5

Empecé a morderme la uña del dedo índice con nerviosismo. ¿Cómo supo dónde trabajaba? ¿Acaso quiere hacerme lo mismo que al tipo en la bolsa?

—¿Le debes dinero? —me preguntó Nuria.

Yo volteé a verla. Quería ahorcarla en estos momentos.

—¡Claro que no! Ese tipo ayer casi mata a un hombre frente a mis ojos. Es peligroso y ahora está buscándome.

Ella abrió un poco la boca, y después sonrió.

—Qué rico, sexy y peligroso —dijo ella con una sonrisa.

En ocasiones no entendía cómo podía ser amiga de ella. Nuria estaba loca.

—Él es un hombre peligroso, ¿cómo puedes pensar en él como alguien sexy? —le pregunté.

Su sonrisa se hizo mucho más ancha. Yo la agarré del brazo y la moví de sitio, dándole la espalda a las puertas.

—Ese tipo es un animal —le dije.

—Y tú una soplona —dijo una ronca voz a mi espalda.

Yo me di la vuelta lentamente. Lo miré y él me sonrió. Tragué saliva, ¿cómo lo pudieron dejar entrar?

—No entiendo qué haces aquí. Eres un peligro para la sociedad, deberías estar en la cárcel en estos momentos —le dije.

Él le dio un par de caladas a su cigarrillo y después me sonrió. Odiaba su dentadura.

—¿Quieres almorzar? —me preguntó como si nada.

Nuria me quedó mirando mientras sonreía.

—Te denuncié a la policía —le recordé.

Él se encogió de hombros.

—Y te doy las gracias por eso, así pude averiguar todo de ti, ¿sabes…? —Él me miró de arriba a abajo—. Eres mi jodida fantasía sexual —me dijo.

¡Qué hombre tan vulgar!

—Vamos a almorzar, ya he perdido mucho tiempo esperándote fuera. Quiero estar en tu compañía, y si tú me lo permites, entre tus sexys muslos —me dijo.

Me crucé de brazos y lo observé. ¿Este tipo estaba loco? Tenía que estarlo. ¿Cómo era posible que me dijera estas cosas como si nada? ¡Dios mío!

—Puedes irte, así no pierdes más el tiempo, porque yo jamás iría a almorzar con un animal como tú —le dejé en claro.

Pasé sobre él; este tipo no iba a intimidarme. Él me agarró de la mano y yo lo miré a los ojos. Intenté soltarme de su agarre, pero el bastardo era muy fuerte, y era más que obvio que se estaba divirtiendo conmigo.

—No voy a ir contigo a ningún lado, ahora déjame ir y vete —le volví a decir.

El guardia de la escuela se acercó y quedó mirando a la bestia horrenda que me estaba molestando.

—¡Suéltela! —ordenó.

Yo le sonreí al animal. Él jamás podría con el guardia; este era el doble que él. El guardia intentó agarrarlo, pero el muy bruto agarró al pobre guardia y le dobló la mano.

—¡Ya basta! Deja de hacer este tipo de cosas ¡y deja de fumar! —lo regañé.

Él soltó al guardia y le lanzó el cigarro en la cara. ¿Se podía ser más bestia?

—Vamos a almorzar —me dijo él en tono de orden.

—¡No! Yo no iré a ningún lado contigo. Eres como un niño haciendo una rabieta. Ahora, largo de la escuela —le ordené.

Él se acercó a mí y me arrinconó contra la pared. Acercó su cara a la mía, lamió mi barbilla y después se alejó. ¿Pero qué carajo?

—Ponte algo lindo esta noche, o mejor espérame desnuda —me dijo.

Me guiñó un ojo y se fue. Yo me quedé estupefacta. ¿Qué carajo le pasaba a este tipo por la cabeza?

—Eso fue tan caliente —me dijo Nuria.

Yo la fulminé con la mirada. ¿Acaso también estaba loca?

—Pues te invito a esperarlo desnuda tú —le dije.

Me acerqué al guardia y tomé su mano para inspeccionar lo que ese animal le había hecho.

—Lo siento tanto, ¿quieres que te lleve al hospital? —le pregunté.

Él negó con la cabeza.

—No se preocupe, profesora, yo estoy bien. Mejor vaya a su casa —me dijo.

Yo me despedí de él y de Nuria y salí de la escuela. Miré a ambos lados y el animal ese ya se había ido.

Caminé un par de cuadras en busca de mi viejo coche. Hoy tenía un montón de exámenes que corregir.

—¿Tú qué haces aquí? —le pregunté en cuanto lo vi apoyado en mi coche.

Este tipo era una plaga. Yo lo aparté de mi coche empujándolo a un lado y entré. Puse mis cosas en el asiento del copiloto y encendí el motor, pero al momento de arrancar, el coche se fue a un lado. Yo me detuve de inmediato y me bajé. La llanta estaba desinflada, tenía un enorme agujero en ella. Yo miré con rabia al orangután.

—¿No crees que estás muy grande para hacer este tipo de berrinches? —le pregunté enfadada.

Él se acercó a mí lentamente. Yo pegué la espalda en el coche y lo miré con la barbilla levantada.

—No es un berrinche, es tu castigo por haber llamado a la policía —me dijo.

Yo lo agarré de la solapa de su camisa y lo acerqué más a mí.

—Deja de molestarme, tú no me conoces furiosa —le advertí.

Él sonrió inmediatamente. Ahora viendo sus dientes más de cerca, podía notar que sus caninos eran un poco más largos que sus dientes.

—Arregla mi llanta ya —le ordené.

Lo solté y me crucé de brazos.

—No arreglaré nada, esa es tu culpa —me dijo.

Me metí de nuevo al coche, saqué mis cosas, me bajé y lo cerré.

—¿Acaso no tienes a alguien más a quien pisotear? —le pregunté.

Él negó y yo puse los ojos en blanco. Era peor que un niño.

—Eres igual de refunfuñona que mi madre, me gusta —me dijo.

Respiré profundo. Yo creía que tenía una paciencia enorme, pero es que este hombre me sacaba de las casillas con sus comentarios tan infantiles.

—Eso que tienes, amiguito, se llama síndrome de Edipo. Te aconsejo que vayas a un psicólogo. Si quieres, yo puedo recomendarte uno —le sugerí.

Él arrugó el entrecejo.

—¿Qué es eso? —me preguntó.

Yo puse los ojos en blanco y me fui. No iba a hablar más con ese hombre, es que era muy desesperante.

—¡¿Si me vas a esperar desnuda?! —me gritó a todo pulmón a mitad de la calle.

Yo bajé la cabeza lo más que pude. ¡Qué vergüenza! Habían colegas míos aquí.

—¿O quieres que yo te quite la ropa? —volvió a gritar.

Me tapé la cara con los folders y salí corriendo. Esto solo puede ocurrir en una pesadilla.

— — — — — —  — — — — — —

Vlad se acercó a mí y me miró negando con la cabeza. Yo le quité lo que estaba comiendo y me metí un pedazo en la boca.

—Creo que estoy enamorado —le dije.

Él siguió masticando y no me dijo nada.

—¿Qué es el síndrome de Edipo? —le pregunté a Vlad y él se encogió de hombros.

—Eres un inculto. Yo ahora debería involucrarme con personas como Salvatore. Pronto seré el esposo de una profesora —le dije.

Vlad me quedó mirando.

—¿Me dices inculto a mí? ¿Acaso tú sabes lo que esa m****a significa? —me preguntó.

Saqué mi celular y lo busqué en el buscador. Vlad me quitó el celular, miró la pantalla y empezó a reírse.

—Yo creo que ella tiene razón —me dijo.

Le quité el celular de mala gana y lo metí en el bolsillo de mi pantalón.

—Eres un idiota, Vladislav. ¿Cómo se te ocurre decir eso? Mi madre es santa. Yo jamás la miraría con otros ojos. Ella, en lo que a mí concierne, aún es virgen —le contesté.

Vlad empezó a reír. Yo le di un golpe en la cabeza y él me miró mal.

—¿Por qué trabajo contigo? —me preguntó mientras me devolvía el golpe.

—Porque soy tu único amigo y te pago una fortuna —le recordé.

Él asintió y después me sonrió.

—Sí, es cierto. Y deberías aumentarme el sueldo —me dijo.

—Mejor procura buscarte una mujer, o las personas empezarán a pensar que te gusta la palanca de cambios —le dije con una sonrisa.

Vlad me dio un puñetazo en el estómago y yo me doblé de dolor.

—Al menos no estoy enamorado de mi madre —me dijo el bastardo.

Yo me enderecé y lo miré mal. Algún día le iba a partir la cara. Hoy no, porque necesitaba verme sexy para Muriel, pero lo haría pronto.

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