que no! Sabes que me parto el lomo trabajando. ¿Por qué no aprecias los regalos que te doy? ¿Y quién te dijo esa mentira? Le voy a partir la cara. Le presté algo de dinero al hermano de Vlad, le pagaré mes con mes, así que no te preocupes — le dije.

Mamá me miró con la ceja levantada, incrédula por todo lo que le había dicho.

— Si me entero de que es verdad, te juro que yo misma voy a llamar a la policía — me advirtió.

Yo le sonreí, la volví a abrazar y le di un par de besos. Al fin y al cabo, ella fue la que me parió, ¿no? ¿Quién más podía conocerme tan bien?

— Está bien. Sí, el dinero salió de eso, pero es que no le estoy haciendo daño a nadie. Y solo le vendo a mayores de edad, ¿no crees que merezco algún crédito por proteger a los niños? — le pregunté desvergonzadamente.

Mamá se quitó el zapato y me pegó con él varias veces.

— ¿Por qué eres tan descarado? Si te meten a la cárcel, te juro que jamás iré a visitarte — me advirtió.

Yo le quité el zapato, le sonreí y le guiñé un ojo.

— Tenemos casa nueva, qué más da de dónde viene el dinero. Ahora es nuestra, es tuya, mami, así que no le pongas tantos peros. Si mañana muero, quiero morir tranquilo, sabiendo que tú tendrás un lugar donde estar y dinero con que subsistir — le dije.

Ella empezó a llorar y yo la abracé a mi pecho.

— No digas eso, yo me moriría si te pasa algo — me dijo.

— Todo lo estoy haciendo por ti. Quiero darte la vida que te mereces, así que no llores más — le pedí.

Ella me miró y sonrió un poco.

— Mikha, yo quiero decirte algo — me dijo, un poco titubeante.

Yo me separé y la observé.

— ¿Tú estás bien? — le pregunté con nerviosismo.

Ella asintió con la cabeza.

— Me gusta alguien — me dijo, limpiando sus lágrimas.

Me puse serio de inmediato.

— ¿Entonces es verdad que estás con el religioso ese? — le pregunté.

Ella se cruzó de brazos. Yo me reí. Mi madre merecía ser feliz, y si ese hombre era su felicidad, yo lo iba a aceptar con mucho gusto.

— Sí. Y él quiere casarse conmigo, pero no sé qué hacer. Tú sabes lo que pasó con tu padre — me dijo.

Yo puse los ojos en blanco. Ella ni siquiera debería recordar a ese gran hijo de puta.

— Dile que sí, pero primero vamos a ver nuestra casa. Tiene un jardín hermoso — le dije.

Ella puso mala cara, pero levantó la esquina de su boca. Yo la cargué y la saqué de la casa.

— No quiero que te metas en problemas por mí — me dijo, y me dio un beso en la mejilla.

— Te prometo que no me meterán a la cárcel — le aseguré.

Ella me hizo que la bajara y me dio otro golpe.

— Más te vale, Mikhail Novikov — me dijo en tono serio.

Yo sonreí y asentí con la cabeza. Jamás lastimaría a mi madre, así que sería muy cuidadoso en cuanto a temas legales.

***

A mi madre le encantó la casa, aunque dijera que no. Ahora solo faltaban los muebles. Con el dinero que me debían, los compraría. Quería todo nuevo, y había visto unos que quedarían perfectos con el lugar.

Saqué un cigarro y empecé a fumarlo frente a ella, algo que mi madre odiaba, pero que yo no podía evitar.

— Deja de fumar, Mikhail. Terminarás con alguna enfermedad — me regañó.

Mi madre era tan hermosa y muy joven. En vez de parecer su hijo, parecía su hermano. Ella me había tenido demasiado joven, salió de casa de sus padres porque la golpeaban y se terminó metiendo con un bastardo mucho peor. Ella merecía el cielo, y yo estaba dispuesto a bajarlo.

— Yo puedo parar de fumar cuando yo quiera — le dije.

Tiré la colilla de cigarrillo al suelo y sonreí.

— ¿Te quedas aquí o te vas conmigo? Tengo unas cosas que resolver — le pregunté.

Ella caminó hacia mí y me hizo una señal para que me fuera.

— Y no fumes tanto — me regañó. Yo le di un beso y salí.

Me subí a una vieja motocicleta que había adquirido hace unos meses y emprendí mi viaje a la casa de Vlad.

Después de un largo camino, llegué. Me bajé de la motocicleta y entré a la casa de Vlad. Necesitaba ir con él a ver al bastardo que me debía dinero.

— ¿Qué carajos te estás haciendo ahora? — le pregunté mientras me sentaba.

A Vlad le gustaban mucho los tatuajes, gusto que no compartía en lo más mínimo. Un tipo lo estaba tatuando, algo aborrecible para mí.

— Deberías hacerte un gran lobo en el pecho — me sugirió.

Yo le mostré el dedo medio y saqué un cigarro.

— Apúrate, tenemos que cobrarle a ese infeliz. Él cree que me va a robar — le dije.

El sonido de la maquinita me daba escalofríos. ¿Cómo podían meterse una aguja en la piel? Eso era masoquismo en su máxima expresión.

— ¿Mikha, cómo estás? — me preguntó Vladimir, sentándose a mi lado.

— Muy bien, ¿y tú? ¿Cómo está tu hijo? — le pregunté.

Vlad se levantó de la silla y miró su nuevo tatuaje.

— Vamos rápido — apuré a Vlad. Él se puso la camiseta y ambos salimos.

— ¿Ya le mostraste a tu mamá la casa? — me preguntó.

Yo asentí y sonreí ampliamente.

— Y quiero comprar los muebles. Con eso que me deben, lo haré — le dije.

Vlad asintió y ambos nos subimos en la vieja motocicleta.

Al llegar al lugar, toqué un par de veces, pero no hubo respuesta alguna. Yo respiré profundamente y le di una patada a la puerta y entré. Allí estaba el bastardo almorzando de lo más tranquilo.

— ¿Dónde está el dinero? — le pregunté.

Me acerqué a él y lo apreté por el cuello, lo tiré al suelo y le di una patada en la cara.

— Me robaron, pero te juro que te pagaré todo — me dijo.

Le di un par de patadas más. ¿Este infeliz creía que yo era idiota?

— Te voy a matar y voy a venderte como comida para cerdos. Así recuperaré algo de mi dinero — lo amenacé.

Me agaché y empecé a darle puñetazos en la cara. Me jodía que me vieran la cara.

— ¡Mikha, ya basta! — me gritó Vlad.

Yo detuve mis golpes y me levanté. Siempre que perdía el control, era lo mismo; no me daba cuenta del daño que estaba causando, y este imbécil casi muere por eso.

— ¡Quiero mi maldito dinero! — le grité y le di una patada.

Él empezó a sangrar aún más por la nariz. Yo le había partido toda la cara.

— Está debajo de la cama — me dijo jadeando.

Yo fui a la habitación y tiré el colchón a un lado. Saqué todas las tablas, y allí en una bolsa estaba mi dinero, mi dulce dinero.

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