Salí del hospital y decidí caminar un poco para despejarme. Además, necesitaba pensar con claridad.
Podría quedarme trabajando un par de horas extras en el burdel, tal vez incluso conseguir un empleo durante el día, pero eso sería difícil. No tengo mucha formación académica, ni siquiera terminé la universidad. Por ahora, todo lo que me queda es el burdel. Así que decidí llamar a Susan, ya que hoy era mi noche libre y no la vería. —¿Qué pasa? —respondió, notándose la irritación en su tono. —¿A qué se debe ese mal humor? —pregunté, un poco sorprendida. —Estoy lidiando con problemas legales. —¿Qué? —mi voz sonó confundida. —No es nada, solo dime para qué llamaste. —Necesito trabajar más horas. —Vaya, vaya. ¿Y esto por qué ahora? —Porque necesito más dinero. —¿Tienes algo planeado para la noche? —No. —Entonces ven al burdel. Hablaremos aquí, pero no me pidas mucho dinero. —Nos vemos en la noche, Susan —colgué y guardé mi teléfono en el bolso mientras cruzaba la calle. Después de un buen rato caminando, finalmente llegué a casa. Estaba agotada, pero decidí ponerme a hacer las labores pendientes. Mientras ordenaba la habitación, escuché el sonido del timbre. Me apresuré hacia la puerta y me encontré con el encargado del edificio. —Buenas tardes, señor Walter —sonreí, notando su expresión incómoda—. ¿Sucede algo? —Gabriella, sabes que todos aquí te apreciamos mucho. Esto no es personal, pero… —Mi intuición me dijo que esto iba por mal camino—, tienes que desalojar tu apartamento. El plumero que sostenía en la mano cayó al suelo, y mi garganta se secó. —No puede estar hablando en serio —pasé las manos por mi cabello, intentando procesarlo—. No he incumplido ninguna de las reglas del edificio. —No es eso, querida. Si dependiera de mí, jamás te echaría —trató de tomar mi mano, pero me aparté—. Es una orden de la señora Miller. Yo solo soy el encargado. —¿Cuándo tengo que irme? —un nudo se formó en mi estómago. —Inmediatamente. —Pero necesito tiempo para encontrar otro lugar donde quedarme. —Lo siento mucho, pequeña. La señora Miller exige que te vayas a más tardar mañana —noté la tristeza en su rostro y decidí no juzgarlo. —Sé que no es tu culpa. Asintió levemente antes de irse. Cerré la puerta y me dejé caer al suelo, abrazando mis rodillas. ¿A dónde voy a ir ahora? No tengo otro sitio y será muy difícil encontrar un apartamento de un día para otro. Y ni siquiera tengo dinero. Hoy gasté todo lo que tenía en el pago del hospital. No tengo más opción que pedirle ayuda a Susan. Tal vez pueda quedarme en el burdel por unos días hasta que consiga otro lugar. M*****a sea, todo me está saliendo mal. Cuanto más intento conseguir dinero, más se complican las cosas. Como si el destino estuviera conspirando en mi contra. En vez de continuar con la organización, me dediqué a empacar mis cosas. No era mucho, ya que no solía comprar ropa ni accesorios. Todo mi dinero iba para cubrir los gastos médicos de Mara. Esa noche me dirigí al burdel. Al llegar al camerino, encontré a Susan conversando con las demás chicas. —Susan —la llamé, y ella me miró. Terminó la discusión y se acercó. Nos sentamos en uno de los sofás del camerino. —Bueno, cuéntame eso de que quieres trabajar horas extras. —Lo necesito. Descubrí que hay un tratamiento aún más efectivo para mi pequeña, pero es muy costoso y necesito más dinero. —Puedo pagarte más, pero no mucho más. —Lo sé, pero planeo conseguir otro trabajo durante el día. —¿Y cuándo se supone que descansarás? Si trabajas de día y de noche, acabarás agotada y no rendirás bien en el trabajo. —Lo sé, pero tengo que hacerlo. Además, también necesito un lugar donde quedarme —suspiré agotada—. Me han expulsado del apartamento. —Maldición —encendió un cigarrillo, dio una calada profunda y exhaló—. ¿Qué vas a hacer? —Por ahora, trabajar mucho. Pero me urge encontrar dónde dormir. —Ya entiendo a lo que vas —exhaló el humo—. Puedes quedarte aquí por ahora. Pero consigue un lugar donde vivir pronto. Y, por supuesto, tendrás que trabajar toda la noche. —Por mí está bien. —En cuanto al aumento, ya veremos qué tanto ganamos. —Te lo agradezco mucho. Justo en ese momento, un grito sobresaltó a ambas. —¡Susan! Nos giramos hacia la puerta y vimos a una de las meseras, visiblemente alterada. —¿Qué pasa? ¿Por qué gritas así? —¡Tenemos un problema! Susan se levantó rápidamente. —¿Qué sucede? —La policía está aquí, están sacando a todos los clientes. —¡¿Qué?! —Susan comenzó a caminar rápidamente hacia el salón principal, y yo la seguí. Al llegar, vimos varios policías, usando la fuerza para desalojar a todos los presentes. Incluso esposaron a algunos meseros que trataron de resistirse. —¿Quién está a cargo? —preguntó uno de los oficiales. —Yo lo estoy —dijo Susan, avanzando un paso—. Necesito saber la razón de su intromisión y el uso excesivo de la fuerza. —Tenemos una orden de arresto para usted, y el local será cerrado permanentemente. —¿Por qué? —exigió saber una de las bailarinas. —Tenemos pruebas suficientes que demuestran que aquí se venden y consumen drogas. —¿Drogas? —Susan se puso a la defensiva—. Eso no es cierto. —Es mejor que no refute —dijo un policía mientras se acercaba y la esposaba—. Queda arrestada por tráfico y venta de drogas; tiene derecho a guardar silencio y a un abogado, cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra. Tras llevarse a Susan, los policías expulsaron a todos los demás y arrestaron a los meseros. Cerraron el local y se marcharon, dejándonos a todos sin trabajo y a mí sin un lugar donde vivir. Corrí a casa rápidamente, temerosa de que la policía también decidiera arrestarme. Cuando llegué, me tumbé en la cama y rompí a llorar. Mis esperanzas se desvanecían una tras otra. Ahora no tengo trabajo ni hogar, y lo peor de todo es que si no pago el hospital, Mara dejará de recibir los medicamentos y podría morir. Ella no puede ser trasladada a una clínica cualquiera, debe permanecer bajo cuidados médicos especializados, o su situación se complicará. Mientras lloraba, sonó mi teléfono. Al mirar la pantalla, vi un número desconocido. Me debatí entre contestar o no, pero la insistencia de la llamada me impulsó a responder. —¿Hola? —hablé con la voz temblorosa. —Hola Gabriella, o debería llamarte Venus —esa voz. —¿Es usted? —hablé molesta—. ¿Qué rayos quiere? —He decidido recordarte que mi propuesta sigue en pie. —Le he dicho que no necesito nada de usted. —¿Estás segura? —Sí —afirmé, aunque mi convicción flaqueó. —Está bien, si no necesitas el dinero, entonces adiós —iba a colgar, pero lo detuve. —¡Espere! —chillé rápidamente. —¿Ha reconsiderado? —Yo… —tragué mi orgullo, porque Mara depende de mí más que nunca—. Lo he pensado y sí, necesito el dinero. —Me alegra escuchar eso —su tono estaba cargado de malicia—. Ven a visitarme mañana a primera hora a mi departamento. Hablaremos sobre los términos. —Está bien. —Me hospedo en el Hotel Mandarin Oriental, New York. ¿Vives muy lejos? —No, vivo en Brooklyn. —Perfecto. Te espero mañana. Colgó, y dejé caer mi teléfono sobre la cama. Respiré hondo. Me repetí muchas veces que no lo haría, que jamás me rebajaría a este punto. Pero Mara me necesita, y por ella haré lo que sea necesario.La noche llegó, pero el sueño no. Me movía de un lado a otro, incapaz de hallar calma. Por un lado, temía volver a dormir y escuchar la voz de mi madre resonando en mi mente. Por otro, me aterraba el paso que estaba a punto de dar. No conocía nada de ese hombre. Hasta el momento, solo sabía que se alojaba en uno de los hoteles más lujosos de Nueva York. Lo que menos necesitaba ahora era tratar con un millonario egocéntrico. Finalmente, logré dormir, pero no por mucho tiempo. Un fuerte golpe en la puerta me despertó, casi derribándola. Al abrir, me encontré con la señora Miller y uno de los guardias. —Buenos días —dije entrecortada, aún adormilada. —Es necesario que desaloje inmediatamente —me respondió con frialdad. —Lo haré —respondí con una mirada cargada de resentimiento—, solo necesito unos minutos para prepararme. —Una hora —contestó sin inmutarse—. Ni más ni menos. Con esas palabras, se retiró. Me apresuré al baño y comencé a alistarme. Pensé por un momento qué ropa elegir
Le lanzo una mirada fulminante, pero me pongo de pie sin perder la compostura. Tomo el borde de mi vestido y, con calma, empiezo a levantarlo hasta que lo retiro por completo, quedando solo en bragas. Él, el muy sinvergüenza, me inspecciona sin pudor, recorriéndome con la mirada de arriba a abajo. No me dejo intimidar. Levanto la cabeza con firmeza, sin una pizca de vergüenza ni incomodidad. —¿Las bragas también? —pregunto, con una calma calculada. —No es necesario —se lame los labios, sin desviar la mirada. Luego, con una sonrisa arrogante, añade—: ¿No te da ni un poco de vergüenza desnudarte? —No —respondo sin titubear. —Ya veo. Supongo que son gajes del oficio, por eso de ser prostituta —su tono es despectivo, como si buscara provocarme. —Soy bailarina exótica —repito la respuesta, ahora con un atisbo de cansancio en mi voz. —¿En serio? —levanta una ceja con escepticismo—. Esto que estás haciendo ahora, ¿cómo se llama? Porque si mal no recuerdo, te estás prostituyendo. Cie
Detuve sus manos, que ya comenzaban a explorar mi cuerpo.—Antes quiero dejarte algo claro —dije, ganándome su total atención—. No soy masoquista, y con eso espero dejarlo todo claro.—Nunca dije que yo fuera un sádico —me miró con una sonrisa burlona.—Solo te advierto —me crucé de brazos, como era mi costumbre—. Nada de cosas extrañas. Ni aparatitos raros, ni golpes, maltratos o ataduras.—Ya he dicho que no me gustan esas cosas —elevó los brazos en señal de rendición—. Soy bastante perverso, eso lo acepto, pero no sádico. Aprovecho para informarte también de mi costumbre —tomó un mechón de mi cabello y lo colocó detrás de mi oreja—. No beso en la boca, a nadie —aclaró.—¿Estás hablando en serio? —su rostro confirmaba su seriedad—. ¿Por qué?—Creo que es algo realmente íntimo, aún más personal que el sexo. Y no quiero tener ese tipo de relación con nadie. Además, no creo que te guste besarme —elevé una ceja. Puede que no estuviera con él precisamente por elección propia, pero debía
Cada estocada de su parte parecía indagar en mi ser; el placer nublaba tanto mis sentidos como mi vista. Intentaba contener mis gemidos, pero se volvía imposible. Una última embestida marcó mi liberación. Me dejé caer sobre el asiento, completamente exhausta, mientras mi respiración tardaba en regularse y mis piernas se sentían como gelatina. Cuando me voltee, noté que Azrael ya había comenzado a vestirse, como si nada hubiera pasado. Juraría que él también debería estar exhausto. —Tienes mucha energía —dije en tono burlón. —Más de la que podrías aguantar. Se podría decir que no me canso con nada. —Vaya suerte la tuya —decidí sacar el tema que realmente me importaba—. Ahora, págame —exigí, poniéndome de pie y agarrando mis bragas. —Eres exigente, y luego dices que no eres prostituta. —Al parecer lo soy; me he convertido en tu prostituta. Así que paga por mis servicios —si él es un sinvergüenza, yo también puedo serlo. Caminó en mi dirección hasta quedar a escasos centímetros d
Azrael es un desgraciado, eso ya lo tengo muy claro. Y yo soy una estúpida porque siempre caigo en sus garras, aunque no es como si él me dejara muchas opciones.No puedo creer que tenga que ir a una fiesta. Quería estar tranquila; me siento triste por la partida de Mara, y no estoy en condiciones para eventos de ningún tipo.Bufé una vez más y, al final, tomé el vestido y me dirigí hacia el baño. Tomé una ducha larga, porque sabía que él tenía prisa y quería molestarlo, tan fácil como eso.Cuando estuve lista, me vestí. Como imaginé, el pedazo de tela no es precisamente cubriente, aunque debo admitir que es precioso y me queda muy bien.Tomé el maquillaje —que al parecer formaba parte de las cosas que mandó a comprar— y me apliqué un poco, sin ser demasiado escandalosa. Elegí unos tacones altos para combinar con el vestido y un pequeño bolso de mano. Terminé de acomodar mis pechos dentro del vestido y ajusté el escote.—¿Cuánto más piensas tardar? —Azrael apareció en la habitación mi
Había pasado alrededor de 20 minutos de trayecto en silencio. Pero sentí un poco de curiosidad sobre el asunto de Susan y el burdel. —Oye Azrael —llamé su atención y me miró rápidamente para luego volver a fijar su atención en la carretera —¿Qué sucedió con el burdel?—Creo que está cerrado aún —estiró la mano a la guantera y sacó una cajetilla de cigarrillos.—¿Y Susan? —¿Qué con ella? —preguntó mientras lo encendía.—Por tu culpa se metió en problemas legales.—¿Por mi culpa? —rió mientras daba una calada y soltaba una larga exhalación de humo.—Así es, tú creaste toda esa falsa historia para dejarme sin trabajo.—No creé ninguna historia, en ese lugar venden droga.—No es cierto, trabajo allí desde hace más de un año. —¿Alguna vez has estado entre las personas que visitan el lugar? —negué —. Exactamente, jamás te mezclaste entre tu público, todos están drogados, los meseros la venden. Y estoy seguro de que Susan estaba al tanto.Mi boca se abrió estupefacta. Imaginé muchas cosas
—Tenías esto planeado, ¿no es cierto? —elevé una ceja, resaltando la obviedad.—Qué va, las cosas planeadas no son para nada emocionantes —se encogió de hombros.Se acercó y me tomó por la cadera, levantándome en el aire y depositándome sobre la mesa de billar. Lo hizo con mucha facilidad, como si yo no pesara nada. Sería un halago, pero sé que no estoy tan delgada.Me sostuve de sus hombros y enredé mis piernas alrededor de sus caderas. Pasó sus manos por mis muslos, ascendiendo, y a medida que lo hacía, subía mi vestido hasta sacármelo.—Espera, no me desnudes totalmente —tomé sus manos.—¿Por qué? —ladeó el rostro, algo burlón—. Te da vergüenza.—Obviamente no, pero alguien podría entrar y... —cubrió mi boca con su mano.—Nadie nos va a interrumpir a menos que sigas parloteando. No tienen por qué saber que estamos aquí. Si no eres ruidosa, todo irá bien. Además —delineó el borde de mis labios con el dedo—, no es necesario armar tanto drama. Con vestido o sin vestido, cualquiera sab
—Azrael, basta. No trates así al señor Briel —le planté frente a él.—Vámonos —me tomó de la mano y, a la fuerza, me arrastró hasta donde estaba su auto.—¿Qué crees que haces? —me quejé mientras me sentaba de mala gana.Él no se inmutó ni se molestó en darme una respuesta. Rodeó el auto y tomó asiento al volante. No se contuvo y pisó a fondo el acelerador, dejando atrás el área del casino en cuestión de instantes.—¿Qué rayos te pasa, eh? —reclamé después de un rato de camino.—¿De dónde conoces a ese hombre? —ignoró mi pregunta, imponiendo la suya.—No te interesa —me crucé de brazos.—Créeme, no te conviene enojarme en estos momentos —no me hubiese importado si su expresión no estuviera tan mortalmente seria.—Lo conocí hace unos años cuando llegué a la ciudad.—¿Dónde? —insistió.—En la calle. Recuerdo que estaba desesperada porque no tenía a dónde ir. Entonces él me consiguió alojamiento en el apartamento en el que viví durante años. Después de eso, me ayudó mucho; siempre me dab