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Pia me miraba con la boca ligeramente abierta. Hasta yo estaba un poco sorprendido por lo que había hecho.

—Voy a salir. Si necesitas algo, se lo puedes pedir a Vladislav. Él estará a tus órdenes —le dije.

Ella intentó acercarse, pero se detuvo a medio camino.

—Muchas gracias por su ayuda. Y sobre lo que ella dijo, es todo mentira. Yo solo estoy agradecida por lo bueno que ha sido conmigo —dijo.

Se veía a punto de llorar. La verdad, no me gustaba ver a ninguna mujer llorar, me desesperaba.

—¡Mikhail! Esa mujer no quiero que vuelva a regresar aquí —gritó mi madre. Respiré profundo, me acerqué a ella y le di un beso en la mejilla.

—Ella sí volverá. Ahora me voy, tengo un asunto pendiente por resolver —le dije.

Dejé a mi madre con la cólera por el cielo y fui en busca de Vladislav. Lo encontré en el jardín, estaba fumando. Hacía mucho que no me fumaba un cigarrillo.

—Dame uno —le pedí. Él levantó la ceja y buscó uno en su chaqueta.

—Pensé que lo habías dejado —dijo.

Me encogí de hombros.
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