Detuve sus manos, que ya comenzaban a explorar mi cuerpo.
—Antes quiero dejarte algo claro —dije, ganándome su total atención—. No soy masoquista, y con eso espero dejarlo todo claro. —Nunca dije que yo fuera un sádico —me miró con una sonrisa burlona. —Solo te advierto —me crucé de brazos, como era mi costumbre—. Nada de cosas extrañas. Ni aparatitos raros, ni golpes, maltratos o ataduras. —Ya he dicho que no me gustan esas cosas —elevó los brazos en señal de rendición—. Soy bastante perverso, eso lo acepto, pero no sádico. Aprovecho para informarte también de mi costumbre —tomó un mechón de mi cabello y lo colocó detrás de mi oreja—. No beso en la boca, a nadie —aclaró. —¿Estás hablando en serio? —su rostro confirmaba su seriedad—. ¿Por qué? —Creo que es algo realmente íntimo, aún más personal que el sexo. Y no quiero tener ese tipo de relación con nadie. Además, no creo que te guste besarme —elevé una ceja. Puede que no estuviera con él precisamente por elección propia, pero debía admitir que era realmente atractivo, y besarlo no sería difícil—. Hablo en serio —acercó un poco sus labios a los míos, quedando a pocos centímetros, haciéndome sentir una increíble tentación de acabar con la distancia entre nosotros—. Puede ser muy peligroso —susurró sensualmente contra mis labios, haciendo que su cálido y fresco aliento me envolviera. Instintivamente intenté besarlo, pero él colocó un dedo sobre mis labios, impidiéndolo—. No lo intentes, te irá muy mal si lo haces. —¿Pero nunca he tenido sexo sin besar? —me quejé, haciendo un puchero. —Tendrás que acostumbrarte. Mis besos indagan muy profundo en el alma y los pensamientos, llegando a ser tan dolorosos como mortales —lo miré entre confundida y extrañada. —¿Debo tomar eso como una metáfora? Porque si no lo es, creeré que estás aún más loco de lo que ya creo. —Tómalo como gustes —sonrió con picardía—. Yo sé específicamente a lo que me refiero. —Prefiero creer que eres tan buen besador que las mujeres se enamoran. Porque si empiezo a analizar tus palabras, me volveré tan desquiciada como tú. Sonrió con sorna, claramente divertido por mi respuesta. Entonces, simplemente dirigió su boca a mi cuello y comenzó a besarlo con intensidad. Su boca trazó un camino húmedo por toda mi piel, acompañada de mordidas y lamidas que resultaban irresistibles. Aunque al principio solo pretendía fingir, no pude evitar suspirar, hechizada por su acción. Sentí sus labios curvarse en una sonrisa pegados a mi cuello antes de seguir su recorrido hasta mis pechos. Con destreza, introdujo uno de ellos en su boca. Jadeé de sorpresa y placer. Él sabía lo que hacía; su boca denotaba una gran experiencia. Su mano libre recorrió mi estómago hasta mi pelvis, introduciéndose lentamente por mis bragas. Descendió hasta hacer contacto directo con mi intimidad. Levantó la cabeza para mirarme directamente a los ojos, y su sonrisa lasciva apareció. —¿Esto de mojarte tan fácil es involuntario o ya has alcanzado tal grado de excitación? —mordió su labio sensualmente. ¿En serio ya estoy tan mojada? Menuda vergüenza. ¿Soy tan fácil? ¿O él es tan excitante? Su mano comenzó a trazar un recorrido por toda mi intimidad, con caricias lentas que enviaban corrientes eléctricas por todo mi cuerpo. Mordí mi labio inferior para callar mis gemidos. En un rápido movimiento, Azrael introdujo un dedo en mi entrada. Gemí de sorpresa mientras él aumentaba el ritmo, introduciendo otro dedo. Elevé mi cadera involuntariamente, pidiendo más contacto. Mi cuerpo reaccionaba solo a sus acciones, y no podía hacer nada por controlarme. Lo que al principio había planeado cambiaría por completo. Pensaba en tener sexo con él sin dejarme llevar, creyendo que solo necesitaría fingir. Pero mi cuerpo no obedecía; se dejaba llevar por el placer y accedía a cada caricia. Retiró sus dedos, dejándome con una molesta sensación de vacío. Gruñí en respuesta y le dediqué una mirada poco amigable. Pero él lo ignoró y comenzó a besar mi abdomen, descendiendo gradualmente hasta quedar justo frente a mi intimidad. Sentí un poco de vergüenza, pero me limité a esperar su acción. Acercó sus labios y lamió por encima de mis bragas negras. Arqueé la espalda instintivamente mientras soltaba un largo jadeo. Repitió su acción un par de veces mientras yo me retorcía. —Puedes dejar de torturarme de una m*****a vez —exigí, aunque no con tanta convicción como pretendía. —No te estoy torturando —levantó el rostro, acercándolo al mío—. Solo trato de demostrarte que mi boca puede hacerte ver el cielo, sin tener que besarte. Sus ojos desprendían una pasión abrazadora, como si la lujuria envolviera todo su ser, convirtiéndose en un manto oscuro que complementaba maravillosamente su personalidad libertina. —¿Me darás ese dinero? —pregunté, aprovechando el momento. —Eres muy interesada —se burló y bufé. —Lo necesito. —No enfríes la situación —se abrió paso entre mis piernas para quedar sobre mí nuevamente—. Ya te he dicho que debes ganarlo —tomó el borde de mis bragas, dándome a entender su intención. Me apoyé sobre mis codos y elevé las piernas, dándole facilidad para deslizarlas y quitarlas por completo. —Date la vuelta —exigió y lo miré, desentendida. —¿Quieres hacerlo aquí? Es mejor ir a la habitación. —Te explicaré algo. Siempre me dejo llevar por el calor del momento, sin importarme dónde esté. Así que lo haremos aquí, pero si algún día quiero hacerlo en otro lugar, lo haremos —reiteró—. Y otra cosa —sostuvo mi mentón, haciéndome mirarlo a los ojos—. Quiero que nuestros encuentros sexuales sean placenteros, sin necesidad de dramas. Conmigo no quiero vergüenza; vuélvete tan libertina como yo. Asentí lentamente, y entonces la satisfacción se reflejó en su rostro. Tal como me había indicado, me di la vuelta apoyándome en mis manos. Él sostuvo mi trasero y me hizo elevarlo un poco; con su mano separó mis piernas, dejándome completamente expuesta. —¿Tomas algún anticonceptivo? —preguntó mientras se quitaba la ropa. —No —respondí, y se detuvo. —Mierda, tengo que buscar un puto condón —bufó. —No es necesario. —Oh, sí que lo es. No quiero un pequeño nefilim —contestó, como si fuera lo más obvio. —¿Un qué? —lo miré, desentendida, pero me hizo un gesto restándole importancia. —Nada, olvídalo. —Es en serio, no necesito protección —le dije, y él me miró extrañado—. Soy totalmente infértil —sus ojos se fijaron en mí por unos segundos. —¿No puedes tener hijos? —No, soy así desde siempre. Me hice unos estudios y descubrí que soy totalmente estéril. —Lo siento por ti —se encogió de hombros—, aunque para mí, ahora mismo, es perfecto. —Estás sano, ¿verdad? —pregunté —. No quiero contagiarme de ninguna ETS. —Yo no me enfermo, siempre estoy sano. —Espero que no mientas. Sostuvo mi cadera y, de una sola estocada, se introdujo en mí. Arqueé la espalda y solté un gemido algo lastimero. —¡Cuidado! Ha dolido —le miré enojada. —Sí, lo siento. Ya te acostumbrarás. Cuando comenzó a moverse, la sensación de escozor fue reemplazada por el placer que hacía tiempo no sentía. Mordí mi labio mientras hundía mis uñas en el suave material del asiento. M*****a sea, creo que voy a disfrutar este sucio acuerdo más de lo que esperaba. Pero no voy a desviarme de mi objetivo. Necesito el dinero para Mara; cuando su salud esté garantizada, me alejaré de Azrael para siempre.Cada estocada de su parte parecía indagar en mi ser; el placer nublaba tanto mis sentidos como mi vista. Intentaba contener mis gemidos, pero se volvía imposible. Una última embestida marcó mi liberación. Me dejé caer sobre el asiento, completamente exhausta, mientras mi respiración tardaba en regularse y mis piernas se sentían como gelatina. Cuando me voltee, noté que Azrael ya había comenzado a vestirse, como si nada hubiera pasado. Juraría que él también debería estar exhausto. —Tienes mucha energía —dije en tono burlón. —Más de la que podrías aguantar. Se podría decir que no me canso con nada. —Vaya suerte la tuya —decidí sacar el tema que realmente me importaba—. Ahora, págame —exigí, poniéndome de pie y agarrando mis bragas. —Eres exigente, y luego dices que no eres prostituta. —Al parecer lo soy; me he convertido en tu prostituta. Así que paga por mis servicios —si él es un sinvergüenza, yo también puedo serlo. Caminó en mi dirección hasta quedar a escasos centímetros d
Azrael es un desgraciado, eso ya lo tengo muy claro. Y yo soy una estúpida porque siempre caigo en sus garras, aunque no es como si él me dejara muchas opciones.No puedo creer que tenga que ir a una fiesta. Quería estar tranquila; me siento triste por la partida de Mara, y no estoy en condiciones para eventos de ningún tipo.Bufé una vez más y, al final, tomé el vestido y me dirigí hacia el baño. Tomé una ducha larga, porque sabía que él tenía prisa y quería molestarlo, tan fácil como eso.Cuando estuve lista, me vestí. Como imaginé, el pedazo de tela no es precisamente cubriente, aunque debo admitir que es precioso y me queda muy bien.Tomé el maquillaje —que al parecer formaba parte de las cosas que mandó a comprar— y me apliqué un poco, sin ser demasiado escandalosa. Elegí unos tacones altos para combinar con el vestido y un pequeño bolso de mano. Terminé de acomodar mis pechos dentro del vestido y ajusté el escote.—¿Cuánto más piensas tardar? —Azrael apareció en la habitación mi
Había pasado alrededor de 20 minutos de trayecto en silencio. Pero sentí un poco de curiosidad sobre el asunto de Susan y el burdel. —Oye Azrael —llamé su atención y me miró rápidamente para luego volver a fijar su atención en la carretera —¿Qué sucedió con el burdel?—Creo que está cerrado aún —estiró la mano a la guantera y sacó una cajetilla de cigarrillos.—¿Y Susan? —¿Qué con ella? —preguntó mientras lo encendía.—Por tu culpa se metió en problemas legales.—¿Por mi culpa? —rió mientras daba una calada y soltaba una larga exhalación de humo.—Así es, tú creaste toda esa falsa historia para dejarme sin trabajo.—No creé ninguna historia, en ese lugar venden droga.—No es cierto, trabajo allí desde hace más de un año. —¿Alguna vez has estado entre las personas que visitan el lugar? —negué —. Exactamente, jamás te mezclaste entre tu público, todos están drogados, los meseros la venden. Y estoy seguro de que Susan estaba al tanto.Mi boca se abrió estupefacta. Imaginé muchas cosas
—Tenías esto planeado, ¿no es cierto? —elevé una ceja, resaltando la obviedad.—Qué va, las cosas planeadas no son para nada emocionantes —se encogió de hombros.Se acercó y me tomó por la cadera, levantándome en el aire y depositándome sobre la mesa de billar. Lo hizo con mucha facilidad, como si yo no pesara nada. Sería un halago, pero sé que no estoy tan delgada.Me sostuve de sus hombros y enredé mis piernas alrededor de sus caderas. Pasó sus manos por mis muslos, ascendiendo, y a medida que lo hacía, subía mi vestido hasta sacármelo.—Espera, no me desnudes totalmente —tomé sus manos.—¿Por qué? —ladeó el rostro, algo burlón—. Te da vergüenza.—Obviamente no, pero alguien podría entrar y... —cubrió mi boca con su mano.—Nadie nos va a interrumpir a menos que sigas parloteando. No tienen por qué saber que estamos aquí. Si no eres ruidosa, todo irá bien. Además —delineó el borde de mis labios con el dedo—, no es necesario armar tanto drama. Con vestido o sin vestido, cualquiera sab
—Azrael, basta. No trates así al señor Briel —le planté frente a él.—Vámonos —me tomó de la mano y, a la fuerza, me arrastró hasta donde estaba su auto.—¿Qué crees que haces? —me quejé mientras me sentaba de mala gana.Él no se inmutó ni se molestó en darme una respuesta. Rodeó el auto y tomó asiento al volante. No se contuvo y pisó a fondo el acelerador, dejando atrás el área del casino en cuestión de instantes.—¿Qué rayos te pasa, eh? —reclamé después de un rato de camino.—¿De dónde conoces a ese hombre? —ignoró mi pregunta, imponiendo la suya.—No te interesa —me crucé de brazos.—Créeme, no te conviene enojarme en estos momentos —no me hubiese importado si su expresión no estuviera tan mortalmente seria.—Lo conocí hace unos años cuando llegué a la ciudad.—¿Dónde? —insistió.—En la calle. Recuerdo que estaba desesperada porque no tenía a dónde ir. Entonces él me consiguió alojamiento en el apartamento en el que viví durante años. Después de eso, me ayudó mucho; siempre me dab
Comencé a despertar algo aturdida. Supongo que los eventos de la noche anterior habían sido demasiados para mí. Me senté en la cama y me desperecé completamente. Al mirar a mi lado, me encontré con el cuerpo de Azrael, que duerme boca abajo, con la manta cubriéndolo hasta la cadera y dejando su gloriosa espalda al descubierto.Mientras casi literalmente babeaba al observarlo, noté algo en su espalda. Justo un poco más abajo de sus hombros, se encontraban dos protuberancias. A cada lado de su espalda sobresalen lo que, en mi opinión, parecen ser huesos. Pero es extraño; las personas no tenemos esos huesos allí. Además, se ven tan marcados, como si estuvieran a punto de salirse de su piel.Curiosamente, estiré la mano y acaricié la zona, sintiendo la dureza de aquellos bultos.—¿Qué crees que haces? —la voz de Azrael me sorprendió, haciendo que pegara un brinco en la cama.—¿Estabas despierto?—Me has despertado tú tocando donde no debes —se volteó a verme, sentándose en la cama y revol
El rostro del anciano se mantenía sereno, así que supongo que no le extraña mi pregunta. Pero también está algo tenso, al parecer el tema le incomoda.—No hay nada que decir —aseguró, pero la falta de convicción en su voz solo logró sembrar más dudas en mí.—¿Cómo puede decirme esto ahora? Fue usted quien me dijo que debía alejarme de él.—Y así es. Pero no puedo darte motivos —sus palabras no están teniendo ningún efecto. En realidad, me está haciendo desconfiar de él y no de Azrael.—Si no puede darme motivos, entonces no podré alejarme de él —aseguré.—Gabriella, por favor —tomó mis manos de manera implorante—. No puedo darte motivos, pero aléjate de ese hombre; es más de lo que puedes lidiar.—Lo lamento —bajé la cabeza, algo avergonzada—, pero no puedo. Hasta ahora, Azrael no me ha dado motivos para temerle, ni para alejarme de él. Además, me está ayudando con algo muy importante —le miré a los ojos—. Puede que me pida algo a cambio, pero estoy dispuesta a seguir adelante porque
Trato de mantener la calma, pero mis manos temblorosas me delatan. Cruzo mis dedos sobre mi regazo y respiro hondo. —¿Qué está pasando con ella, doctor? —miro preocupada al médico que se encuentra ligeramente recostado en la silla de su escritorio. Tiene una expresión amable en un rostro surcado de arrugas. —Señorita, lo que está sucediendo con su hermana es normal para una niña que padece leucemia mieloide aguda. —Lo sé, pero últimamente está muy deprimida, pálida y siempre parece muy cansada. —Todos esos son síntomas normales. Recuerde que está siendo sometida a quimioterapia. Es un proceso que tiende a traer muchas consecuencias, entre ellas la anemia, que es la razón de la debilidad de Mara. —¿Debo preocuparme? —pregunté mientras me ponía de pie. —Es inevitable que se preocupe; la leucemia es muy peligrosa. Pero por ahora, todo está controlado, Mara está en buenas manos. —Muchas gracias, doctor —estreché amablemente su mano y tomé mi bolso, encaminándome a la salida. El ho