Había pasado alrededor de 20 minutos de trayecto en silencio. Pero sentí un poco de curiosidad sobre el asunto de Susan y el burdel. —Oye Azrael —llamé su atención y me miró rápidamente para luego volver a fijar su atención en la carretera —¿Qué sucedió con el burdel?—Creo que está cerrado aún —estiró la mano a la guantera y sacó una cajetilla de cigarrillos.—¿Y Susan? —¿Qué con ella? —preguntó mientras lo encendía.—Por tu culpa se metió en problemas legales.—¿Por mi culpa? —rió mientras daba una calada y soltaba una larga exhalación de humo.—Así es, tú creaste toda esa falsa historia para dejarme sin trabajo.—No creé ninguna historia, en ese lugar venden droga.—No es cierto, trabajo allí desde hace más de un año. —¿Alguna vez has estado entre las personas que visitan el lugar? —negué —. Exactamente, jamás te mezclaste entre tu público, todos están drogados, los meseros la venden. Y estoy seguro de que Susan estaba al tanto.Mi boca se abrió estupefacta. Imaginé muchas cosas
—Tenías esto planeado, ¿no es cierto? —elevé una ceja, resaltando la obviedad.—Qué va, las cosas planeadas no son para nada emocionantes —se encogió de hombros.Se acercó y me tomó por la cadera, levantándome en el aire y depositándome sobre la mesa de billar. Lo hizo con mucha facilidad, como si yo no pesara nada. Sería un halago, pero sé que no estoy tan delgada.Me sostuve de sus hombros y enredé mis piernas alrededor de sus caderas. Pasó sus manos por mis muslos, ascendiendo, y a medida que lo hacía, subía mi vestido hasta sacármelo.—Espera, no me desnudes totalmente —tomé sus manos.—¿Por qué? —ladeó el rostro, algo burlón—. Te da vergüenza.—Obviamente no, pero alguien podría entrar y... —cubrió mi boca con su mano.—Nadie nos va a interrumpir a menos que sigas parloteando. No tienen por qué saber que estamos aquí. Si no eres ruidosa, todo irá bien. Además —delineó el borde de mis labios con el dedo—, no es necesario armar tanto drama. Con vestido o sin vestido, cualquiera sab
—Azrael, basta. No trates así al señor Briel —le planté frente a él.—Vámonos —me tomó de la mano y, a la fuerza, me arrastró hasta donde estaba su auto.—¿Qué crees que haces? —me quejé mientras me sentaba de mala gana.Él no se inmutó ni se molestó en darme una respuesta. Rodeó el auto y tomó asiento al volante. No se contuvo y pisó a fondo el acelerador, dejando atrás el área del casino en cuestión de instantes.—¿Qué rayos te pasa, eh? —reclamé después de un rato de camino.—¿De dónde conoces a ese hombre? —ignoró mi pregunta, imponiendo la suya.—No te interesa —me crucé de brazos.—Créeme, no te conviene enojarme en estos momentos —no me hubiese importado si su expresión no estuviera tan mortalmente seria.—Lo conocí hace unos años cuando llegué a la ciudad.—¿Dónde? —insistió.—En la calle. Recuerdo que estaba desesperada porque no tenía a dónde ir. Entonces él me consiguió alojamiento en el apartamento en el que viví durante años. Después de eso, me ayudó mucho; siempre me dab
Comencé a despertar algo aturdida. Supongo que los eventos de la noche anterior habían sido demasiados para mí. Me senté en la cama y me desperecé completamente. Al mirar a mi lado, me encontré con el cuerpo de Azrael, que duerme boca abajo, con la manta cubriéndolo hasta la cadera y dejando su gloriosa espalda al descubierto.Mientras casi literalmente babeaba al observarlo, noté algo en su espalda. Justo un poco más abajo de sus hombros, se encontraban dos protuberancias. A cada lado de su espalda sobresalen lo que, en mi opinión, parecen ser huesos. Pero es extraño; las personas no tenemos esos huesos allí. Además, se ven tan marcados, como si estuvieran a punto de salirse de su piel.Curiosamente, estiré la mano y acaricié la zona, sintiendo la dureza de aquellos bultos.—¿Qué crees que haces? —la voz de Azrael me sorprendió, haciendo que pegara un brinco en la cama.—¿Estabas despierto?—Me has despertado tú tocando donde no debes —se volteó a verme, sentándose en la cama y revol
El rostro del anciano se mantenía sereno, así que supongo que no le extraña mi pregunta. Pero también está algo tenso, al parecer el tema le incomoda.—No hay nada que decir —aseguró, pero la falta de convicción en su voz solo logró sembrar más dudas en mí.—¿Cómo puede decirme esto ahora? Fue usted quien me dijo que debía alejarme de él.—Y así es. Pero no puedo darte motivos —sus palabras no están teniendo ningún efecto. En realidad, me está haciendo desconfiar de él y no de Azrael.—Si no puede darme motivos, entonces no podré alejarme de él —aseguré.—Gabriella, por favor —tomó mis manos de manera implorante—. No puedo darte motivos, pero aléjate de ese hombre; es más de lo que puedes lidiar.—Lo lamento —bajé la cabeza, algo avergonzada—, pero no puedo. Hasta ahora, Azrael no me ha dado motivos para temerle, ni para alejarme de él. Además, me está ayudando con algo muy importante —le miré a los ojos—. Puede que me pida algo a cambio, pero estoy dispuesta a seguir adelante porque
Azrael se acercó a la cama y me depositó de espaldas sobre ella. Tomó el borde de mis shorts y los bajó por mis piernas hasta sacármelos.Se irguió en su lugar y comenzó a quitarse la ropa. Cuando quedó solo en boxers, gateó sobre la cama hasta quedar sobre mí. Lentamente comenzó a quitar mi blusa, y a medida que lo hacía, iba depositando besos por mi hombro hasta llegar a mis labios y besarme.—Al parecer te ha gustado —sonreí cuando se separó un poco.—No tienes ni idea.Bajó sus manos por mis caderas, deslizando mis bragas por mis piernas con lentitud. Mientras lo hacía, depositó un beso en la parte baja de mi abdomen.En un ágil movimiento, me volteé, dejándolo debajo de mi cuerpo. Azrael sonrió sorprendido, pero mordió su labio anticipándose.—¿Qué piensas hacer? —insistió con malicia.—Muchas cosas —susurré, pegada a sus labios.Comencé a trazar con la yema de mis dedos un patrón circular sobre su pecho, deleitándome al acariciar su marcado abdomen.Seguí bajando mi mano hasta i
Mi respiración se descontroló hasta convertirse en prácticamente llanto. Quería gritar de horror y, al mismo tiempo, cerrar los ojos para dejar de ver aquella inédita escena reflejada en el cristal.—No, no puede ser —gruñí mientras parpadeaba repetidamente, deseando que aquello fuera un sueño y que al abrir los ojos recuperaran su habitual color castaño.—Gabriella, necesito que te calmes —Azrael trató de hacerme entrar en razón, pero era demasiado tarde. Había comenzado a tener un ataque de pánico y, mientras más veía esos ojos, más me descontrolaba—. ¡Gabriella, por favor!No podía, aunque quisiera; mis manos estaban frías y temblaban descontroladamente. Hasta que él, con una de sus manos, cubrió mis ojos.Cuando las retiró y volví a verme, el frío color azul había desaparecido, tomando nuevamente su color natural. Sorprendida, solté todo el aire de mis pulmones y volví a mirarlo, totalmente anonadada.—¿Qué has hecho? —pregunté, aún algo alterada.—Necesito que te relajes —tomó mi
Negué un par de veces mientras mi interior lloraba. Quería saber la verdad, pero a la vez sentía un miedo abrumador. Sabía que Azrael conocía más respuestas, pero me las estaba ocultando.—Por favor —supliqué al borde del llanto—. No quiero más secretos.—Sé que es tu vida, pero implica a más personas. Necesito que me des tiempo para descubrir la verdad y poder ayudarte.—Está bien —suspiré, agotada—. Pero prométeme que, apenas sepas la verdad, me lo dirás.—Lo haré, te lo prometo —acarició mi rostro—. Ahora, debes calmarte y dormir.—No creo poder dormir —negué un par de veces.—Sí puedes —colocó una mano sobre mi cabeza.**POV: Azrael**Utilicé un poco de mis habilidades con ella. Instantáneamente, cayó profundamente dormida. El efecto de mis poderes durará un buen par de horas, suficientes para llegar a la raíz de esta situación.Un Nefilim.Jamás creí que fuera posible; a pesar de todo, aún no puedo asimilarlo del todo. Se supone que los Nefilim no deben nacer; todos los ángeles e