La noche llegó, pero el sueño no. Me movía de un lado a otro, incapaz de hallar calma. Por un lado, temía volver a dormir y escuchar la voz de mi madre resonando en mi mente. Por otro, me aterraba el paso que estaba a punto de dar. No conocía nada de ese hombre. Hasta el momento, solo sabía que se alojaba en uno de los hoteles más lujosos de Nueva York. Lo que menos necesitaba ahora era tratar con un millonario egocéntrico.
Finalmente, logré dormir, pero no por mucho tiempo. Un fuerte golpe en la puerta me despertó, casi derribándola. Al abrir, me encontré con la señora Miller y uno de los guardias. —Buenos días —dije entrecortada, aún adormilada. —Es necesario que desaloje inmediatamente —me respondió con frialdad. —Lo haré —respondí con una mirada cargada de resentimiento—, solo necesito unos minutos para prepararme. —Una hora —contestó sin inmutarse—. Ni más ni menos. Con esas palabras, se retiró. Me apresuré al baño y comencé a alistarme. Pensé por un momento qué ropa elegir. Podría vestirme de manera casual: una blusa y unos jeans. Pero no creo que me permitan entrar así en el hotel. Necesitaba causar una buena impresión, dar la imagen de una mujer de sociedad. No tengo muchos vestidos elegantes, pero entre los pocos que poseo, elegí uno negro. Es precioso. Se ajusta perfectamente a mi figura, deja mis hombros al descubierto y resalta mi busto. Lo combiné con unos tacones dorados y pendientes del mismo color. Dejé mi cabello suelto y me apliqué algo de maquillaje. Elegí un tono oscuro para mis labios, que contrastaba bien con mi piel. Tomé mis maletas y salí del edificio con la elegancia de quien sabe que es capaz de afrontar cualquier desafío. Le entregué las llaves a la señora Miller, no sin antes dedicarle una mirada de hostilidad. Caminé con paso firme, como la mujer decidida que soy. No me rendiré. Saldré adelante, pase lo que pase. Tomé un taxi que me llevó hasta la entrada del hotel. Me sentí incómoda al notar que el taxista no dejaba de espiarme por el retrovisor. Al llegar, pagué y me adentré en el majestuoso edificio. La verdad, el hotel era impresionante. De una elegancia y sofisticación innegables. Me acerqué a la recepción. El hombre que estaba allí me atendió con una amabilidad exagerada. —¿Desea hospedarse, señorita? —preguntó, observando mis maletas. —Oh, no. En realidad, me están esperando —respondí. —¿Su nombre, por favor? —dijo mientras hojeaba una pequeña agenda. —Gabriella... Venus —el hombre levantó la vista, visiblemente confundido. —¿Gabriella o Venus? —parecía completamente perdido. —Ambos —me encogí de hombros—. Tengo dos nombres. —Está bien —dijo, mirando nuevamente la agenda—. Aquí está: señorita Gabriella, el señor Blackheaven la espera. Piso 50, suite presidencial. —Asentí. Le agradecí y me dirigí al elevador. Afortunadamente, uno de los empleados se encargó de mis maletas y me guió hasta la suite. "Blackheaven", pensé. Vaya, qué apellido tan peculiar. Sin duda encajaba con él. Aunque, si soy honesta, no recordaba muchos detalles de su apariencia. La última vez que nos vimos, no me molesté en observarlo detenidamente. Aunque sí recordaba que era apuesto. El elevador se detuvo, y caminé por el largo y elegante pasillo, siguiendo al empleado. —Esta es la habitación del señor —anunció, dejándome frente a la puerta antes de marcharse. Llamé suavemente, y tras un par de segundos, la puerta se abrió. Para mi sorpresa, él estaba solo con un pantalón de pijama holgado que colgaba despreocupadamente de su cadera, dejando al descubierto una V en su abdomen. Su torso estaba completamente desnudo, mostrando unos pectorales marcados y un abdomen de ensueño. —Llegas temprano —comentó, pasando su mano por su cabello desordenado. —¿Me vas a dejar de pie en la entrada? —pregunté, cruzándome de brazos, molesta. —Pasa —respondió, apartándose para darme paso. Tomé mis maletas y entré en la habitación. La suite era impresionante, digna de una presidencia. El espacio era amplio y elegante, con una vista impresionante de la ciudad. Seguro que en la noche se veía aún más hermoso. Él caminó por mi lado y se dejó caer sin cuidado sobre el sofá. Me sentí completamente fuera de lugar, perdida, sin saber qué hacer. Y, para colmo, él no dejaba de mirarme de pies a cabeza. —¿Puedes dejar de mirarme y decir algo? —le pedí, molesta. —¿Qué quieres que diga? —respondió, encogiéndose de hombros. —Tal vez explicarme la situación. —Mi situación está mejor que nunca —sonrió de lado—, la tuya, por otro lado... está bastante jodida. —Qué gracioso, no sé si reírme o vomitar —respondí, sin perder la compostura. —Siéntate —dijo señalando el asiento frente a él—. Te explicaré. Me senté, dejando las maletas a un lado, mientras él se acomodaba con su habitual actitud despreocupada. —Ya sabes lo que te propuse ese día en el burdel —comentó, mirándome fijamente. Asentí en silencio. —Te pagaré bien por cada encuentro, lo que hagas con ese dinero me importa un bledo. —¿Solo eso? —pregunté, confundida. —¿Qué esperabas? —se encogió de hombros, casi burlándose—. Un contrato, un matrimonio falso, otra identidad... Nena, no estás en una película. Solo quiero pasar un buen rato contigo. No me casaré contigo ni ocultaré nada. No soy un magnate, ni una celebridad. Así que si quieres salir a decirle al mundo que estamos juntos, me importa un carajo. —Ya lo entendí —respondí, rodando los ojos—. Pero necesito algo más. —¿Qué más quieres? —me miró, curioso. —No tengo dónde vivir —admití. —Te daré suficiente dinero. —Es que necesito el dinero para otra cosa —bajé la mirada, avergonzada—. Necesito que me dejes vivir contigo. —Está bien —respondió sin darle mayor importancia, como si lo hubiera esperado. —Vaya, esperaba otra reacción —confesé. —Mejor para mí —sonrió con suficiencia—. Así te tendré cerca, justo cuando me entren ganas. Además, tengo culpa de que no tengas dónde vivir. —¿Qué? —le miré confundida, pero en un instante lo comprendí—. ¡Fuiste tú! Pediste que me desalojaran. ¡Maldito! —También hice que cerraran el burdel —admitió con una sonrisa malévola. —¿Por qué? —pregunté, la ira creciendo en mi pecho. —Eres una mujer difícil, así que tuve que apretar las tuercas un poco. Así estarías obligada a venir a mí. —Desgraciado —le ofendí con desprecio. —Y un poco más que eso —sonrió, divertido—. Sé mucho de ti, Gabriella, y a la vez muy poco. Pero entre lo poco que sé, sé que tu hermana necesita ese dinero para sobrevivir. Así que te recomiendo que te comportes y me complazcas, cariño. Respiré hondo, tratando de controlar mi rabia. Era de esperarse que descubriría lo de Mara, pero no que usaría esa información para chantajearme. —¿Qué rayos quieres de mí? —pregunté, asqueada. —Solo quiero que seas una buena chica. Ahora, desnúdate. —¿Qué? —mi rostro se quedó en blanco—. ¿Ahora? ¿Tan rápido? —Sí, desnúdate —repitió con tono malicioso—. No te preocupes, no haré nada por ahora. Solo quiero ver qué tal eres. Al final, te pagaré mucho dinero. Tienes que valerlo. —Me guiñó un ojo. —Eres un idiota. —Entre otras cosas —mordió su labio inferior de una manera indudablemente sexy—. Pero puedes llamarme Azrael.Le lanzo una mirada fulminante, pero me pongo de pie sin perder la compostura. Tomo el borde de mi vestido y, con calma, empiezo a levantarlo hasta que lo retiro por completo, quedando solo en bragas. Él, el muy sinvergüenza, me inspecciona sin pudor, recorriéndome con la mirada de arriba a abajo. No me dejo intimidar. Levanto la cabeza con firmeza, sin una pizca de vergüenza ni incomodidad. —¿Las bragas también? —pregunto, con una calma calculada. —No es necesario —se lame los labios, sin desviar la mirada. Luego, con una sonrisa arrogante, añade—: ¿No te da ni un poco de vergüenza desnudarte? —No —respondo sin titubear. —Ya veo. Supongo que son gajes del oficio, por eso de ser prostituta —su tono es despectivo, como si buscara provocarme. —Soy bailarina exótica —repito la respuesta, ahora con un atisbo de cansancio en mi voz. —¿En serio? —levanta una ceja con escepticismo—. Esto que estás haciendo ahora, ¿cómo se llama? Porque si mal no recuerdo, te estás prostituyendo. Cie
Detuve sus manos, que ya comenzaban a explorar mi cuerpo.—Antes quiero dejarte algo claro —dije, ganándome su total atención—. No soy masoquista, y con eso espero dejarlo todo claro.—Nunca dije que yo fuera un sádico —me miró con una sonrisa burlona.—Solo te advierto —me crucé de brazos, como era mi costumbre—. Nada de cosas extrañas. Ni aparatitos raros, ni golpes, maltratos o ataduras.—Ya he dicho que no me gustan esas cosas —elevó los brazos en señal de rendición—. Soy bastante perverso, eso lo acepto, pero no sádico. Aprovecho para informarte también de mi costumbre —tomó un mechón de mi cabello y lo colocó detrás de mi oreja—. No beso en la boca, a nadie —aclaró.—¿Estás hablando en serio? —su rostro confirmaba su seriedad—. ¿Por qué?—Creo que es algo realmente íntimo, aún más personal que el sexo. Y no quiero tener ese tipo de relación con nadie. Además, no creo que te guste besarme —elevé una ceja. Puede que no estuviera con él precisamente por elección propia, pero debía
Cada estocada de su parte parecía indagar en mi ser; el placer nublaba tanto mis sentidos como mi vista. Intentaba contener mis gemidos, pero se volvía imposible. Una última embestida marcó mi liberación. Me dejé caer sobre el asiento, completamente exhausta, mientras mi respiración tardaba en regularse y mis piernas se sentían como gelatina. Cuando me voltee, noté que Azrael ya había comenzado a vestirse, como si nada hubiera pasado. Juraría que él también debería estar exhausto. —Tienes mucha energía —dije en tono burlón. —Más de la que podrías aguantar. Se podría decir que no me canso con nada. —Vaya suerte la tuya —decidí sacar el tema que realmente me importaba—. Ahora, págame —exigí, poniéndome de pie y agarrando mis bragas. —Eres exigente, y luego dices que no eres prostituta. —Al parecer lo soy; me he convertido en tu prostituta. Así que paga por mis servicios —si él es un sinvergüenza, yo también puedo serlo. Caminó en mi dirección hasta quedar a escasos centímetros d
Azrael es un desgraciado, eso ya lo tengo muy claro. Y yo soy una estúpida porque siempre caigo en sus garras, aunque no es como si él me dejara muchas opciones.No puedo creer que tenga que ir a una fiesta. Quería estar tranquila; me siento triste por la partida de Mara, y no estoy en condiciones para eventos de ningún tipo.Bufé una vez más y, al final, tomé el vestido y me dirigí hacia el baño. Tomé una ducha larga, porque sabía que él tenía prisa y quería molestarlo, tan fácil como eso.Cuando estuve lista, me vestí. Como imaginé, el pedazo de tela no es precisamente cubriente, aunque debo admitir que es precioso y me queda muy bien.Tomé el maquillaje —que al parecer formaba parte de las cosas que mandó a comprar— y me apliqué un poco, sin ser demasiado escandalosa. Elegí unos tacones altos para combinar con el vestido y un pequeño bolso de mano. Terminé de acomodar mis pechos dentro del vestido y ajusté el escote.—¿Cuánto más piensas tardar? —Azrael apareció en la habitación mi
Había pasado alrededor de 20 minutos de trayecto en silencio. Pero sentí un poco de curiosidad sobre el asunto de Susan y el burdel. —Oye Azrael —llamé su atención y me miró rápidamente para luego volver a fijar su atención en la carretera —¿Qué sucedió con el burdel?—Creo que está cerrado aún —estiró la mano a la guantera y sacó una cajetilla de cigarrillos.—¿Y Susan? —¿Qué con ella? —preguntó mientras lo encendía.—Por tu culpa se metió en problemas legales.—¿Por mi culpa? —rió mientras daba una calada y soltaba una larga exhalación de humo.—Así es, tú creaste toda esa falsa historia para dejarme sin trabajo.—No creé ninguna historia, en ese lugar venden droga.—No es cierto, trabajo allí desde hace más de un año. —¿Alguna vez has estado entre las personas que visitan el lugar? —negué —. Exactamente, jamás te mezclaste entre tu público, todos están drogados, los meseros la venden. Y estoy seguro de que Susan estaba al tanto.Mi boca se abrió estupefacta. Imaginé muchas cosas
—Tenías esto planeado, ¿no es cierto? —elevé una ceja, resaltando la obviedad.—Qué va, las cosas planeadas no son para nada emocionantes —se encogió de hombros.Se acercó y me tomó por la cadera, levantándome en el aire y depositándome sobre la mesa de billar. Lo hizo con mucha facilidad, como si yo no pesara nada. Sería un halago, pero sé que no estoy tan delgada.Me sostuve de sus hombros y enredé mis piernas alrededor de sus caderas. Pasó sus manos por mis muslos, ascendiendo, y a medida que lo hacía, subía mi vestido hasta sacármelo.—Espera, no me desnudes totalmente —tomé sus manos.—¿Por qué? —ladeó el rostro, algo burlón—. Te da vergüenza.—Obviamente no, pero alguien podría entrar y... —cubrió mi boca con su mano.—Nadie nos va a interrumpir a menos que sigas parloteando. No tienen por qué saber que estamos aquí. Si no eres ruidosa, todo irá bien. Además —delineó el borde de mis labios con el dedo—, no es necesario armar tanto drama. Con vestido o sin vestido, cualquiera sab
—Azrael, basta. No trates así al señor Briel —le planté frente a él.—Vámonos —me tomó de la mano y, a la fuerza, me arrastró hasta donde estaba su auto.—¿Qué crees que haces? —me quejé mientras me sentaba de mala gana.Él no se inmutó ni se molestó en darme una respuesta. Rodeó el auto y tomó asiento al volante. No se contuvo y pisó a fondo el acelerador, dejando atrás el área del casino en cuestión de instantes.—¿Qué rayos te pasa, eh? —reclamé después de un rato de camino.—¿De dónde conoces a ese hombre? —ignoró mi pregunta, imponiendo la suya.—No te interesa —me crucé de brazos.—Créeme, no te conviene enojarme en estos momentos —no me hubiese importado si su expresión no estuviera tan mortalmente seria.—Lo conocí hace unos años cuando llegué a la ciudad.—¿Dónde? —insistió.—En la calle. Recuerdo que estaba desesperada porque no tenía a dónde ir. Entonces él me consiguió alojamiento en el apartamento en el que viví durante años. Después de eso, me ayudó mucho; siempre me dab
Comencé a despertar algo aturdida. Supongo que los eventos de la noche anterior habían sido demasiados para mí. Me senté en la cama y me desperecé completamente. Al mirar a mi lado, me encontré con el cuerpo de Azrael, que duerme boca abajo, con la manta cubriéndolo hasta la cadera y dejando su gloriosa espalda al descubierto.Mientras casi literalmente babeaba al observarlo, noté algo en su espalda. Justo un poco más abajo de sus hombros, se encontraban dos protuberancias. A cada lado de su espalda sobresalen lo que, en mi opinión, parecen ser huesos. Pero es extraño; las personas no tenemos esos huesos allí. Además, se ven tan marcados, como si estuvieran a punto de salirse de su piel.Curiosamente, estiré la mano y acaricié la zona, sintiendo la dureza de aquellos bultos.—¿Qué crees que haces? —la voz de Azrael me sorprendió, haciendo que pegara un brinco en la cama.—¿Estabas despierto?—Me has despertado tú tocando donde no debes —se volteó a verme, sentándose en la cama y revol