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Tenía que hablar bien con Muriel. Ella no podía llevarse una mala impresión mía. Yo era un hombre culto, educado, bueno en la cama, sexy, millonario y un muy buen besador. Era casi perfecto, así que le iba a demostrar que no encontraría un mejor hombre en esta tierra que yo. En poco tiempo se enamoraría de mí, de eso estaba más que seguro.

La puerta del sauna se abrió y entró Vlad con su típica mala cara. Yo lo quedé mirando y también lo miré mal.

—Lárgate —le dije.

Vlad me lanzó una toalla a la cara.

—Salvatore quiere hablar contigo. Ahora levanta el trasero y ve a hablar con él —me dijo.

Respiré pesadamente. Cómo odiaba que me interrumpieran cuando estaba en un momento de paz.

—¿Pero qué m****a quiere ese hombre? ¿por que no envía un mensaje como una persona normal? —pregunté de mala gana.

—Y yo qué m****a voy a saber. Agradece que te estoy avisando, ahora levantate —me respondió.

Me levanté de mala gana y salí del sauna. Salvatore estaba en el recibidor de mi casa. Él me miró y desvió la mirada inmediatamente.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté mientras ponía mis brazos en jarra. Odiaba que interrumpieran mi momento de relajación. Él me miró con mal genio y se acercó.

—Uno de mis socios te quiere conocer. Sería un buen negocio hacer tratos con ese hombre —me dijo Salvatore, desviando la mirada de nuevo. Se veía claramente incómodo.

—¿Puedes ponerte algo? Es desagradable ver tu polla —me dijo.

Yo me reí un poco.

—¿Es que nunca has visto una polla? —le pregunté con una enorme sonrisa. Si iba a estar en mi casa tenía que acostumbrarse a mis cosas, y yo no iba a taparme solo porque lo estaba incomodando.

—Sí, pero hoy no tenía la intención de ver la tuya. Ahora, por favor, ve y ponte algo de ropa. Y otra cosa, sé prudente con el hombre —me dijo.

Yo levanté ambas cejas. ¡Pero si yo era la prudencia personificada! Muchos envidiaban esa parte de mí.

***

Apenas vi al tipo con quien supuestamente tendría algún tipo de trato, lo desprecié por completo. El imbécil me miraba de reojo, como si yo oliera mal. Era un imbécil, hablando de cosas totalmente innecesarias. Llevaba media hora sentado escuchándolo hablar y cada segundo que pasaba me desesperaba más y más.

—¿Vas a firmar el maldito acuerdo sí o no? No tengo tu tiempo, y dudo mucho que sea tan difícil firmar un jodido papel —le dije.

El pelafustán me quedó mirando y después se rió.

—No. Se nota a leguas que eres un ignorante. Sería vergonzoso tenerte como socio —me dijo.

Yo me reí un poco, me levanté de la silla y caminé hacia el bastardo.

—Novikov, sé prudente. Yo arreglaré esto —me pidió Salvatore, pero ya el daño estaba hecho y a mí ningún bastardo iba a decirme ignorante.

—Sí, deberías irte. Yo hablaré con Salvatore. Él sí va a entenderme completamente —me dijo con una sonrisa.

Agarré al infeliz por el cabello y lo estrellé varias veces contra la mesa de vidrio de la oficina de Salvatore. Después hice que me mirara.

—¿Vas a firmar sí o no? —le pregunté.

El asintió y firmó el contrato. Yo tomé el papel y se lo lancé a Salvatore.

—Allí tienes tu prudencia —le dije y salí de la oficina.

— — — — — — — —

La noche estaba perfecta para tomarme un chocolate caliente y leer un libro. Fui al pequeño balcón de mi habitación y entré a Luis, mi pequeño cactus. Escuché un ruido en la cocina y fui a verificar que todo estuviera bien.

Empecé a gritar como loca cuando vi a ese enorme hombre tomando un vaso con agua como si nada, en mi cocina.

—Deja de gritar, me da dolor de cabeza —me pidió.

Hice silencio y me acerqué a él.

—¿Cómo entraste? ¡Esto es un delito! — le dije un poco histérica.

Le quité el vaso con agua y lo tiré al fregadero.

—Tu casa necesita seguridad. Si quieres, puedo ayudarte con eso —me propuso.

Estoy segura de que en esta vida no existe alguien tan descarado como este hombre. Es simplemente imposible que exista.

—¿Esa seguridad te mantendrá alejado? —le pregunté.

Yo estaba demasiado furiosa. Este tipo se estaba pasando; yo en ningún momento le di la confianza como para hacer este tipo de cosas.

—No, pero sí mantendrá alejadas a otras personas. Tú solo dime que sí y yo envío a mi personal para que se encargue —me dijo.

Ni siquiera le iba a responder a eso. Este tipo era como un dolor en el trasero.

—Lárgate de aquí —le dije.

Agarré su mano y lo arrastré hasta la puerta, pero él se detuvo de golpe, se zafó de mi agarre y volvió a mi cocina. Yo corrí hacia él e intenté volver a sacarlo.

—Yo quería hablar contigo de lo que me dijiste. Yo no tengo eso, jamás me he imaginado a mi mamá desnuda, eso es para pervertidos, y yo soy una persona decente, te lo juro. Deberías conocerme un poco más, soy casi perfecto, no soy perfecto del todo porque tengo una cicatriz —me dijo.

Se levantó la camisa y tenía una enorme cicatriz en su abdomen.

—Mi madre dice que soy un buen partido, no encontrarás a un mejor tipo que yo. Si me dices que sí, te daré lo que quieras —me dijo.

Esto era una locura. ¿Cómo me quitaba a este tipo de encima?

—¿Muriel, tienes algo de comer? Tengo mucha hambre —me preguntó.

Esto ya excedía toda mi paciencia. Lo volví a agarrar del brazo y traté de moverlo, pero fue inútil.

—Lárgate de mi casa o empezaré a gritar —le advertí.

Él sonrió y yo me desesperé aún más. Empecé a gritar a todo pulmón; si no se iba a las buenas, lo ahuyentaría.

El gorila se acercó a mí, me agarró por la parte de atrás de la cabeza y me besó. Yo quedé quieta y con los ojos muy abiertos. ¡Oh por Dios! Un maleante me estaba besando. Lo empujé lejos y empecé a golpearlo en el pecho. ¿Qué se estaba creyendo este tipo?

—Eres igual a mi madre, pero tú sí me pones —me dijo.

Me rindo. Si él no se iba, entonces lo haría yo. Ya no lo soportaba un minuto más.

Salí de la casa y caminé lejos. Iba a dormir bajo un puente si era necesario, pero no quería tener a ese orangután cerca. Era un completo bruto, ¿cómo se atrevía a besarme de esa manera? Cómo le odiaba.

—Tienes toda la cara llena de m****a, ¿de verdad te irás así? —me gritó.

Pasé mi dedo índice por mi mejilla. Cerré los ojos y me di la vuelta. El orangután tenía rastros de mi mascarilla en su cara. ¿Podía esto ser más humillante?

Caminé hacia él y me detuve enfrente.

—Te odio —le dije y él se rió.

Volví a mi casa y cerré con llave, pero el desgraciado volvió a entrar como si nada.

—Vas a dañar mi cerradura —lo regañé.

Era como un niño encaprichado con algo, y para mi desgracia, ese algo era yo.

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