Capítulo 6

Detuve sus manos, que ya comenzaban a explorar mi cuerpo.

—Antes quiero dejarte algo claro —dije, ganándome su total atención—. No soy masoquista, y con eso espero dejarlo todo claro.

—Nunca dije que yo fuera un sádico —me miró con una sonrisa burlona.

—Solo te advierto —me crucé de brazos, como era mi costumbre—. Nada de cosas extrañas. Ni aparatitos raros, ni golpes, maltratos o ataduras.

—Ya he dicho que no me gustan esas cosas —elevó los brazos en señal de rendición—. Soy bastante perverso, eso lo acepto, pero no sádico. Aprovecho para informarte también de mi costumbre —tomó un mechón de mi cabello y lo colocó detrás de mi oreja—. No beso en la boca, a nadie —aclaró.

—¿Estás hablando en serio? —su rostro confirmaba su seriedad—. ¿Por qué?

—Creo que es algo realmente íntimo, aún más personal que el sexo. Y no quiero tener ese tipo de relación con nadie. Además, no creo que te guste besarme —elevé una ceja. Puede que no estuviera con él precisamente por elección propia, pero debía admitir que era realmente atractivo, y besarlo no sería difícil—. Hablo en serio —acercó un poco sus labios a los míos, quedando a pocos centímetros, haciéndome sentir una increíble tentación de acabar con la distancia entre nosotros—. Puede ser muy peligroso —susurró sensualmente contra mis labios, haciendo que su cálido y fresco aliento me envolviera. Instintivamente intenté besarlo, pero él colocó un dedo sobre mis labios, impidiéndolo—. No lo intentes, te irá muy mal si lo haces.

—¿Pero nunca he tenido sexo sin besar? —me quejé, haciendo un puchero.

—Tendrás que acostumbrarte. Mis besos indagan muy profundo en el alma y los pensamientos, llegando a ser tan dolorosos como mortales —lo miré entre confundida y extrañada.

—¿Debo tomar eso como una metáfora? Porque si no lo es, creeré que estás aún más loco de lo que ya creo.

—Tómalo como gustes —sonrió con picardía—. Yo sé específicamente a lo que me refiero.

—Prefiero creer que eres tan buen besador que las mujeres se enamoran. Porque si empiezo a analizar tus palabras, me volveré tan desquiciada como tú.

Sonrió con sorna, claramente divertido por mi respuesta. Entonces, simplemente dirigió su boca a mi cuello y comenzó a besarlo con intensidad. Su boca trazó un camino húmedo por toda mi piel, acompañada de mordidas y lamidas que resultaban irresistibles. Aunque al principio solo pretendía fingir, no pude evitar suspirar, hechizada por su acción.

Sentí sus labios curvarse en una sonrisa pegados a mi cuello antes de seguir su recorrido hasta mis pechos. Con destreza, introdujo uno de ellos en su boca. Jadeé de sorpresa y placer. Él sabía lo que hacía; su boca denotaba una gran experiencia.

Su mano libre recorrió mi estómago hasta mi pelvis, introduciéndose lentamente por mis bragas. Descendió hasta hacer contacto directo con mi intimidad. Levantó la cabeza para mirarme directamente a los ojos, y su sonrisa lasciva apareció.

—¿Esto de mojarte tan fácil es involuntario o ya has alcanzado tal grado de excitación? —mordió su labio sensualmente.

¿En serio ya estoy tan mojada? Menuda vergüenza. ¿Soy tan fácil? ¿O él es tan excitante?

Su mano comenzó a trazar un recorrido por toda mi intimidad, con caricias lentas que enviaban corrientes eléctricas por todo mi cuerpo.

Mordí mi labio inferior para callar mis gemidos. En un rápido movimiento, Azrael introdujo un dedo en mi entrada. Gemí de sorpresa mientras él aumentaba el ritmo, introduciendo otro dedo.

Elevé mi cadera involuntariamente, pidiendo más contacto. Mi cuerpo reaccionaba solo a sus acciones, y no podía hacer nada por controlarme.

Lo que al principio había planeado cambiaría por completo. Pensaba en tener sexo con él sin dejarme llevar, creyendo que solo necesitaría fingir. Pero mi cuerpo no obedecía; se dejaba llevar por el placer y accedía a cada caricia.

Retiró sus dedos, dejándome con una molesta sensación de vacío. Gruñí en respuesta y le dediqué una mirada poco amigable. Pero él lo ignoró y comenzó a besar mi abdomen, descendiendo gradualmente hasta quedar justo frente a mi intimidad. Sentí un poco de vergüenza, pero me limité a esperar su acción.

Acercó sus labios y lamió por encima de mis bragas negras. Arqueé la espalda instintivamente mientras soltaba un largo jadeo. Repitió su acción un par de veces mientras yo me retorcía.

—Puedes dejar de torturarme de una m*****a vez —exigí, aunque no con tanta convicción como pretendía.

—No te estoy torturando —levantó el rostro, acercándolo al mío—. Solo trato de demostrarte que mi boca puede hacerte ver el cielo, sin tener que besarte.

Sus ojos desprendían una pasión abrazadora, como si la lujuria envolviera todo su ser, convirtiéndose en un manto oscuro que complementaba maravillosamente su personalidad libertina.

—¿Me darás ese dinero? —pregunté, aprovechando el momento.

—Eres muy interesada —se burló y bufé.

—Lo necesito.

—No enfríes la situación —se abrió paso entre mis piernas para quedar sobre mí nuevamente—. Ya te he dicho que debes ganarlo —tomó el borde de mis bragas, dándome a entender su intención.

Me apoyé sobre mis codos y elevé las piernas, dándole facilidad para deslizarlas y quitarlas por completo.

—Date la vuelta —exigió y lo miré, desentendida.

—¿Quieres hacerlo aquí? Es mejor ir a la habitación.

—Te explicaré algo. Siempre me dejo llevar por el calor del momento, sin importarme dónde esté. Así que lo haremos aquí, pero si algún día quiero hacerlo en otro lugar, lo haremos —reiteró—. Y otra cosa —sostuvo mi mentón, haciéndome mirarlo a los ojos—. Quiero que nuestros encuentros sexuales sean placenteros, sin necesidad de dramas. Conmigo no quiero vergüenza; vuélvete tan libertina como yo.

Asentí lentamente, y entonces la satisfacción se reflejó en su rostro.

Tal como me había indicado, me di la vuelta apoyándome en mis manos. Él sostuvo mi trasero y me hizo elevarlo un poco; con su mano separó mis piernas, dejándome completamente expuesta.

—¿Tomas algún anticonceptivo? —preguntó mientras se quitaba la ropa.

—No —respondí, y se detuvo.

—Mierda, tengo que buscar un puto condón —bufó.

—No es necesario.

—Oh, sí que lo es. No quiero un pequeño nefilim —contestó, como si fuera lo más obvio.

—¿Un qué? —lo miré, desentendida, pero me hizo un gesto restándole importancia.

—Nada, olvídalo.

—Es en serio, no necesito protección —le dije, y él me miró extrañado—. Soy totalmente infértil —sus ojos se fijaron en mí por unos segundos.

—¿No puedes tener hijos?

—No, soy así desde siempre. Me hice unos estudios y descubrí que soy totalmente estéril.

—Lo siento por ti —se encogió de hombros—, aunque para mí, ahora mismo, es perfecto.

—Estás sano, ¿verdad? —pregunté —. No quiero contagiarme de ninguna ETS.

—Yo no me enfermo, siempre estoy sano.

—Espero que no mientas.

Sostuvo mi cadera y, de una sola estocada, se introdujo en mí. Arqueé la espalda y solté un gemido algo lastimero.

—¡Cuidado! Ha dolido —le miré enojada.

—Sí, lo siento. Ya te acostumbrarás.

Cuando comenzó a moverse, la sensación de escozor fue reemplazada por el placer que hacía tiempo no sentía. Mordí mi labio mientras hundía mis uñas en el suave material del asiento.

M*****a sea, creo que voy a disfrutar este sucio acuerdo más de lo que esperaba. Pero no voy a desviarme de mi objetivo. Necesito el dinero para Mara; cuando su salud esté garantizada, me alejaré de Azrael para siempre.

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