Le lanzo una mirada fulminante, pero me pongo de pie sin perder la compostura. Tomo el borde de mi vestido y, con calma, empiezo a levantarlo hasta que lo retiro por completo, quedando solo en bragas.
Él, el muy sinvergüenza, me inspecciona sin pudor, recorriéndome con la mirada de arriba a abajo. No me dejo intimidar. Levanto la cabeza con firmeza, sin una pizca de vergüenza ni incomodidad. —¿Las bragas también? —pregunto, con una calma calculada. —No es necesario —se lame los labios, sin desviar la mirada. Luego, con una sonrisa arrogante, añade—: ¿No te da ni un poco de vergüenza desnudarte? —No —respondo sin titubear. —Ya veo. Supongo que son gajes del oficio, por eso de ser prostituta —su tono es despectivo, como si buscara provocarme. —Soy bailarina exótica —repito la respuesta, ahora con un atisbo de cansancio en mi voz. —¿En serio? —levanta una ceja con escepticismo—. Esto que estás haciendo ahora, ¿cómo se llama? Porque si mal no recuerdo, te estás prostituyendo. Cierro los ojos con fuerza, luchando por no ceder a la furia que hierve dentro de mí. No puedo dejar que este tipo me saque de quicio. —¿Me has dejado acaso otra opción? —respondo con un tono neutral. —¿Qué decir? —se encoge de hombros como si no tuviera mayor importancia—. Soy persistente. —Eres un maldito desgraciado —gruño, la ira evidente en mi voz. —Que va, si yo soy todo un angelito —me guiña un ojo, con una expresión de descaro—, literal. —Obviaré lo del "literal" para no pensar que estás aún más loco de lo que pareces —digo mientras, de forma tranquila, me pongo de nuevo el vestido. —Te sorprendería lo literal que puedo llegar a ser —se pone de pie, caminando en mi dirección hasta quedar a escasos centímetros—. Definitivamente vale la pena lo que voy a pagar por ti. —Toma un mechón de mi cabello y lo coloca detrás de mi oreja con suavidad—. ¿A cuántas cirugías te has sometido? —pregunta con una curiosidad casi morbosa. —Debes estar bromeando —digo, algo escéptica, mientras me siento de nuevo. —¿Te parece que bromeo? —eleva una ceja, como si la pregunta fuera inocente—. Solo es una simple curiosidad. Las mujeres de hoy en día se someten a muchas cirugías. En mi opinión, una mujer siempre es bella mientras esté conforme consigo misma, ya sea con cirugía o sin ella. —Concuerdo contigo —le respondo con sinceridad—. Pero no estoy operada. —Me mira con dudas evidentes—. No estoy mintiendo. Si tuviera alguna cirugía, te lo diría sin problema. No creo que sea algo de lo que avergonzarse. Cada quien decide qué hacer con su cuerpo. Si algo no te gusta y tienes la oportunidad de corregirlo, pues no tiene nada de malo —me encojo de hombros—. Además, nunca emplearía en mi físico el dinero que puedo destinar al tratamiento de Mara. —Ya veo —dice, rascándose la nuca despreocupado—. También creo que deberías pensar un poco en ti misma. —Eso sería egoísta. Y no necesito tus consejos. No me pediste venir aquí para asesorarme ni ayudarme con mi vida. —Como quieras —dice, estirándose perezosamente—. Por tu culpa tuve que levantarme más temprano de lo usual. Ah, y por cierto, puedes ir dejando esa ropa en el basurero. —¿Perdona? —le miro, indignada. —Esa ropa que llevas es... horrenda. Y antes de que preguntes cómo lo sé, te estuve espiando. Ahora tira esa porquería. Ya compraremos algo mejor para ti. —No gracias. —¿Cómo que no? —me mira de manera autoritaria—. Eres realmente hermosa, pero deberías aprovechar tus dotes y hacerlos resaltar mejor —hace un gesto de desaprobación. —Eso es asunto mío. —Ahora también es mío. Estarás a mi lado, y no voy a estar con alguien mal vestida —esa última frase es claramente ofensiva. —Si mal no recuerdo, acabas de decir que no eres ni una celebridad ni un magnate —mi curiosidad se activa—. Entonces, ¿cómo tienes tanto dinero? Esta habitación debe costar una fortuna. —Solo son treinta y tres mil dólares la noche —responde sin inmutarse. —¿Solo treinta y tres mil? —repito incrédula—. Estás loco, eso es muchísimo dinero. —Tengo suficiente —se encoge de hombros. —¿De dónde lo sacas? —Herencias —responde con una tranquilidad pasmosa. —¿O sea, varias? —mi sorpresa crece. —Muchas —su respuesta me deja sin palabras. —¿Cómo? —mi confusión es palpable. —Verás, muchas personas mueren sin dejar testamento —explica con calma—. Yo simplemente me encargo de recoger esas herencias. —¿Eres algún tipo de estafador? —le pregunto, la idea es aterradora. —Claro que no —niega rápidamente—. Esas personas me dejan sus fortunas por voluntad propia. —Pero, si dicen que mueren sin testamento... eso no tiene sentido. —Exacto, pero... —coloca una mano en el mentón pensativo—. Digamos que yo y los muertos tenemos una gran amistad. Por así decirlo. —No hables más, pareces un desquiciado —digo, ya sintiéndome confundida y molesta. —No pretendo que me creas, no es necesario. Pero puedes estar segura de que todas esas herencias las obtuve legalmente. O al menos, eso creo. —Sabes que, mejor calla —mi mente no puede procesar todo lo que acaba de decir. —Como quieras —se encoge de hombros, indiferente. Luego toma su teléfono y marca un número—. Ahora, a lo que iba. —¿A quién llamas? —pregunto, pero él me hace un gesto para que guarde silencio. —Hola, Ginger querida —dice al teléfono—. Necesito un pequeño favor. Compra ropa femenina... mucha. No importa para quién, no seas curiosa. Escoge bien, ya sabes que yo pago. —Me mira con picardía—. De preferencia, ropa muy sexy. —Sonríe mientras escucha—. Confío en ti, Ginger. Cuando cuelga, lo ignoro completamente y me dirijo hacia la puerta. —¿A dónde vas? —pregunta, caminando en mi dirección. —Iré a visitar a mi hermana. No te debo explicaciones. —No tardes —su tono es más exigente, pero no demasiado. —Tardaré lo necesario —me giro para mirarlo, cruzándome de brazos—. Por cierto, ¿ya comienzas a darme órdenes? —No soy muy autoritario —confiesa—, solo quiero estrenarte esta noche. —Me guiña un ojo con una sonrisa ladina. —Como sea —respondo, rodando los ojos antes de abrir la puerta y salir de la habitación. Tomé el autobús hacia el hospital, optando por ahorrar el dinero que me quedaba. Además, así tendría tiempo para pensar. Cuando llegué, me dirigí directamente a la habitación de Mara. La encontré dormida, conectada al oxígeno y con una intravenosa en su brazo, recibiendo sueros. Me acerqué rápidamente a la enfermera de turno. —¿Qué ha pasado con Mara? —pregunto, con el corazón en un puño. —La última quimioterapia la ha dejado muy débil, y anoche tuvo dificultad para respirar. Ahora está sedada. —¿Está bien? —Está estable por ahora, pero no podrá recibir visitas hoy. —¿Cuándo podré verla? —En dos días podremos permitirte verla. Está muy débil; el tratamiento está funcionando, pero la enfermedad sigue avanzando. —Por favor, manténganme informada. No importa la hora ni lo que pase —pido, tomando las manos de la enfermera. Ella asiente levemente y acaricia mis manos con ternura. —No te preocupes, te mantendremos al tanto. Tuve que marcharme sin poder ver a Mara. Necesito el dinero para inscribirla en el programa de tratamiento contra el cáncer. Los medicamentos convencionales ya no están funcionando. Me dirigí rápidamente hacia el hotel. El hombre de la recepción ya sabía que iba a quedarme allí, así que me dejó pasar sin problema. Apenas entré, me dirigí hacia la habitación. Azrael estaba tumbado en el sofá, mirando televisión. Su cabello mojado indicaba que acababa de tomar un baño. —Oh, has regresado más temprano de lo que imaginé —comentó sin levantar la vista. Sin decir nada, quité mi vestido. —¿Qué haces? —preguntó al notar mi comportamiento. Me coloqué a horcajadas sobre sus piernas. Azrael, claramente sorprendido, se tensó de inmediato. Pero en estos momentos, necesito dinero urgentemente y no se me ocurre otra manera. —Haré lo que quieras —susurré sensualmente cerca de su oído. Lo sentí tensarse aún más. —¿Y eso a qué viene? —colocó sus manos sobre mi trasero, sin intentar disimular el interés. —Necesito dinero, y lo necesito ahora. En un ágil movimiento, se giró, quedando sobre mí y aprisionándome contra el sofá. —Tendrás que ganártelo —sonrió ladino—. Y te advierto, soy muy exigente.Detuve sus manos, que ya comenzaban a explorar mi cuerpo.—Antes quiero dejarte algo claro —dije, ganándome su total atención—. No soy masoquista, y con eso espero dejarlo todo claro.—Nunca dije que yo fuera un sádico —me miró con una sonrisa burlona.—Solo te advierto —me crucé de brazos, como era mi costumbre—. Nada de cosas extrañas. Ni aparatitos raros, ni golpes, maltratos o ataduras.—Ya he dicho que no me gustan esas cosas —elevó los brazos en señal de rendición—. Soy bastante perverso, eso lo acepto, pero no sádico. Aprovecho para informarte también de mi costumbre —tomó un mechón de mi cabello y lo colocó detrás de mi oreja—. No beso en la boca, a nadie —aclaró.—¿Estás hablando en serio? —su rostro confirmaba su seriedad—. ¿Por qué?—Creo que es algo realmente íntimo, aún más personal que el sexo. Y no quiero tener ese tipo de relación con nadie. Además, no creo que te guste besarme —elevé una ceja. Puede que no estuviera con él precisamente por elección propia, pero debía
Cada estocada de su parte parecía indagar en mi ser; el placer nublaba tanto mis sentidos como mi vista. Intentaba contener mis gemidos, pero se volvía imposible. Una última embestida marcó mi liberación. Me dejé caer sobre el asiento, completamente exhausta, mientras mi respiración tardaba en regularse y mis piernas se sentían como gelatina. Cuando me voltee, noté que Azrael ya había comenzado a vestirse, como si nada hubiera pasado. Juraría que él también debería estar exhausto. —Tienes mucha energía —dije en tono burlón. —Más de la que podrías aguantar. Se podría decir que no me canso con nada. —Vaya suerte la tuya —decidí sacar el tema que realmente me importaba—. Ahora, págame —exigí, poniéndome de pie y agarrando mis bragas. —Eres exigente, y luego dices que no eres prostituta. —Al parecer lo soy; me he convertido en tu prostituta. Así que paga por mis servicios —si él es un sinvergüenza, yo también puedo serlo. Caminó en mi dirección hasta quedar a escasos centímetros d
Azrael es un desgraciado, eso ya lo tengo muy claro. Y yo soy una estúpida porque siempre caigo en sus garras, aunque no es como si él me dejara muchas opciones.No puedo creer que tenga que ir a una fiesta. Quería estar tranquila; me siento triste por la partida de Mara, y no estoy en condiciones para eventos de ningún tipo.Bufé una vez más y, al final, tomé el vestido y me dirigí hacia el baño. Tomé una ducha larga, porque sabía que él tenía prisa y quería molestarlo, tan fácil como eso.Cuando estuve lista, me vestí. Como imaginé, el pedazo de tela no es precisamente cubriente, aunque debo admitir que es precioso y me queda muy bien.Tomé el maquillaje —que al parecer formaba parte de las cosas que mandó a comprar— y me apliqué un poco, sin ser demasiado escandalosa. Elegí unos tacones altos para combinar con el vestido y un pequeño bolso de mano. Terminé de acomodar mis pechos dentro del vestido y ajusté el escote.—¿Cuánto más piensas tardar? —Azrael apareció en la habitación mi
Había pasado alrededor de 20 minutos de trayecto en silencio. Pero sentí un poco de curiosidad sobre el asunto de Susan y el burdel. —Oye Azrael —llamé su atención y me miró rápidamente para luego volver a fijar su atención en la carretera —¿Qué sucedió con el burdel?—Creo que está cerrado aún —estiró la mano a la guantera y sacó una cajetilla de cigarrillos.—¿Y Susan? —¿Qué con ella? —preguntó mientras lo encendía.—Por tu culpa se metió en problemas legales.—¿Por mi culpa? —rió mientras daba una calada y soltaba una larga exhalación de humo.—Así es, tú creaste toda esa falsa historia para dejarme sin trabajo.—No creé ninguna historia, en ese lugar venden droga.—No es cierto, trabajo allí desde hace más de un año. —¿Alguna vez has estado entre las personas que visitan el lugar? —negué —. Exactamente, jamás te mezclaste entre tu público, todos están drogados, los meseros la venden. Y estoy seguro de que Susan estaba al tanto.Mi boca se abrió estupefacta. Imaginé muchas cosas
—Tenías esto planeado, ¿no es cierto? —elevé una ceja, resaltando la obviedad.—Qué va, las cosas planeadas no son para nada emocionantes —se encogió de hombros.Se acercó y me tomó por la cadera, levantándome en el aire y depositándome sobre la mesa de billar. Lo hizo con mucha facilidad, como si yo no pesara nada. Sería un halago, pero sé que no estoy tan delgada.Me sostuve de sus hombros y enredé mis piernas alrededor de sus caderas. Pasó sus manos por mis muslos, ascendiendo, y a medida que lo hacía, subía mi vestido hasta sacármelo.—Espera, no me desnudes totalmente —tomé sus manos.—¿Por qué? —ladeó el rostro, algo burlón—. Te da vergüenza.—Obviamente no, pero alguien podría entrar y... —cubrió mi boca con su mano.—Nadie nos va a interrumpir a menos que sigas parloteando. No tienen por qué saber que estamos aquí. Si no eres ruidosa, todo irá bien. Además —delineó el borde de mis labios con el dedo—, no es necesario armar tanto drama. Con vestido o sin vestido, cualquiera sab
—Azrael, basta. No trates así al señor Briel —le planté frente a él.—Vámonos —me tomó de la mano y, a la fuerza, me arrastró hasta donde estaba su auto.—¿Qué crees que haces? —me quejé mientras me sentaba de mala gana.Él no se inmutó ni se molestó en darme una respuesta. Rodeó el auto y tomó asiento al volante. No se contuvo y pisó a fondo el acelerador, dejando atrás el área del casino en cuestión de instantes.—¿Qué rayos te pasa, eh? —reclamé después de un rato de camino.—¿De dónde conoces a ese hombre? —ignoró mi pregunta, imponiendo la suya.—No te interesa —me crucé de brazos.—Créeme, no te conviene enojarme en estos momentos —no me hubiese importado si su expresión no estuviera tan mortalmente seria.—Lo conocí hace unos años cuando llegué a la ciudad.—¿Dónde? —insistió.—En la calle. Recuerdo que estaba desesperada porque no tenía a dónde ir. Entonces él me consiguió alojamiento en el apartamento en el que viví durante años. Después de eso, me ayudó mucho; siempre me dab
Comencé a despertar algo aturdida. Supongo que los eventos de la noche anterior habían sido demasiados para mí. Me senté en la cama y me desperecé completamente. Al mirar a mi lado, me encontré con el cuerpo de Azrael, que duerme boca abajo, con la manta cubriéndolo hasta la cadera y dejando su gloriosa espalda al descubierto.Mientras casi literalmente babeaba al observarlo, noté algo en su espalda. Justo un poco más abajo de sus hombros, se encontraban dos protuberancias. A cada lado de su espalda sobresalen lo que, en mi opinión, parecen ser huesos. Pero es extraño; las personas no tenemos esos huesos allí. Además, se ven tan marcados, como si estuvieran a punto de salirse de su piel.Curiosamente, estiré la mano y acaricié la zona, sintiendo la dureza de aquellos bultos.—¿Qué crees que haces? —la voz de Azrael me sorprendió, haciendo que pegara un brinco en la cama.—¿Estabas despierto?—Me has despertado tú tocando donde no debes —se volteó a verme, sentándose en la cama y revol
El rostro del anciano se mantenía sereno, así que supongo que no le extraña mi pregunta. Pero también está algo tenso, al parecer el tema le incomoda.—No hay nada que decir —aseguró, pero la falta de convicción en su voz solo logró sembrar más dudas en mí.—¿Cómo puede decirme esto ahora? Fue usted quien me dijo que debía alejarme de él.—Y así es. Pero no puedo darte motivos —sus palabras no están teniendo ningún efecto. En realidad, me está haciendo desconfiar de él y no de Azrael.—Si no puede darme motivos, entonces no podré alejarme de él —aseguré.—Gabriella, por favor —tomó mis manos de manera implorante—. No puedo darte motivos, pero aléjate de ese hombre; es más de lo que puedes lidiar.—Lo lamento —bajé la cabeza, algo avergonzada—, pero no puedo. Hasta ahora, Azrael no me ha dado motivos para temerle, ni para alejarme de él. Además, me está ayudando con algo muy importante —le miré a los ojos—. Puede que me pida algo a cambio, pero estoy dispuesta a seguir adelante porque