30

Entré a la habitación de mi pequeña, mi madre estaba allí con ella en brazos. Me acerqué y miré a mi hija dormida plácidamente entre sus brazos.

— ¿Cuándo voy a dejar de extrañar a Muriel? — Le pregunté a mi madre.

— Nunca. Es algo con lo que tendrás que vivir — me dijo ella mirándome a los ojos.

Yo asentí con la cabeza. Eso lo sabía muy bien; Muriel siempre estaría presente.

— Pía me comentó sobre la mujer de esta mañana. Qué mujer tan vulgar. ¿De dónde la sacaste? No la quiero en casa — me dijo.

Y yo tampoco la quería aquí. Esa mujer era un dolor de cabeza.

— No te preocupes, ella no volverá — le aseguré.

Le quité a Alma de los brazos a mi madre, y en cuanto la tuve en los míos, ella abrió sus hermosos ojos.

— Espero, pequeña mía, que por tu bien termines de monja — le dije.

Mi mamá me dio un golpe en la espalda y yo empecé a reír.

— No le digas ese tipo de cosas. Ella será una linda señorita y se casará con un buen hombre, alguien sensato, calmado y muy rico. Nada parecido a ti — m
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