Capítulo III

No pude tocar nada de la comida, no tenía ganas de comer. Solo pensaba en Teodoro, mi pobre gato, seguro estaría esperando en casa, pensando que lo he abandonado a su suerte. Mi corazón se contraía solo imaginarlo solo en algún rincón, esperándome. El dispensador de comida y agua le duraría una semana más, pero después de eso estaría completamente a su suerte.

La puerta se abrió horas más tarde, y nuevamente la señora del servicio entró. Se mostró preocupada al ver que no había tocado la comida, pero no dijo nada y recogió lo que antes me había dejado, lo siento, pero mi apetito se había esfumado.

Me recosté, mirando al techo. No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera con brusquedad.

—Come —ordenó esa voz grave y implacable. Me vi obligada a sentarme, y observé en sus manos una bandeja con comida. El hombre de la máscara, o en este caso, el coronel, avanzó con pasos pesados hasta quedar frente a mi cama. Deposito la bandeja en mis piernas y se quedó parado frente a mí, mirándome con molestia. Si tanto le incomodaba mi presencia, ¿por qué no me dejaba ir? Me preguntaba.

—No tengo hambre —susurré bajo, pero lo suficientemente alto como para que me escuchara. El coronel tomó una fuerte inspiración, su mandíbula endureció visiblemente.

—Te lo estoy ordenando. Obedece —gruñó, mientras pasaba una mano por su corto cabello. Se notaba que no era un hombre al que pudiera llevarle la contraria, pero ¿saben qué? No me importa nada en este momento.

—Y yo he dicho que no tengo hambre —solté con firmeza, desafiándolo con la mirada. Sus ojos grises se oscurecieron aún más. Intenté sostener su mirada, pero no pude soportar esa intensidad y jugué con mis dedos nerviosa.

La bandeja fue retirada de mis piernas, y él sujetó suavemente mi brazo, aunque su fuerza superior me obligó a salir de la cama. Estaba parada frente al hombre más peligroso del país, en un fino camisón de seda. No conocía a nadie llamado el coronel, pero la manera en la que asesinó a esos tres hombres la noche anterior dejó en claro que estaba con alguien de la mafia.

Los dedos de su mano libre se deslizaron hasta mi barbilla, obligándome a levantar la vista hacia su rostro parcialmente cubierto por una máscara roja.

—No estoy bromeando, Alina —mi nombre salió lentamente de su boca, provocando que mi piel se erizara y que contuviera la respiración. Su tono fue frío y controlado, pero contrastaba con el fuego que brillaba en sus ojos grises. Sin embargo, la pregunta seguía en mi mente: ¿Qué haría si no comía? ¿Quería averiguarlo? Que más daba, ya estaba atrapada en su casa.

—Y yo no tengo hambre… —mi voz tembló mientras lo miraba, pero su mano apretó mi barbilla con firmeza, causando un dolor agudo. Gimoteé, el dolor se intensificó.

—Si no comes, te follaré a la fuerza —sus palabras cortaron el aire como una sentencia implacable. Su mirada fría como la noche, sus ojos oscuros, dejaron claro que no estaba bromeando. Tragué saliva, el miedo me atenazaba. No quería repetir aquella experiencia de anoche, no quería que algo tan horrible me volviera a suceder.

Sin más opciones, asentí lentamente, indicando que comería. El coronel liberó mi barbilla y señaló la bandeja. Me senté y, bajo su pesada mirada, forcé a mi cuerpo a llevarse la comida a la boca.

(…)

—No puedo comer más —susurré, él se había sentado en un sofá no muy lejos y tecleaba en su teléfono, pero de vez en cuando podía sentir su mirada fija en mí. Su vista voló desde la bandeja hacia mí y asintió como aprobando que era suficiente lo que había comido.

Se levantó y, con el fino pañuelo de la bandeja, me limpió las comisuras.

—Buena chica —dijo, moviendo la bandeja hacia la mesita de noche. —Darya me dijo que le pediste ayuda para escapar —me tensé al escuchar eso, ella le dijo—. Nadie hará algo que yo no ordene —añadió, con su mirada fija en mi rostro.

—Necesito volver a casa —susurré. Teodoro me necesita, no puedo dejarlo solo.

—¿Qué tienes fuera, Alina? —inquirió—, no tienes familiares a los que aferrarte. Solo tienes deudas, un trabajo que no cubre tus problemas y que solo te pone a merced de violadores…

—Teodoro, es mi familia —susurré, a lo que él pareció confundido—. Mi gato —dije con tristeza.

—¿A eso te aferras? —preguntó, frunciendo el ceño, por lo que asentí.

—Está solo, esperando mi regreso, y tú me tienes atrapada aquí. Déjame regresar con Teo, por favor —suplicaba, casi al borde del llanto.

—No te dejaré ir, Alina —expresó con voz seria. No pude evitar soltar mis lágrimas y hacer la pregunta que carcomía mi mente.

—¿Qué quieres de mí? —interrogue. Yo no tenía dinero, y eso él lo sabía. No existía un familiar al que pedir una gran suma de dinero como recompensa por mi secuestro.

—Conviértete en mi amante.

—¿Qué? —balbuceé.

—Quiero que seas mi amante —introdujo sus manos en los bolsillos como si fuera la propuesta más normal del mundo.

—¿Por qué yo? —es lo único que se me ocurrió preguntar. El coronel alzó sus hombros restándole importancia.

—Si te conviertes en mi amante no tendrás que preocuparte por nada más que complacerme. Te vas a beneficiar de esto —dijo—. Te llenaré de lujos, riquezas y demás —añadió.

—No soy una prostituta —expliqué con rabia.

—No he dicho eso —su voz fue serena—. Tampoco quiero que lo veas de ese modo. Piensa en todo lo que puedes conseguir, no tendrás que ir a ese trabajo y puedo pagarte la universidad más costosa de toda Rusia —añadió.

Mi sueño siempre había sido ser doctora, como mi padre, tal y como le había prometido. Todo estaba a mi alcance con el coronel y lo único que debía hacer era ser su amante.

—Piénsalo, y esta noche lo discutiremos en la cena —se dio media vuelta y salió de la habitación dejándome sola. ¿Qué pasaría si me niego a ser su amante? Lo más probable es que se lo tome a mal y me lance a una fosa común en donde seguramente se encuentran los huesos de esos sujetos que estuvieron a punto de violarme.

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