Capítulo 4

La noche llegó, pero el sueño no. Me movía de un lado a otro, incapaz de hallar calma. Por un lado, temía volver a dormir y escuchar la voz de mi madre resonando en mi mente. Por otro, me aterraba el paso que estaba a punto de dar. No conocía nada de ese hombre. Hasta el momento, solo sabía que se alojaba en uno de los hoteles más lujosos de Nueva York. Lo que menos necesitaba ahora era tratar con un millonario egocéntrico.

Finalmente, logré dormir, pero no por mucho tiempo. Un fuerte golpe en la puerta me despertó, casi derribándola. Al abrir, me encontré con la señora Miller y uno de los guardias.

—Buenos días —dije entrecortada, aún adormilada.

—Es necesario que desaloje inmediatamente —me respondió con frialdad.

—Lo haré —respondí con una mirada cargada de resentimiento—, solo necesito unos minutos para prepararme.

—Una hora —contestó sin inmutarse—. Ni más ni menos.

Con esas palabras, se retiró. Me apresuré al baño y comencé a alistarme. Pensé por un momento qué ropa elegir. Podría vestirme de manera casual: una blusa y unos jeans. Pero no creo que me permitan entrar así en el hotel. Necesitaba causar una buena impresión, dar la imagen de una mujer de sociedad.

No tengo muchos vestidos elegantes, pero entre los pocos que poseo, elegí uno negro. Es precioso. Se ajusta perfectamente a mi figura, deja mis hombros al descubierto y resalta mi busto. Lo combiné con unos tacones dorados y pendientes del mismo color. Dejé mi cabello suelto y me apliqué algo de maquillaje. Elegí un tono oscuro para mis labios, que contrastaba bien con mi piel.

Tomé mis maletas y salí del edificio con la elegancia de quien sabe que es capaz de afrontar cualquier desafío. Le entregué las llaves a la señora Miller, no sin antes dedicarle una mirada de hostilidad. Caminé con paso firme, como la mujer decidida que soy. No me rendiré. Saldré adelante, pase lo que pase.

Tomé un taxi que me llevó hasta la entrada del hotel. Me sentí incómoda al notar que el taxista no dejaba de espiarme por el retrovisor. Al llegar, pagué y me adentré en el majestuoso edificio. La verdad, el hotel era impresionante. De una elegancia y sofisticación innegables.

Me acerqué a la recepción. El hombre que estaba allí me atendió con una amabilidad exagerada.

—¿Desea hospedarse, señorita? —preguntó, observando mis maletas.

—Oh, no. En realidad, me están esperando —respondí.

—¿Su nombre, por favor? —dijo mientras hojeaba una pequeña agenda.

—Gabriella... Venus —el hombre levantó la vista, visiblemente confundido.

—¿Gabriella o Venus? —parecía completamente perdido.

—Ambos —me encogí de hombros—. Tengo dos nombres.

—Está bien —dijo, mirando nuevamente la agenda—. Aquí está: señorita Gabriella, el señor Blackheaven la espera. Piso 50, suite presidencial. —Asentí.

Le agradecí y me dirigí al elevador. Afortunadamente, uno de los empleados se encargó de mis maletas y me guió hasta la suite.

"Blackheaven", pensé. Vaya, qué apellido tan peculiar. Sin duda encajaba con él. Aunque, si soy honesta, no recordaba muchos detalles de su apariencia. La última vez que nos vimos, no me molesté en observarlo detenidamente. Aunque sí recordaba que era apuesto.

El elevador se detuvo, y caminé por el largo y elegante pasillo, siguiendo al empleado.

—Esta es la habitación del señor —anunció, dejándome frente a la puerta antes de marcharse.

Llamé suavemente, y tras un par de segundos, la puerta se abrió. Para mi sorpresa, él estaba solo con un pantalón de pijama holgado que colgaba despreocupadamente de su cadera, dejando al descubierto una V en su abdomen. Su torso estaba completamente desnudo, mostrando unos pectorales marcados y un abdomen de ensueño.

—Llegas temprano —comentó, pasando su mano por su cabello desordenado.

—¿Me vas a dejar de pie en la entrada? —pregunté, cruzándome de brazos, molesta.

—Pasa —respondió, apartándose para darme paso. Tomé mis maletas y entré en la habitación.

La suite era impresionante, digna de una presidencia. El espacio era amplio y elegante, con una vista impresionante de la ciudad. Seguro que en la noche se veía aún más hermoso.

Él caminó por mi lado y se dejó caer sin cuidado sobre el sofá. Me sentí completamente fuera de lugar, perdida, sin saber qué hacer. Y, para colmo, él no dejaba de mirarme de pies a cabeza.

—¿Puedes dejar de mirarme y decir algo? —le pedí, molesta.

—¿Qué quieres que diga? —respondió, encogiéndose de hombros.

—Tal vez explicarme la situación.

—Mi situación está mejor que nunca —sonrió de lado—, la tuya, por otro lado... está bastante jodida.

—Qué gracioso, no sé si reírme o vomitar —respondí, sin perder la compostura.

—Siéntate —dijo señalando el asiento frente a él—. Te explicaré.

Me senté, dejando las maletas a un lado, mientras él se acomodaba con su habitual actitud despreocupada.

—Ya sabes lo que te propuse ese día en el burdel —comentó, mirándome fijamente. Asentí en silencio. —Te pagaré bien por cada encuentro, lo que hagas con ese dinero me importa un bledo.

—¿Solo eso? —pregunté, confundida.

—¿Qué esperabas? —se encogió de hombros, casi burlándose—. Un contrato, un matrimonio falso, otra identidad... Nena, no estás en una película. Solo quiero pasar un buen rato contigo. No me casaré contigo ni ocultaré nada. No soy un magnate, ni una celebridad. Así que si quieres salir a decirle al mundo que estamos juntos, me importa un carajo.

—Ya lo entendí —respondí, rodando los ojos—. Pero necesito algo más.

—¿Qué más quieres? —me miró, curioso.

—No tengo dónde vivir —admití.

—Te daré suficiente dinero.

—Es que necesito el dinero para otra cosa —bajé la mirada, avergonzada—. Necesito que me dejes vivir contigo.

—Está bien —respondió sin darle mayor importancia, como si lo hubiera esperado.

—Vaya, esperaba otra reacción —confesé.

—Mejor para mí —sonrió con suficiencia—. Así te tendré cerca, justo cuando me entren ganas. Además, tengo culpa de que no tengas dónde vivir.

—¿Qué? —le miré confundida, pero en un instante lo comprendí—. ¡Fuiste tú! Pediste que me desalojaran. ¡Maldito!

—También hice que cerraran el burdel —admitió con una sonrisa malévola.

—¿Por qué? —pregunté, la ira creciendo en mi pecho.

—Eres una mujer difícil, así que tuve que apretar las tuercas un poco. Así estarías obligada a venir a mí.

—Desgraciado —le ofendí con desprecio.

—Y un poco más que eso —sonrió, divertido—. Sé mucho de ti, Gabriella, y a la vez muy poco. Pero entre lo poco que sé, sé que tu hermana necesita ese dinero para sobrevivir. Así que te recomiendo que te comportes y me complazcas, cariño.

Respiré hondo, tratando de controlar mi rabia. Era de esperarse que descubriría lo de Mara, pero no que usaría esa información para chantajearme.

—¿Qué rayos quieres de mí? —pregunté, asqueada.

—Solo quiero que seas una buena chica. Ahora, desnúdate.

—¿Qué? —mi rostro se quedó en blanco—. ¿Ahora? ¿Tan rápido?

—Sí, desnúdate —repitió con tono malicioso—. No te preocupes, no haré nada por ahora. Solo quiero ver qué tal eres. Al final, te pagaré mucho dinero. Tienes que valerlo. —Me guiñó un ojo.

—Eres un idiota.

—Entre otras cosas —mordió su labio inferior de una manera indudablemente sexy—. Pero puedes llamarme Azrael.

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