Capítulo 5

Le lanzo una mirada fulminante, pero me pongo de pie sin perder la compostura. Tomo el borde de mi vestido y, con calma, empiezo a levantarlo hasta que lo retiro por completo, quedando solo en bragas.

Él, el muy sinvergüenza, me inspecciona sin pudor, recorriéndome con la mirada de arriba a abajo. No me dejo intimidar. Levanto la cabeza con firmeza, sin una pizca de vergüenza ni incomodidad.

—¿Las bragas también? —pregunto, con una calma calculada.

—No es necesario —se lame los labios, sin desviar la mirada. Luego, con una sonrisa arrogante, añade—: ¿No te da ni un poco de vergüenza desnudarte?

—No —respondo sin titubear.

—Ya veo. Supongo que son gajes del oficio, por eso de ser prostituta —su tono es despectivo, como si buscara provocarme.

—Soy bailarina exótica —repito la respuesta, ahora con un atisbo de cansancio en mi voz.

—¿En serio? —levanta una ceja con escepticismo—. Esto que estás haciendo ahora, ¿cómo se llama? Porque si mal no recuerdo, te estás prostituyendo.

Cierro los ojos con fuerza, luchando por no ceder a la furia que hierve dentro de mí. No puedo dejar que este tipo me saque de quicio.

—¿Me has dejado acaso otra opción? —respondo con un tono neutral.

—¿Qué decir? —se encoge de hombros como si no tuviera mayor importancia—. Soy persistente.

—Eres un maldito desgraciado —gruño, la ira evidente en mi voz.

—Que va, si yo soy todo un angelito —me guiña un ojo, con una expresión de descaro—, literal.

—Obviaré lo del "literal" para no pensar que estás aún más loco de lo que pareces —digo mientras, de forma tranquila, me pongo de nuevo el vestido.

—Te sorprendería lo literal que puedo llegar a ser —se pone de pie, caminando en mi dirección hasta quedar a escasos centímetros—. Definitivamente vale la pena lo que voy a pagar por ti. —Toma un mechón de mi cabello y lo coloca detrás de mi oreja con suavidad—. ¿A cuántas cirugías te has sometido? —pregunta con una curiosidad casi morbosa.

—Debes estar bromeando —digo, algo escéptica, mientras me siento de nuevo.

—¿Te parece que bromeo? —eleva una ceja, como si la pregunta fuera inocente—. Solo es una simple curiosidad. Las mujeres de hoy en día se someten a muchas cirugías. En mi opinión, una mujer siempre es bella mientras esté conforme consigo misma, ya sea con cirugía o sin ella.

—Concuerdo contigo —le respondo con sinceridad—. Pero no estoy operada. —Me mira con dudas evidentes—. No estoy mintiendo. Si tuviera alguna cirugía, te lo diría sin problema. No creo que sea algo de lo que avergonzarse. Cada quien decide qué hacer con su cuerpo. Si algo no te gusta y tienes la oportunidad de corregirlo, pues no tiene nada de malo —me encojo de hombros—. Además, nunca emplearía en mi físico el dinero que puedo destinar al tratamiento de Mara.

—Ya veo —dice, rascándose la nuca despreocupado—. También creo que deberías pensar un poco en ti misma.

—Eso sería egoísta. Y no necesito tus consejos. No me pediste venir aquí para asesorarme ni ayudarme con mi vida.

—Como quieras —dice, estirándose perezosamente—. Por tu culpa tuve que levantarme más temprano de lo usual. Ah, y por cierto, puedes ir dejando esa ropa en el basurero.

—¿Perdona? —le miro, indignada.

—Esa ropa que llevas es... horrenda. Y antes de que preguntes cómo lo sé, te estuve espiando. Ahora tira esa porquería. Ya compraremos algo mejor para ti.

—No gracias.

—¿Cómo que no? —me mira de manera autoritaria—. Eres realmente hermosa, pero deberías aprovechar tus dotes y hacerlos resaltar mejor —hace un gesto de desaprobación.

—Eso es asunto mío.

—Ahora también es mío. Estarás a mi lado, y no voy a estar con alguien mal vestida —esa última frase es claramente ofensiva.

—Si mal no recuerdo, acabas de decir que no eres ni una celebridad ni un magnate —mi curiosidad se activa—. Entonces, ¿cómo tienes tanto dinero? Esta habitación debe costar una fortuna.

—Solo son treinta y tres mil dólares la noche —responde sin inmutarse.

—¿Solo treinta y tres mil? —repito incrédula—. Estás loco, eso es muchísimo dinero.

—Tengo suficiente —se encoge de hombros.

—¿De dónde lo sacas?

—Herencias —responde con una tranquilidad pasmosa.

—¿O sea, varias? —mi sorpresa crece.

—Muchas —su respuesta me deja sin palabras.

—¿Cómo? —mi confusión es palpable.

—Verás, muchas personas mueren sin dejar testamento —explica con calma—. Yo simplemente me encargo de recoger esas herencias.

—¿Eres algún tipo de estafador? —le pregunto, la idea es aterradora.

—Claro que no —niega rápidamente—. Esas personas me dejan sus fortunas por voluntad propia.

—Pero, si dicen que mueren sin testamento... eso no tiene sentido.

—Exacto, pero... —coloca una mano en el mentón pensativo—. Digamos que yo y los muertos tenemos una gran amistad. Por así decirlo.

—No hables más, pareces un desquiciado —digo, ya sintiéndome confundida y molesta.

—No pretendo que me creas, no es necesario. Pero puedes estar segura de que todas esas herencias las obtuve legalmente. O al menos, eso creo.

—Sabes que, mejor calla —mi mente no puede procesar todo lo que acaba de decir.

—Como quieras —se encoge de hombros, indiferente. Luego toma su teléfono y marca un número—. Ahora, a lo que iba.

—¿A quién llamas? —pregunto, pero él me hace un gesto para que guarde silencio.

—Hola, Ginger querida —dice al teléfono—. Necesito un pequeño favor. Compra ropa femenina... mucha. No importa para quién, no seas curiosa. Escoge bien, ya sabes que yo pago. —Me mira con picardía—. De preferencia, ropa muy sexy. —Sonríe mientras escucha—. Confío en ti, Ginger.

Cuando cuelga, lo ignoro completamente y me dirijo hacia la puerta.

—¿A dónde vas? —pregunta, caminando en mi dirección.

—Iré a visitar a mi hermana. No te debo explicaciones.

—No tardes —su tono es más exigente, pero no demasiado.

—Tardaré lo necesario —me giro para mirarlo, cruzándome de brazos—. Por cierto, ¿ya comienzas a darme órdenes?

—No soy muy autoritario —confiesa—, solo quiero estrenarte esta noche. —Me guiña un ojo con una sonrisa ladina.

—Como sea —respondo, rodando los ojos antes de abrir la puerta y salir de la habitación.

Tomé el autobús hacia el hospital, optando por ahorrar el dinero que me quedaba. Además, así tendría tiempo para pensar.

Cuando llegué, me dirigí directamente a la habitación de Mara. La encontré dormida, conectada al oxígeno y con una intravenosa en su brazo, recibiendo sueros. Me acerqué rápidamente a la enfermera de turno.

—¿Qué ha pasado con Mara? —pregunto, con el corazón en un puño.

—La última quimioterapia la ha dejado muy débil, y anoche tuvo dificultad para respirar. Ahora está sedada.

—¿Está bien?

—Está estable por ahora, pero no podrá recibir visitas hoy.

—¿Cuándo podré verla?

—En dos días podremos permitirte verla. Está muy débil; el tratamiento está funcionando, pero la enfermedad sigue avanzando.

—Por favor, manténganme informada. No importa la hora ni lo que pase —pido, tomando las manos de la enfermera. Ella asiente levemente y acaricia mis manos con ternura.

—No te preocupes, te mantendremos al tanto.

Tuve que marcharme sin poder ver a Mara. Necesito el dinero para inscribirla en el programa de tratamiento contra el cáncer. Los medicamentos convencionales ya no están funcionando.

Me dirigí rápidamente hacia el hotel. El hombre de la recepción ya sabía que iba a quedarme allí, así que me dejó pasar sin problema. Apenas entré, me dirigí hacia la habitación. Azrael estaba tumbado en el sofá, mirando televisión. Su cabello mojado indicaba que acababa de tomar un baño.

—Oh, has regresado más temprano de lo que imaginé —comentó sin levantar la vista.

Sin decir nada, quité mi vestido.

—¿Qué haces? —preguntó al notar mi comportamiento.

Me coloqué a horcajadas sobre sus piernas. Azrael, claramente sorprendido, se tensó de inmediato.

Pero en estos momentos, necesito dinero urgentemente y no se me ocurre otra manera.

—Haré lo que quieras —susurré sensualmente cerca de su oído. Lo sentí tensarse aún más.

—¿Y eso a qué viene? —colocó sus manos sobre mi trasero, sin intentar disimular el interés.

—Necesito dinero, y lo necesito ahora.

En un ágil movimiento, se giró, quedando sobre mí y aprisionándome contra el sofá.

—Tendrás que ganártelo —sonrió ladino—. Y te advierto, soy muy exigente.

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